Jorge Bergoglio, la dictadura y los desaparecidos en Argentina

Por Daniel Satur 

El 13 de marzo de 2013 en Argentina se produjo un revuelo sin precedentes. Mientras en el Vaticano Jorge Mario Bergoglio era nombrado Papa, en su país natal se desataba un debate entre quienes siempre estuvieron a su lado y quienes luchaban contra el oscurantismo, la ideología reaccionaria y la complicidad con el genocidio de la jerarquía de la Iglesia católica.

Para muchos, como Cristina Fernández de Kirchner, el debate duró poco y nada. Al tiempo que la expresidente preparaba su viaje al Vaticano para arrodillarse ante “su santidad”, gran parte de sus voceros y aliados comenzaban una carrera frenética por hacer girar 180 grados sus opiniones previas y por borrar, en la medida de lo posible, hasta los tuits acusatorios de derechista, antipopular y misógino contra el arzobispo.

Hasta Página 12 dejó en soledad a Horacio Verbitsky y su investigación histórica sobre los crímenes de la Iglesia católica argentina, algunos de los cuales tuvieron a Bergoglio y su generación de prelados como protagonistas. Incluso el diario al que algunos consideran “zurdo” dejó de publicar notas de periodistas que investigaban el encubrimiento de la Iglesia de Francisco a curas acusados de abuso sexual.

Secreto de confesión

Pero una ironía del tiempo obligaría a Bergoglio, antes de sacarse la lotería e irse a vivir a miles de kilómetros de Argentina, a sentarse en un juicio a responder preguntas por su relación con la dictadura cívico-militar-eclesiástica.

Fue el lunes 8 de noviembre de 2010, cuando el Tribunal Oral Federal 5 lo hizo testimoniar a pedido de las querellas en el marco de la causa en la que se investigaban, entre otros hechos, los secuestros de los curas jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics por parte de una patota de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada, en donde funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más grande de la última dictadura argentina). Ese caso había dejado expuesto a Bergoglio por su complicidad con los represores.

Aquella fue la primera y única vez que Bergoglio declaró en un juicio sobre delitos de lesa humanidad, pese a haber sido mencionado en varias causas como cómplice de los genocidas. E incluso declaró, por su expreso pedido, en sus oficinas de la Curia porteña y no en Tribunales, como lo hubiera hecho cualquiera.

Entre quienes lo interrogaron aquella mañana estuvieron Myriam Bregman y Luis Bonomi, representantes letrados de la querella encabezada por Patricia Walsh, hija del escritor asesinado el 25 de marzo de 1977 Rodolfo Walsh, cuyo caso se trataba en el mismo proceso judicial.

A mediados de los años 70, Bergoglio era el superior de la Orden de los Jesuitas. Jalics y Yorio fueron secuestrados en un megaoperativo en la Villa 1.11.14 del Bajo Flores el 23 de mayo de 1976. Los catequistas que colaboraban con ellos habían sido secuestrados algunos días antes. Durante años ambos curas sostuvieron que Bergoglio los dejó prácticamente a merced de los represores, habiéndolos sacado de la Orden e incluso quitándoles las licencias para dar misa. Sumamente expuestos, fueron secuestrados y llevados a la ESMA, donde permanecieron desaparecidos por casi seis meses.

Interpelado en 2010 por las querellas de la megacausa ESMA, Bergoglio intentó despegarse de cualquier responsabilidad por los secuestros de los curas. Sin embargo, muy a su pesar, dejó expuestas algunas cosas. Por ejemplo, aseguró que dos o tres días después del secuestro de Jalics y Yorio, él ya sabía que estaban en la ESMA y que un tiempo después de esos hechos se entrevistó personalmente con Videla y Massera. Incluso confesó que cuando Jalics y Yorio fueron liberados le contaron que quedaba gente secuestrada en la ESMA y él “no hizo nada”.

Como plantearon Myriam Bregman y Luiz Bonomi en su alegato final del juicio, aquella de Bergoglio fue “una de las testimoniales más difíciles” que tuvieron que afrontar como abogados. “Decenas de referencias hechas a medias que demostraban un gran conocimiento sobre hechos que aquí se investigan pero también una gran reticencia a brindar toda la información”, concluyeron.

Sus víctimas lo perdonaron

Nota de la Redacción de La Gente: Por cierto el 19 de marzo de 2013, el periodista Horacio Verbitsky publicó en el diario Página/12 lo siguiente:

“Desde Alemania, donde Jalics vive retirado en un monasterio, el provincial jesuita germano dijo que el sacerdote se había reconciliado con Bergoglio. En cambio el anciano Jalics, hoy de 85 años, aclaró que se sentía reconciliado con “aquellos acontecimientos, que para mí son asunto terminado”. Pero aun así reiteró que no haría comentarios sobre la actuación de Bergoglio en el caso. La reconciliación, para los católicos, es un sacramento. En palabras de uno de los mayores teólogos argentinos, Carmelo Giaquinta, consiste en “perdonar de corazón al prójimo por las ofensas recibidas” 1, con lo cual sólo indica que Jalics ya perdonó el mal que le hicieron. Esto dice más de él que de Bergoglio.

Jalics no niega los hechos, que narró en su libro “Ejercicios de meditación”, de 1994: “Mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria. Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un apoyo a la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión (Bergolio) y le expliqué que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un oficial y treinta documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”. En otra parte del libro agrega que esa persona hizo “creíble la calumnia valiéndose de su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Poco antes yo le había manifestado a dicha persona que estaba jugando con nuestras vidas. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura con sus declaraciones”.

En una carta que escribió en Roma en noviembre de 1977, dirigida al asistente general de la Compañía de Jesús, padre Moura, Orlando Yorio cuenta lo mismo, pero reemplazando “una persona” por Jorge Mario Bergoglio. Yorio relata que Jalics habló dos veces con el provincial, quien “se comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a adelantarse a hablar con gente de las Fuerzas Armadas para testimoniar nuestra inocencia”. También menciona las críticas que circulaban en la Compañía de Jesús en contra de él y de Jalics: “Hacer oraciones extrañas, convivir con mujeres, herejías, compromiso con la guerrilla”. Jalics también cuenta en su libro que en 1980 quemó aquellos documentos probatorios de lo que llama “el delito” de sus perseguidores. Hasta entonces los había conservado con la secreta intención de utilizarlos. “Desde entonces me siento verdaderamente libre y puedo decir que he perdonado de todo corazón”, dijo Yorio.

No mentirás

Quizás en el súmmum de la hipocresía, en aquella declaración testimonial Bergoglio dejaría grabada una frase para los anales de las mentiras y pecados de la Iglesia católica argentina. Consultado sobre cuándo había escuchado o sabido por primera vez de que en su país cientos de hijas e hijos de detenidos desaparecidos habían sido apropiados por los genocidas, el cardenal respondió “hace poco, hará diez años…”.

Bergoglio no intentaba convencer a nadie. Solamente pretendía que quienes buscaban la verdad histórica para señalar a los responsables del terror dejaran de preguntar de una buena vez. Bergoglio no sólo sabía, como el resto de la ciudadanía argentina, de la tenaz búsqueda de las Abuelas de Plaza de Mayo desde principios de los años 80. Bergoglio también sabía que familias enteras reclamaban por sus nietas y nietos, sobrinos y sobrinas, hermanas y hermanos durante los mismos años de la dictadura.

Es más, Bergoglio en 1977 recibió llamados y pedidos de intervención para recuperar a bebés desaparecidos. Y allí, como con Yorio y Jalics, tampoco hizo mucho.

Estela de la Cuadra relató a “La Izquierda Diario” pormenorizadamente cómo fue el peregrinar de su familia (empezando por su madre, una de las fundadoras de Abuelas) buscando a Ana Libertad, hija de su hermana Elena. Y cómo en ese peregrinar se cruzaron con el entonces jefe máximo de la congregación jesuita.

El testimonio de Estela es fundamental para entender el modus operandi de la jerarquía católica y sus funcionarios dentro del entramado represivo de la dictadura. Primero, tomar la denuncia de familiares que buscaban a sus seres queridos. Después, ponerse en contacto con militares, policías, penitenciarios y servicios de inteligencia para consultar qué decirles a esas familias. Por último, informar que no tenía sentido seguir buscando a determinada persona desaparecida, o que había que esperar con fe cristiana, o que tal o cual niño o niña ya estaba en manos, “gracias a Dios”, de una buena familia.

Eso hizo la Iglesia con Ana Libertad y su familia. Y allí estuvo Bergoglio cumpliendo de intermediario entre el terror y sus víctimas.

Estela de la Cuadra asegura que Bergoglio “aportó a oscurecer todo. Se encargó de ocultar sistemáticamente y de ser parte de ese manto que intentaron poner los militares”. Por eso, lejos de pedirle nada al hoy Francisco, lo que ella exige es “acceder a los archivos del Episcopado, del Vicariato Castrense y de todas y cada una de las instancias a las que podamos llegar”.

“¿Qué es lo que no sabía Bergoglio? ¿Cómo es que dice que ’no sabía nada’?”, se pregunta Estela indignada. Y recuerda justamente cómo en 2010, “para atestiguar en el juicio por los sacerdotes Jalics y Yorio y por el plan sistemático de robo de bebés, hizo que se armara el Tribunal en su oficina, con jueces, fiscalía y querellas. ¿De qué humildad me hablan? ¿De qué igualdad ante la ley? Nosotros, hasta el día de hoy, no somos iguales a ellos ante la ley”.

Sus palabras confluyen con lo dicho en los alegatos de la querella encabezada por Patricia Walsh y representada por Bregman y Bonomi. Allí se concluía que “mientras los padres Yorio, Jalics y las religiosas francesas eran secuestradas por la patota de la Escuela de Mecánica de la Armada, quedó en evidencia el rol que cumplió institucionalmente la jerarquía de la Iglesia Católica”.

“Algunos secuestrados vieron sotanas en la ESMA. Otros llegaron a presenciar una misa o les ofrecieron confesarse. Obispos, monseñores en el centro del horror fueron algunas de las imágenes que nos trajeron los sobrevivientes. Incluso se les adjudica la idea de los ’vuelos de la muerte’, por ser una ’forma cristiana de morir’”, sintetizaron los abogados.

Poco más de dos años después de aquella cita judicial en sus oficinas del Arzobispado, a Bergoglio le cambió la vida. Y pese a las evidencias históricas, su mudanza al Vaticano fue acompañada por una particular euforia clericalista de parte de muchos que prefirieron olvidar las viejas causas y abrazarse al Papa sudamericano y peronista.

Hoy, a 41 años (en 2017) del inicio de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, es importante recuperar esta parte de la memoria y de la verdad. De lo contrario, no habrá posibilidades de realizar un completo homenaje a nuestros 30 mil detenidos desaparecidos. Y mucho menos de luchar consecuentemente contra las represiones y las impunidades del presente.

(*) Artículo publicado el viernes 24 de marzo de 2017.

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