La violencia no es lo normal

Los golpistas intentan hacer creer a la población que el país vivió su más amplia “normalidad” cuando estuvo sembrado de tranques y barricadas, robos, secuestros, torturas y asesinatos. Ahora, cuando la mayoría de actividades laborales, productivas, sociales, educativas y demás se han regularizado, rugen reclamando una situación catastrófica que solo ellos perciben.

Aparte de los asesinatos de policías, militantes y simpatizantes sandinistas, golpearon duramente la economía y la infraestructura, sin embargo, pueblo y gobierno se han propuesto reconstruir lo destruido en el menor plazo posible, aunque esto signifique una labor titánica.

Obispos, intelectuales de derecha, políticos liberales, el MRS, en fin, los golpistas frustrados, se niegan a aceptar que perdieron irremisiblemente y pretenden vender, sobre todo al exterior, una imagen de país convulso que dejó de existir desde que cayeron los tranques, que se convirtieron en verdaderos boomerang en contra de quienes los pusieron.

¿Por qué insisten en hacer creer que lo normal es la violencia en que habían sumido al país? Desde su lógica golpista, tienen razón. Era el escenario que venían preparando desde hacía más de una década y fue en esos días de terror cuando más a gusto se sintieron. Era el país que querían como preámbulo de su toma del poder.

El plan macabro de exterminio del sandinismo fracasó pese a la millonaria inversión en dólares que hicieron sus padrinos de Estados Unidos, Europa y empresarios locales, y por eso ahora tratan de distorsionar la realidad. Para ellos lo que ocurre no es normal, creyeron tener el triunfo en sus manos y sus ambiciones se les escurrieron como agua entre los dedos.

Pero existe una razón más para invertir, a ultranza, la realidad del país. Es quizás la más poderosa: mantener viva la posibilidad de una mayor injerencia extranjera –como la practicada por la OEA, Estados Unidos y algunas naciones latinoamericanas-, a fin de perturbar los esfuerzos por sacar a Nicaragua adelante.

La violencia e intolerancia como divisas de “normalidad”, llegan al extremo de rechazar al “Chocolatito” González y a desear que pierda durante su próximo compromiso. Román es sandinista y ha participado en marchas a favor de la paz, pero jamás ha proclamado el odio ni incitado a la violencia como sí lo hizo Denis Martínez, quien se solaza cuando en Estados Unidos le llaman “Mr. President”, en rememoración a una vieja aspiración que tuvo.

“Mr. President” nos recuerda que parece tener una forma particular de ver las cosas. Para Martínez es “normal” que la gente lo trate bien y es algo que hizo el presidente Daniel Ortega en Nicaragua. Hasta le pusieron su nombre al nuevo estadio de béisbol, mismo que mucha gente pide ahora sea cambiado.

¿Cómo pueden ver normalidad personas como Juan Sebastián Chamorro García, quien se quedó con las ganas de asumir la primera magistratura de la nación, a como se lo prometió el MRS a través de su familiar político, Edmundo Jarquín?

Ya tenían un gabinete formado tras “repartirse” los cargos en todos los poderes del Estado. Incluso tenían prometidas las divulgaciones y otros carnosos “huesos” en el triunfante gobierno.

Don Leopoldo Brenes y resto de cofrades no volverán a ver su “normalidad” quizás por mucho tiempo, tras destrozar su credibilidad ante sus devotos seguidores por convertir a la Iglesia Católica y sus templos en cuarteles golpistas, donde esconder armas de guerra, fue la acción más inocente que cometieron.

Ahora no hallan qué hacer para que el pueblo católico regrese a los profanados templos.

¿Podrán acaso sentir “normalidad” los vándalos asesinos que huyeron hacia Costa Rica y otros países a fin de escapar del brazo de la justicia? Estos delincuentes eran de los que más a gusto se sentían extorsionando, robando, vejando, torturando y asesinando en los tranques de la muerte.

¿Y los empresarios? Creyeron que podían sacar más dinero si apoyaban el “triunfante” golpe de Estado, que el que ganaban a manos llenas con el modelo impulsado por el gobierno del comandante Ortega. Están claros de que las reglas de juego económico empezaron a cambiar y eso es “anormal” para ellos.

A pesar de todo, son pocos. ¿Cuántos obispos hay en Nicaragua? ¿Cuántos sacerdotes? ¿Cuántos empresarios golpistas? La mayoría de partidos de oposición y las ONG que los apoyan son puras siglas sin pueblo que los respalde.

La mayoría de nicaragüenses queremos la paz. Lo repetimos: los culpables de crímenes, robos, secuestros, torturas y destrucción tienen que pagar sus delitos. No son muchos. El resto, dediquémonos a reconstruir el país. La violencia no es normal, es algo aborrecible, en particular cuando involucra hechos horrorosos como los cometidos por los golpistas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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