El nuevo entrenador del Madrid y su inseparable ayudante abren las puertas de su primera sesión a los aficionados en una jornada festiva a la que no acudió Bale.
El prólogo de la cabalgata de los Reyes Magos fue una romería a Valdebebas donde los niños madrileños, tan entusiasmados como sus padres, acudieron a ver el primer entrenamiento del Madrid a las órdenes de Zinedine Zidane. Se trata de una jornada extraordinaria, la única práctica del equipo que se celebra a puertas abiertas en todo el año, con motivo del tradicional agazajo infantil de la Epifanía. Miles de personas abarrotaron la campa. Por la megafonía, Michael Bublé cantaba Santa Claus is Coming to Town. Brillaba un cielo azul cuando por el túnel del estadio salió un hombre calvo de aire nervioso embutido en un chándal oscuro. El sol de la mañana resplandeció en su cráneo recién afeitado. Los peregrinos se revolvieron en sus asientos. Hubo un rumoreo histérico. Pero no. No era Zidane. Era su ayudante, su hombre de confianza, su amigo de la adolescencia, David Bettoni.
A más de 50 metros el ojo más agudo incurre en el error. El parecido físico entre el segundo y el primer entrenador puede llevar a equívocos. Bettoni se distingue por su actitud inquieta, por su inagotable giro de cuello, por su complexión, más enjuta, y porque es el que clava las picas. Hasta 12 picas clavó por todo el campo con una energía llamativa. Más de diez conos distribuyó por la hierba en su afán por ordenar el circuito de un ejercicio de posesión en espacio reducido. Bettoni habló con los más de diez auxiliares del primer equipo, hizo indicaciones a los recogepelotas, a los utilleros, a los preparadores físicos, a los médicos. El hombre es el que diseña las prácticas. Es el que lleva el pito y señala el comienzo y el final de las tareas. Es el factótum.
Zidane salió del vestuario con el pelotón de jugadores cuando el escenario estaba preparado. Hubo una ovación estruendosa. “¡Jameeeeees…!”, chilló un chaval. “¡Cristianooooo!”, llamó una niña. “¡Ramoooooos…!”, vociferó otro. No hubo cánticos. El estruendo verificó que los niños en edad de creer en la visita periódica de los Reyes Magos de Oriente no tienen ni idea de quién es Zidane. Lo conocen tanto como a Bettoni. Solo algún padre se levantó para aplaudir a la figura espigada, el perfil aguileño, elegante, del héroe de la final de 2002.
Bettoni le enseñó una carpeta indicándole las tareas que realizarían y Zidane asintió. Se metió las manos en los bolsillos y asistió con interés a los dos rondos, sobre todo al círculo que incluyó a Cristiano, Benzema y James. El primer jugador al que se dirigió fue Danilo, que le comentó que le dolía una pierna. Luego Bettoni ordenó un juego de posesión. Para terminar, dividió a los jugadores en tres grupos y organizó partidos en campo reducido, a dos toques. Con el peto rojo Cristiano, Cheryshev, Nacho, Modric, Benzema, Kovacic y Mayoral; con el azul, Arbeloa, James, Kroos, Carvajal, Vazquez y Casemiro. Sin peto, Marcelo, Varane, Jesé, Isco y Odegaard. Fuera por problemas físicos, Danilo, Pepe y Ramos y Marcos Llorente.
Bettoni contempló el horizonte con un pie apoyado sobre un balón. Zidane siguió los ejercicios metido entre los jugadores. Sin tocar nunca la pelota. De su boca, salieron pocas palabras. Apenas dio algunas instrucciones y no charló con ningún futbolista en particular. El trabajo sobre el césped duró una hora.
Solo Gareth Bale faltó a la sesión con el nuevo entrenador. Bale, el primer jugador al que llamó Rafa Banítez cuando lo nombraron el pasado junio, se había sentido protegido en el orden que acaba de desmoronarse. Su ausencia en el día de la romería de Reyes puede ser sintomática del malestar que, según fuentes del club, ha supuesto en su entorno la destitución de Benítez. La prensa británica publica hoy que el Manchester United prepara 100 millones de euros para contratarle el próximo verano.