Ser, parecer o actuar como un partido político no es un mandato de la Ley de Dios para cualquier tipo de confesión religiosa, católica o protestante, y la que así lo haga, aunque oculte sus intenciones en una interpretación interesada del evangelio, es farisaica.
El Sanedrín fue un nido de fariseos, deformadores del cristianismo y de la palabra redentora, por eso prefirieron a Barrabás, delincuente feroz y empedernido, que a Jesús. Sus intrigas contra el Maestro y sus enseñanzas, fue la primera gran conspiración contra los pobres. Sus consecuencias negativas llegan hasta nuestros días. También los preceptos positivos en su contra.
La jerarquía católica nicaragüense no debe ser, aparentar, actuar o creerse un partido político. Su obra pía, aunque se desarrolle en la arena política, no debería sobrepasar los límites del evangelio. Su ámbito es el de las almas y el espíritu por muy ligado que esté a los bienes terrenales del hombre, a su duro mundo real y a una visión cosmogónica muchas veces pecadora y deformante.
La Iglesia, y no solo la católica, debe regirse por los plazos de Dios, no el de los hombres, y mucho menos prejuzgar cuando se le concede el privilegio que ni siquiera tuvo Jesús con los romanos ni los judíos, de mediar y juzgar.
Antes que todo, Jesús fue el gran defensor de la paz pudiendo haber organizado legiones de combatientes que lo habrían librado de la Cruz y del Calvario. Es la misión eterna de los creyentes que representan a las tres religiones monoteístas en la sagrada Jerusalén.
Suenan mal las advertencias de la Conferencia Episcopal de Nicaragua: “Si los obispos evaluamos que no se están dando estos pasos, informaríamos al pueblo de Dios, a quien acompañamos, y les diríamos que así no podemos seguir y que no se pudo”.
Justamente definidas, esas palabras son una herejía farisaica, como también lo es inducir temas de negociación que solo competen a las partes civiles involucradas. Las religiones no deben ser tendenciosas, como tampoco lo fue Jesús aun cuando expulsó del templo a los mercaderes y enfrentó al poder político romano y fariseo.
Ninguna congregación feligresa tiene el derecho de Dios de ser juez y parte, y menos aún convocante y ejecutor del sacrosanto juicio final. La historia ya dio clases y enseñanzas de esa aborrecible práctica con los tribunales inquisidores.
Nicaragua quiere ser un país de paz, de armonía, y esa es el principal mensaje de la multitudinaria manifestación convocada en Managua no solamente por la Iglesia. No se debería ni tergiversar, manipular ni desnaturalizar con interpretaciones malintencionadas y lujuriosas. Hay más de 50 mil muertos en las bases de esa paz que con tanto sacrificio disfrutan los nicaragüenses.
La Iglesia no debe prejuiciarse y tomar bien en cuenta la denuncia del presidente Daniel Ortega de que “desgraciadamente los mismos que incitaron a la guerra antes ahora incitan nuevamente a la violencia”.
El teólogo brasileño Frei Betto decía en su último artículo titulado Francisco y los fariseos:
“Los fariseos son los burócratas de la religión. Según palabras de Jesús, “atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”. Les gusta que los demás los vean y los admiren, y predican lo que no son capaces de practicar. Insisten en vivir con rigor impecable, aunque transgreden los elementos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. “Cuelan el mosquito y tragan el camello”. Por fuera tienen una buena apariencia, pero por dentro son “como sepulcros blanqueados… llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”. Son capaces de saber si lloverá o habrá sol, pero “incapaces de leer las señales de los tiempos” (Lucas 12, 56).
Y remataba con una frase contundente e irrebatible: “El dios de los fariseos no se asemeja en nada al Dios de Jesús”.
No debe quedar dudas de que el Dios de Jesús es el Dios de los obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, sacerdotes, no políticos.
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