Neymar, una de esas personalidades planetarias que no necesitan apellidos para andar por la vida, se sentó ayer a las cinco de la tarde delante del juez José de la Mata, imputado por estafa y corrupción entre particulares, delitos derivados de su fichaje por el FC Barcelona, consumado en junio de 2013 por un coste real de 94,8 millones de euros y un valor declarado de 57,1 millones.
El magistrado, ajeno a los 21 goles que ha marcado el delantero este año y a los 39 de la campaña pasada; ajeno a su palmarés internacional, ajeno al séquito que le asiste, y ajeno al brillo de su aura —que le acompañó desde el avión privado en que llegó a Madrid hasta la misma puerta de la sala de declaraciones, en el subsótano de la Audiencia Nacional— le llamó por su nombre completo: Neymar da Silva Santos Júnior. Y a continuación, una vez debidamente identificado, le explicó los derechos que le asisten como investigado, el eufemismo que sustituye al tradicional “imputado”: básicamente, el de no declarar contra sí mismo, lo que implica la posibilidad de no contestar las preguntas que se le hicieran o incluso mentir si entiende que eso le favorece.
Neymar dio explicaciones durante hora y media sobre los detalles de su traspaso al Barcelona, procedente del Santos de São Paulo. O al menos ofreció las explicaciones que pudo, ya que dijo no saber nada de sus contratos y se escudó en que los pormenores de estas gestiones siempre han sido cosa de su padre, que corroboró esta afirmación en su declaración, que se produjo tras la de Neymar. El jugador, asistido por el abogado Jesús Santos, antiguo fiscal de la Audiencia Nacional, respondió a las preguntas de su defensa, de la Fiscalía de la Audiencia Nacional y de los letrados del Barça, imputado en la causa como persona jurídica.