Armas, asesinatos, mentiras, dinero, compra de almas y todo lo que se les ocurrió. En los años 80, Nicaragua y su Revolución Popular Sandinista fue quizás el país más asediado por parte de Estados Unidos.
Fuimos la más grande obsesión del decrépito actor de cine Ronald Reagan, quien creía estar viviendo con nuestro suelo patrio uno de los malos filmes que escenificó, solo que aquí los muertos eran de verdad.
Dinero para La Prensa, para radios autollamadas “independientes” pese a depender de los dólares norteamericanos, para seminarios de formación de agentes opositores, para “captar simpatizantes” de la democracia, para las mujeres de la derecha, revistas, etc.
Por supuesto que los cientos de miles de dólares para cada grupo eran entregados bajo la farsa de que iban destinados para “organizaciones cívicas democráticas y no partidarias…”.
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