Sobre Charlie Hebdo: el eslabón perdido

Siempre leo con mucha atención los textos de Sergio Ramírez. Aprecio su riqueza conceptual y su claridad expositiva, no desmentidas en esta ocasión. Recuerdo que, apenas amanecida la revolución sandinista de 1979, tuve ocasión de entregarle en Managua, donde nos recibió conjuntamente con el comandante Daniel Ortega, el trabajo de Rodney Arismendi, recién salido de la imprenta, titulado: Primavera popular en Nicaragua.

 

En este caso, Sergio Ramírez señala que la masacre en la sede del semanario es un ataque a la libertad de expresión y un ataque a la libertad de reírse, saluda la gran ola de indignación que ha estallado por todas partes y discute el concepto de que los periodistas de Charlie debieron ser más moderados, replicando que estas reflexiones sobre la prudencia desbordan la infamia de los asesinatos de París.

A su juicio, si esta lógica de la cobardía prosperara, estaríamos aceptando que la libertad de expresión debería ser cedida por partes, según la conveniencia de la sensatez lo vaya dictando, y luego, cuando abriéramos los ojos, nos daríamos cuenta de que la hemos cedido toda. Su conclusión es que, siguiendo esa lógica, viviríamos todos felices, serios y callados, contemplando en la pared de nuestras celdas mentales el rótulo: Prohibido hablar, prohibido reírse.

La reflexión de Víctor Orozco, Ser o no ser Charlie Hebdo, se coloca bajo el signo de Voltaire: Estoy en contra de lo que dices, pero defenderé con mi vida el derecho que tienes para decirlo. Traza una alegoría a partir de un grabado de Goya de 1799, titulado: Lo que puede un sastre en el cual clava el afilado dardo de la sátira en el cuerpo de las creencias religiosas. A su juicio, la libertad de expresión no debe tener límite alguno, y disiente en este sentido con recientes declaraciones del Papa Francisco, preguntándose dónde poner exactamente el límite.

Mi opinión se basa en dos conceptos que a mi juicio tienen valor absoluto, son complementarios y se interpenetran. Uno es la libertad de pensamiento: cada cual tiene derecho a pensar lo que mejor le parezca, y debe ser respetado en sus convicciones. Esto se aplica a la libertad de practicar la religión que mejor le parezca, o de no practicar ninguna, y debe ser respetado en cada caso. Otro es la libertad de expresión: cada cual puede expresar sus ideas en la forma que mejor entienda o que esté a su alcance. Este derecho tampoco admite restricción de especie alguna.

Aquí viene la precisión. Ese derecho lo tengo también yo para exponer mi opinión sobre las opiniones vertidas por otros. Y en tal sentido declaro mi rechazo categórico a la prédica de baja ralea realizada por Charlie Hebdo, insultante contra las creencias religiosas de cerca de dos mil millones de seres humanos.

Lo ha hecho con reiteración y en un estilo rastrero. Voy a dar dos ejemplos que he observado personalmente, y que se agregan a los múltiples que han sido citados en el debate. En una carátula de Charlie Hebdo, a lo alto de la primera plana, se estampan estas palabras: Le Coran de la merde. En la otra, vemos un par de nalgas desnudas, con una leyenda que dice: Y el culo de Mahoma, ¿podemos utilizarlo? Esto es lo que he caracterizado y lo reitero- como un periodismo de cloaca. Y lo he contrapuesto al estilo elevado, de calidad periodística no exenta de una ironía mordaz, con que caricaturistas ejemplares han expresado sus ideas, sin apelar al insulto o al agravio soez. Cité los ejemplos del caricaturista Jean Effel de L Humanité (para volver a París) o al gran Peloduro en nuestro país (Julio Evaristo Suárez Sedraschi, o JESS) que ilustró las páginas de su revista inolvidable, las contratapas de Marcha y la página política de El Popular en su última etapa.

Por eso afirmé que yo no soy Charlie. Y por eso mismo (a diferencia de la opinión arriba citada) coincido con la esencia de la opinión del Papa Francisco, quien declaró: Matar en nombre de Dios es una aberración. Pero tampoco se puede provocar e insultar la fe de los demás. Y si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede asegurarse un puñetazo. (En versión rioplatense diríamos: Si putea a mi madre, le pego una piña). De esta forma están contemplados los dos aspectos de la cuestión: la condena tanto al atentado contra los periodistas como a la campaña provocativa del semanario.

Sobre el primer aspecto, es innecesario que reitere aquí mi condena absoluta, total, rotunda y sin ningún atenuante contra el asesinato de los periodistas del semanario y también contra los empleados del mercado kosher; el doble crimen de París (y no de la calle Morgue, según Edgar Allan Poe).

Obran en este sentido razones humanitarias elementales, el respeto a la vida del ser humano, y también convicciones políticas contrarias al atentado individual. En otra nota he aludido a la polémica sobre este tema generada a fines del siglo XIX y a las ideas de Lenin contrarias al atentado individual, que siguen plenamente vigentes. Todo se une para una condena sin atenuantes a los dos atentados mortales.

Por más que, vista la repulsa universal, hayan intentado subirse al carro algunos terroristas de tomo y lomo, como Benyamin Netanyahu y gobernantes de países de la OTAN (que secundaron a EEUU en sus agresiones a Afganistán, Libia, Irak y Siria), participantes todos ellos en las manifestaciones de París. Sobre este punto hemos citado la nota titulada: Netanyahu y el cinismo de un terrorista bueno. Justamente en estos días se han puesto de relieve nuevas matanzas perpetradas por Israel en la martirizada Franja de Gaza y las imágenes de las destrucciones inauditas, que redujeron a escombros todos los centros poblados de la región.

En el debate actual se ha enfatizado que la intolerancia, la discriminación brutal hacia las mujeres, incluyendo la ablación del clítoris, la aplicación de penas corporales como la amputación, los azotes o el apedreamiento, son práctica cotidianas en las sociedades donde se aplica la ley shariá y cuya población mayoritaria profesa la religión de Mahoma . Es cierto. Pero corresponde tener presente también que la Inquisición, las cruzadas, las guerras de religión, la masacre de San Bartolomé, por ejemplo, el saqueo de las riquezas de América y el aniquilamiento de sus poblaciones nativas no fueron practicadas precisamente por quienes profesaban la religión de Mahoma. Valga sobre esto último el vívido testimonio de Fray Bartolomé de las Casas.

 

(*) Periodista

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