¿Alguna vez ha sido miembro de, o de algún modo asociado (ya sea directa o indirectamente) con el Partido Comunista?
Ya sea en la espesa burocracia de Washington, en el peligro de armas nucleares en alerta constante o en la oscuridad de viejos búnkeres secretos, permanecen en EE.UU. vestigios casi intactos del duelo global del siglo pasado
Hay una pregunta que deben responder los extranjeros que aspiren a ser naturalizados en Estados Unidos: ¿Alguna vez ha sido miembro de, o de algún modo asociado (ya sea directa o indirectamente) con el Partido Comunista?
Quien responda afirmativamente probablemente vea su camino a la ciudadanía estadounidense bloqueado.
Esa es una reliquia de la Guerra Fría que EE.UU. mantiene vigente, aunque su enfrentamiento con la Unión Soviética (URSS), o el pulso entre el mundo occidental y el comunista, haya acabado tres décadas atrás.
Ya sea en la espesa burocracia de Washington, en el peligro de armas nucleares en alerta constante o en la oscuridad de viejos búnkeres secretos, permanecen en EE.UU. vestigios casi intactos del duelo global del siglo pasado.
«Mucho de esto es inercia: la gente se acostumbró a la Guerra Fría durante varias décadas, y lo anormal pareció normal», dice James Hershberg, un profesor de historia y relaciones internacionales en la Universidad George Washington experto en la Guerra Fría, a BBC Mundo.
A continuación, cinco casos en los que parece que EE.UU. aún viviera entre 1945 y 1989, ignorando el colapso estrepitoso de la URSS:
1. Postura nuclear
Hay un maletín que un militar traslada a todos lados donde va el presidente de EE.UU., casi nunca a más de tres metros de distancia, ya sea en la intimidad de la Casa Blanca o en un viaje fuera. Ese maletín es denominado la «caja negra» y posee los códigos para lanzar uno o cientos de ataques nucleares de destrucción masiva en cuestión de minutos.
El expresidente George W. Bush dijo siendo candidato en el año 2000 que tantas armas en estado de alerta instantánea eran un «vestigio innecesario de la confrontación de la Guerra Fría». «Mantener armas nucleares listas para lanzar en cualquier momento es una reliquia peligrosa de la Guerra Fría», coincidió su sucesor, Barack Obama, en 2008.
Sin embargo, ambos presidentes y el actual, Donald Trump, mantuvieron altos niveles de alerta para una respuesta nuclear a un eventual ataque contra EE.UU. o sus aliados.
También los mantuvo Rusia.
Todo esto ocurre pese al progreso registrado en la reducción de los arsenales nucleares de la Guerra Fría y a que pudo haber cambiado el grado de alerta para esas armas. «La reliquia está a nivel burocrático: nadie quiere deshacerse de ellas», dice Gordon Adams, un experto en defensa que en los años 90 trabajó para la Casa Blanca en presupuestos de seguridad nacional, a BBC Mundo.
Todo esto plantea otra consecuencia de la Guerra Fría que nunca se revirtió: la gran expansión del poder de la presidencia de EE.UU. en relación al Congreso, al cual la Constitución le encomienda decidir si debe declararse una guerra.
2. Una fuerza militar gigante
EE.UU. tiene por lejos el mayor gasto militar del mundo, comparable a la suma del de los siete países que le siguen. Y va en aumento. Trump autorizó este mes un presupuesto de defensa de US$716.000 millones para el año fiscal 2019, aprobado previamente por el Congreso. «América es respetada de nuevo», dijo Trump. «Con esta nueva autorización aumentaremos nuestro tamaño y fuerza militar al agregar miles de nuevos reclutas al servicio activo».
EE.UU. ya posee cerca de 1,3 millones de militares en servicio activo, una parte desplegada alrededor del mundo, con capacidad de pelear más de un conflicto a la vez. El aumento de presupuesto responde a una sensación creciente en Washington de que se intensifica la competencia con Rusia y China. Pero antes también se incrementó el gasto militar por los ataques del 11 de septiembre de 2001 dirigidos por la organización islámica al-Qaeda.
Distintos expertos advierten que falta una clara estrategia o razón que justifique semejante gasto en la actualidad. «Tenemos una fuerza mayor de la que necesitamos, dados los requisitos razonables de seguridad nacional», dice Adams.
«Hasta cierto punto, es una reliquia del tipo de conflicto en que se centró la Guerra Fría, que era fuerza contra fuerza», agrega. «Las fuerzas (de EE.UU.) fueron diseñadas con la Guerra Fría en mente».
A su juicio, la falta de cambio se debe a cálculos políticos, visiones militares e intereses burocráticos: «¿Alguna vez has conocido una burocracia que quiera achicarse voluntariamente?», pregunta.
3. Búnkeres
EE.UU. construyó durante la Guerra Fría decenas de búnkeres para proteger a sus gobernantes en caso de emergencia o ataque del enemigo.
Uno de ellos es Raven Rock, creado a partir de 1948 con un túnel de casi un kilómetro en una montaña de Pensilvania, para albergar a unos 1.400 militares y eventualmente al propio presidente con todas las comodidades. Con el fin de la Guerra Fría hubo recomendaciones de cerrarlo, pero tras el 11 de septiembre de 2001 el sitio recibió nuevas inversiones millonarias y hoy alberga a miles de funcionarios.
Hay otro búnker denominado Mount Weather en Virginia para personal civil, y otro más en una montaña de Colorado conocido como NORAD y abocado a la defensa aérea de EE.UU. y Canadá, que también fueron actualizados tras el 11 de septiembre.
«Son definitivamente vestigios de la Guerra Fría», señala Garrett Graff, un periodista e historiador que el año pasado presentó el libro «Raven Rock: la historia del plan secreto del gobierno de EE.UU. para salvarse a sí mismo -mientras el resto de nosotros muere».
«El gobierno ha gastado una gran cantidad de dinero y tiempo para actualizarlos. Pero mantener estas cosas al día es un proceso muy constante… y la atención del gobierno rara vez es constante», dice Graff a BBC Mundo. Explica que es difícil indicar cuántos de esos búnkeres fueron cerrados y cuántos siguen operativos, ya que tampoco se reveló nunca la cantidad que fueron construidos durante la Guerra Fría.
Por cierto, el secretismo del gobierno de EE.UU. es considerado otra herencia del viejo enfrentamiento con la URSS.
4. El embargo a Cuba
Cuando Obama realizó su histórica visita a Cuba como presidente de EE.UU. en marzo de 2016, dijo de forma solemne: «He venido aquí a enterrar el último remanente de la Guerra Fría en las Américas».
Pero no logró que su país sepultara el embargo comercial impuesto en 1962 a la isla comunista, como pidió expresamente al normalizar relaciones entre ambos países. Levantar el embargo es una decisión que sólo puede adoptar el Congreso de EE.UU., que exige que Cuba cambie su gobierno comunista y cese la represión de opositores.
El fin del embargo ha sido reclamado por resoluciones anuales mayoritarias de la ONU desde 1992, es apoyado por una mayoría de los estadounidenses según encuestas, e incluso por diplomáticos de Washington que trabajaron en La Habana. «En ninguna otra parte del mundo EE.UU. mantiene un embargo unilateral», advirtió en abril la exjefa de la sección de intereses de EE.UU. en Cuba entre 1999 y 2002, Vicki Huddleston, en el diario Los Angeles Times.
Hershberg, el experto de la Universidad George Washington, sostiene que el embargo «es sólo un sobrante de actitud de Guerra Fría» que sigue por razones de política doméstica de EE.UU. y la presión de exiliados cubanos en Florida.
5. Filtro a comunistas
El obstáculo para que miembros del Partido Comunista puedan naturalizarse en EE.UU. proviene de una norma de 1952 sobre inmigración y ciudadanía, denominada ley McCarran-Walter.
Quienes tramitan la naturalización deben demostrar «apego a la Constitución», y uno de los requisitos para ello es que en ningún momento de los últimos 10 años hayan sido miembros del Partido Comunista, abogado por el comunismo o «el establecimiento en Estados Unidos de una dictadura totalitaria». Aunque la ley ha sido modificada en diferentes ocasiones, la sección que establece esta veda se ha mantenido.
«Preguntar acerca de la membresía del Partido Comunista proviene de una preocupación política pasada de moda», dice Hershberg. «Es absurdo», agrega. «Pero cambiarlo realmente requiere que se apruebe legislación, voluntad política, y eso es muy difícil debido a las divisiones políticas».