Entrevista con Leonardo DiCarpio

Su interpretación al límite en ‘El renacido’ puede darle su primer Oscar. En esta entrevista se muestra muy crítico con su sector.

 

Dicen que mamá DiCaprio llamó a su hijo Leonardo porque, llevándolo en su vientre, sintió cómo daba una patada delante de una pintura de Leonardo Da Vinci. Estaba llamado a ser artista, qué duda cabe. Pero, escuchándolo hablar hoy, parece raro que una de las estrellas más grandes del firmamento cinematográfico no diera la patada el día que su madre lanzó un papel al suelo o echó el vidrio en el contenedor de la basura orgánica. Leonardo DiCaprio está entregado, y de qué manera, a la causa medioambiental. Se ha gastado 3,6 millones de dólares (3,3 si lo pasamos a euros) en una casa ecológica en Battery Park, en Nueva York. Donó un millón de dólares (900.000 euros) para salvar el tigre asiático. Es miembro de la junta del World Wildlife Fund (WWF). Tiene una fundación con su nombre que se encarga de proteger a las especies en peligro de extinción y ha producido varios documentales para concienciar al público, algunos de ellos bastante buenos.

Pero aun así, llama la atención su insistencia en cada aparición pública o entrevista. ¿Qué le ha dado con el cambio climático a este hombre? ¿Por qué sólo habla de eso, incluso cuando se le pregunta por cuestiones personales o por sus películas? ¿Es una manera de evitar terrenos incómodos mucho más elegante que el veto a las preguntas íntimas (también presentes en esta entrevista, todo sea dicho)? ¿Será la crisis de los 40? ¿O quizá es que, si no fuera por los polos, el Titanic no hubiese chocado con un iceberg y su carrera sería total y absolutamente diferente?

Recibe, guapo a rabiar con traje gris y camisa blanca, a este periodista después de hacerle esperar, como toda estrella que se precie, casi una hora. La cita es en un hotel de Nueva York con unas vistas privilegiadas que atraen más su mirada que el entrevistador. Pero lo más curioso es esa actitud que despliega por momentos, como de joven emprendedor en plena sesión de networking y con algún tic nervioso. Está cruzando los dedos para que ese mundo, que seguramente aún lo mira con cierta reticencia, se lo tome en serio, y una de las formas que tiene planeadas para que eso se haga realidad es un documental sobre el cambio climático que está preparando.

“Cuando estaba en la escuela, soñaba con ser biólogo o actor. Al final acabó ganando la segunda opción, aunque después de Titanic [en 1997] decidí que necesitaba un descanso. Fue muy intenso, no el rodaje, que me encantó, sino lo que sucedió alrededor. Entonces me refugié en mi otra gran pasión, que era el medioambiente”, alerta. “Trabajé a largo plazo, conseguí financiación, me convertí en activista y creé una fundación. Te voy a ser sincero: si me paras por la calle, la única cosa de la que quiero hablar es del cambio climático”. ¿Me lo dice o me lo cuenta? “Lo que está sucediendo en este momento de la historia es uno de los puntos de inflexión más grandes que haya visto en mi vida. Las temperaturas del pasado julio fueron las más altas en los registros históricos. En Los Ángeles ha habido, en octubre, una ola de calor sin precedentes. Estamos en este gigantesco momento crítico y la cuestión es: ¿hasta qué punto? ¿Cuándo será demasiado tarde?”.

Antes de que podamos cambiarle de tema, se pone a explicar que ahora mismo está haciendo un documental sobre la cuestión en 15 países. “Estamos a punto de ir a India y a China. Espero que los expertos de cada campo me concedan entrevistas. Es el momento más loco de la historia desde que existen registros sobre las temperaturas”. Pausa: “Es mi gran pasión, algo en lo que he estado involucrado los últimos 15 años. Y no es que sea una época emocionante para hablar de ello, sino que es más bien aterradora. Yo voy a hacer todo lo posible para que la gente se conciencie y se involucre”. Y así todo el rato.

En realidad podríamos remontarnos bien lejos con esta vena naturalista. Sus documentales tratan de tiburones (Worst shark attack ever), vacas (Cowspiracy: the sustainability secret, en realidad es más bien sobre las carnes procesadas) y gorilas (Virgunga). Este último es, con diferencia, el más logrado. Y no hay que olvidar que, aunque pocos se acuerden y a él tampoco le guste reivindicarlo, su primera aparición en la pantalla fue, allá por 1989, en la serie de televisión La nueva Lassie.

Sin embargo, después de haber sido el lobo de Wall Street o haber interpretado a una auténtica bestia parda como Howard Hughes en El aviador, llega su papel salvaje definitivo con El renacido, la nueva cinta del mexicano de moda, Alejandro González Iñárritu (Birdman), cuyo estreno en España está previsto para el próximo 5 de febrero. En ella, interpreta a Hugh Glass, un hombre que, en la segunda década del siglo XIX, tuvo un hijo con una nativa americana y luchó contra los blancos para defender a su retoño. En este filme, DiCaprio gruñe, grita, jadea y apenas habla (cuando lo hace, es muchas veces en lenguas de nativos americanos). Es la época en que los primeros europeos se enfrentaban a esa nueva tierra, el Nuevo Mundo, y su entorno impenetrable. El actor pasa de la felicidad a la venganza y de ahí, a la revelación. Todo un reto interpretativo que, de paso, le enfrenta a su héroe personal: la madre naturaleza.

¿Cómo fue rodar un filme tan marcado por el paisaje? Es una película única y una historia muy lineal, radicalmente directa. Un hombre en manos de la muerte y de la naturaleza, que sobrevive a esos elementos, que encuentra su destino y, también, algo más profundo dentro de sí mismo. Pero, por otro lado, se desarrolla en un periodo de la historia de Estados Unidos que yo creo que nunca ha sido mostrado en cine: el momento en que este país era como el Amazonas, un terreno ignoto, cuando el capitalismo empezó a moverse hacia el Oeste. Era antes de la fiebre del oro y de la del petróleo; era la primera incursión del hombre blanco en la población indígena y su primer intento de llevarse las riquezas a Europa. Y claro, matamos los animales, reubicamos a los indígenas, nos follamos a sus mujeres y talamos los árboles.

Pero el propio Alejandro González Iñárritu asegura que, más allá de la cuestión histórica, esta película es sobre todo un camino emocional de un padre hacia su hijo. ¿Comparte esa idea? Esta película lo es todo. Es cierto que no hay apenas registros históricos de este periodo, pero esto va de hombres en busca de una vida, de una forma de sobrevivir. Así es mi personaje: un hombre al que la guerra le ha afectado profundamente, que se enamora de una mujer indígena y, juntos, tienen un hijo mestizo al que debe proteger. Su hijo es parte de esa raza que será diezmada sistemáticamente. Deben desaparecer y, cuando al final pierde al niño, lo deja todo y empieza una historia de venganza, que luego deja de serlo para convertirse en algo más poético y existencial, algo donde la naturaleza juega un papel determinante. Es lo más parecido a un documental que he hecho. Ha sido como penetrar en el corazón de las tinieblas. Sabíamos que entrábamos en algo que era una cosa y que, en algún momento, iba a convertirse en otra. Es muy difícil concretar de qué va todo, qué quiere contar o qué significa. Pero es lo más cercano a una épica poética que se haya visto en el cine reciente. No creo que aún se hagan muchas películas así. Hay muy pocos cineastas con el talento o el permiso necesarios. Pero Alejandro es uno de ellos. Que le dejen plantear el filme como una obra de arte y le den un presupuesto tan elevado como este es algo excepcional.

¿Es esta también la visión más realista de los nativos americanos? ¿Era ese el mensaje que más le interesó? Hollywood ha sido ignominiosamente racista con la población indígena de Estados Unidos. Los ha tratado como una caricatura formada por entes etéreos y espirituales. Aquí son personas reales que intentan sobrevivir como pueden. Son personajes de carne y hueso, honorables en muchos sentidos, pero también tienen sus defectos. Y también hay un mensaje medioambiental interesante, aunque no sea lo más importante. Me gustaría hacer la gran película de nuestro tiempo sobre medioambiente, pero es muy complicado encontrar algo que no parezca forzado o amanerado. Es difícil encontrar un guion magistral y que a la vez conciencie a la gente sobre el deterioro ambiental a través de este gran arte. No haría una película sobre el medioambiente sin más: sigo esperando el título definitivo sobre el tema. De la misma manera que hice esta película por mucho más que su posible mensaje sobre la necesidad de preservar el entorno.

Al actuar de esta manera tan visceral, casi animal, ¿ha rescatado el método intuitivo de interpretación de cuando era un niño prodigio del cine, en la época de ¿A quién ama Gilbert Grape? (cinta por la que consiguió en 1993 la primera de sus cuatro infructuosas candidaturas al Oscar), o ha ido desarrollando con el tiempo un método más racional? He aprendido mucho a lo largo de los años. Cuando eres muy joven y logras trabajar con gente fantástica, te afecta. Te preparas para estar a su altura y eso te cambia. Tenía 15 años cuando trabajé con Robert DeNiro [en Vida de este chico, en 1993], y antes de llegar al set vi todas sus películas a modo de investigación. Descubrí lo específico que era, los momentos que extraía de detalles muy pequeños. Cambió mi vida.

También fue importante cuando trabajé con Daniel Day-Lewis en Gangs of New York [2002]. Para mí, es el mejor actor vivo. Luego, como soy amante del cine y me gusta que se hagan las mejores películas posibles, le puse en contacto con Steven Spielberg para que interpretara a Lincoln como nadie más podía [Lincoln, de 2012, fue la única película de Spielberg en recibir un Oscar al mejor actor]. Y como cualquier artista, también vas probando cosas nuevas. Algunas llevan más preparación y otras son más cuestión de saber reaccionar. En esta película he preparado poco, si te soy honesto. Pero tenía que lidiar con los elementos de la naturaleza, que es un personaje indomable, y eso sólo podía hacerlo sobre el terreno. Como la naturaleza también cuenta la historia, debía reaccionar a ese entorno. No se podía planear mucho. Es una forma muy primaria de contar algo. No hay casi diálogo, y contar un relato interior con muy poca articulación verbal era un reto muy interesante. Nunca había tenido la oportunidad de hacer algo así.

Suena a Oscar otra vez. Venga [ríe]. Lo bueno de todo esto de los premios es que nunca depende de mí. Yo todo lo que intento es hacer buenas películas. Y me siento muy afortunado de poder seguir haciéndolas. Con lo que ha cambiado el cine… Mire Netflix, iTunes, HBO… Hay muchos factores que están transformando la forma de hacer cine. Y va a seguir cambiando. Yo sólo quiero seguir participando en obras de arte que tengan buen presupuesto y que perduren. No sé cuántas oportunidades vamos a tener para seguir haciéndolas. Sólo una o dos películas de alto presupuesto pueden considerarse arte al año, y siento que en los últimos tiempos yo he hecho algunas de ellas. No sé de cuántas más voy a poder formar parte. Siempre va a haber un público concreto para según qué cineastas: Alejandro [Iñárritu], Martin [Scorsese] o Quentin [Tarantino], por ejemplo. Pero cada vez es más difícil.

¿También es cada vez más difícil ser famoso en el mundo de hoy, con todas las vías de acceso a la intimidad de las personalidades públicas? Ha cambiado mucho. Pero yo también. Cuando tenía 21 años, que fue mi primera experiencia con la fama, me parecía todo muy extraño. Era como estar en mi propia película. Ahora estoy más acostumbrado, porque realmente forma parte de mi vida, aunque también es cierto que jamás llegas a sentirte completamente cómodo en determinados ambientes. Es muy raro que tu vida se convierta en un Show de Truman, con cámaras por todas partes. No importa que no lleves vida de famoso. Si hay un evento, tienes 20 cámaras enfocándote, y eso pasa al dominio público casi inmediatamente. Nunca antes había ocurrido eso.

Pero la fama le llegó muy temprano. ¿Se acuerda más o menos de cómo era ser una persona normal? Era todo mucho más sencillo que ahora. Era estar aislado en mi barrio. Es curioso, porque vivía en Los Ángeles, pero la industria del cine no estaba presente en nuestra casa. Aunque mi hermano era un actor ocasional, nunca me sentí parte de ese mundo. Si no fuera porque estaba muy presente en las ambiciones del resto, creo que nunca lo hubiese deseado. A veces lo echo de menos, pero he podido hacer muchas cosas como artista. Ese es el precio a pagar.

Entre el acoso y el compromiso, ¿qué queda para la diversión? Sí, claro [habla, por primera vez, con una mirada pícara]. Desde luego, encuentro maneras de divertirme. Vaya si las encuentro.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *