La inevitable derrota de los golpistas no ha impedido que continúen aferrados a la esperanza de revertir a última hora el derrumbe total de sus ambiciones. Por eso es que le ponen “tranques” al diálogo, habida cuenta de que es lo único que han hecho desde que empezaron su aventura sangrienta.
Sin nada que ofrecer en concreto al pueblo de Nicaragua y con la certeza de que se les vino estrepitosamente al suelo el “golpe suave” que prometieron triunfaría en pocos días, los tranques han sido su último bastión para intentar paralizar completamente el país.
Pero los adoquines, un símbolo sandinista de la guerra contra el sanguinario dictador Anastasio Somoza Debayle, se negaron en esta ocasión a pasarse al lado de la derecha enceguecida por el odio, y solo han servido como retén de los mismos que los pusieron en su absurda reedición de la insurrección popular de 1979.
En las dos últimas semanas los tranques y barricadas empezaron a caer producto del hastío del pueblo impedido de movilizarse libremente, y de la deserción de los vándalos que los cuidaban y que dejaron de percibir la paga de 500 córdobas diarios que les garantizaban los golpistas encabezados por el MRS y sus ONG opositoras.
Masaya empieza a ser liberada por el pueblo sandinista organizado e ignoramos qué harán los complotados y traidores cuando sus muros artificiales hayan sido tumbados en su totalidad.
Aunque imaginamos que continuarán aferrados a su último asidero: el terrorismo. Los nicaragüenses hemos sido testigos en los últimos días de escenas dantescas. Una familia sandinista quemada dentro de su casa y dos militantes del FSLN cazados en las calles y luego sus cuerpos quemados y vejados.
Solamente a los guardias somocistas y a los Contras vimos realizar acciones tan divorciadas del humanismo más elemental. Lo que más asusta, es que estos actos demenciales provienen de individuos asistidos espiritualmente por obispos como Silvio Báez, Rolando Álvarez y Abelardo Mata, a quienes todos creíamos seguidores de Cristo.
La retorcida idea del MRS, sus ONG, sus obispos y sus sicarios, consiste –ya lo hemos dicho-, en provocar una respuesta violenta del gobierno del presidente Daniel Ortega a fin de gritar a los cuatro vientos que se trata de un genocidio. De inmediato invocarían el auxilio de sus padrinos imperialistas y europeos para sacar del poder al FSLN y de paso exterminarlo.
Pero aunque han hecho mucho daño y provocado mucho dolor por la sangre derramada, su odio no ha sido capaz de alcanzar a todos los nicaragüenses, que celebran como un gran triunfo la caída de cada barricada y la limpieza de los tranques. Es asunto de tiempo para que no quede ninguno. La paz está a la vuelta de la esquina.