El proceso de destitución de Dilma Rousseff ha propiciado una cascada de reacciones de los líderes regionales.
La convulsión política en Brasil no le es ajena al sur del continente americano. Pese a que los líderes de la región siempre han tenido más simpatías por Lula que por Dilma Rousseff, en buena medida por tener aquel una visión más integracionista, la forma en que se ha tratado el proceso de destitución de su sucesora ha propiciado una cascada de reacciones: el apoyo incondicional del eje bolivariano, que siempre vio en el gigante brasileño un fiel aliado, económico, pero sobre todo político a la revolución bolivariana; la inquietud sobrevuela estos días Argentina, el gran socio y cliente de Brasil; otros países, como Colombia, no han querido pronunciarse en público aunque de puertas para dentro nadie niega la preocupación por las consecuencias de la jornada de hoy.
«Si Brasil estornuda, Argentina tiene una neumonía, estamos unidos para siempre», suele repetir la canciller argentina, Susana Malcorra. El presidente, Mauricio Macri, ve cómo la industria argentina, en especial la del automóvil -hoy visita una gran fábrica de General Motors en Rosario- sufre por Brasil. Argentina y Macri necesitan que Brasil resuelva cuanto antes su crisis o la recuperación será mucho más difícil. El Ejecutivo de Macri está ansioso por encontrar una salida pero se mueve con cautela. Malcorra reconoce a EL PAÍS que algunos países -no cita ninguno pero es evidente la posición de Bolivia, por ejemplo- han intentado aplicar la cláusula democrática en Unasur o Mercosur para frenar el impeachment a Rousseff. Pero esa no es la posición argentina, y de hecho su resistencia a llegar tan lejos ha frenado las maniobras del llamado eje bolivariano. «Debemos hacer cosas que ayuden y no que compliquen aún más la situación», explica Malcorra, que cree que tomar postura de forma tan fuerte agravaría la crisis interna. Macri ha hablado varias veces con Rousseff y le da su apoyo, aunque sin mojarse demasiado ni hablar de «golpe», como hace Evo Morales.
Macri se encontraría ideológicamente más cómodo con el vicepresidente Temer pero el Gobierno argentino tampoco ve como ideal esa salida porque cree que un gobierno no elegido por las urnas sería débil y prolongaría la dramática crisis brasileña. Argentina, que se ve así entre dos males, ha decidido esperar y ver pero con una creciente inquietud. En público, Macri pide calma y apuesta por respetar los procedimientos constitucionales brasileños. En privado, se admite que si Brasil se hunde se puede llevar a Argentina detrás, o al menos retrasar mucho la recuperación.Todo lo que pasa en Brasil es para los argentinos política interna, y los medios de este país narran cada nuevo detalle a diario, casi como si fuera su propia presidencia la que estuviera en juego.
El eje bolivariano, el más golpeado por los nuevos aires que soplan hacia la derecha en la región, ha tratado de buscar oxígeno en la crisis brasileña. El caso más evidente es el de Venezuela. La enérgica defensa del Gobierno de Brasil es la contraprestación de Caracas a los fuertes lazos que unen a ambos gobiernos desde la presidencia del antecesor de Rousseff, Luiz Inacio Lula da Silva, informa Alfredo Meza desde Caracas. Lula fue un gran apoyo en los momentos más críticos de Hugo Chávez, ideólogo del socialismo del siglo XXI, y en muchas ocasiones abogó por la revolución bolivariana en los foros internacionales.
Desde que comenzaron las protestas contra Rousseff, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha sugerido reiteradamente que estaba en marcha un golpe de Estado contra la izquierda latinoamericana. Férreo crítico del juicio su homóloga brasileña, el mandatario, que desde que perdió las elecciones parlamentarias del pasado diciembre trata de socavar el poder de la Asamblea Nacional en su país, ha llegado a decir: “La derecha del continente desconoce la soberanía popular, ¿pretenden desaparecernos?”. En la misma línea, la canciller, Delcy Rodríguez, considera que el juicio a Rousseff pretende “desconocer la voluntad del pueblo brasileño”.
Evo Morales, a quien los bolivianos dieron la espalda el pasado febrero al rechazar la posibilidad de que se vuelva a presentar a unas elecciones –lo que aceptó sin concesiones-, buscó en vano el rechazo de Unasur al juicio a Dilma. El secretario general, Ernesto Samper, sí ha criticado el impeachment –“lo que está ocurriendo es un linchamiento a la presidenta”, ha asegurado-, pero el organismo de integración sudamericano impulsado por Chávez, con el indiscutible apoyo de Lula, no ha se pronunciado en bloque sobre la crisis.
Para que eso ocurra tiene que haber unanimidad de todos sus miembros. Si no la hay, en parte, es por las posiciones neutrales de países como Colombia. El Ejecutivo deJuan Manuel Santos ha preferido mantenerse al margen públicamente, aunque desde la Cancillería no obvian las consecuencias que podría tener la salida de Dilma de la presidencia. Brasil siempre ha apoyado a Colombia en el proceso de paz con las FARC y es uno de los aliados en las conversaciones con la segunda guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional (ELN). El Gobierno de Dilma acompañó el inicio de las mismas y es una de las sedes acordadas para cuando arranquen las negociaciones formales.
Si en otras ocasiones, como en la crisis política de Venezuela, se ha mantenido cauta, en esta ocasión la presidenta chilena, Michelle Bachelet, ha sido tajante en su respaldo a Rousseff. “Creo que es una mujer honesta y responsable, que está haciendo lo mejor posible para Brasil”, aseguró la mandataria, quien no negó su “admiración” por su homóloga.
Los ojos de Sudamérica están puestos este miércoles en Brasil. El antecedente más reciente que se asemeja al proceso de destitución de Rousseff fue el que se vivió con Fernando Lugo en Paraguay hace cuatro años. Del respaldo masivo antes del juicio político se pasó, tras la salida del mandatario, a la tímida protesta. Brasil es otro mundo. Su gigantesco tamaño, los importantes lazos con sus vecinos y el peso político en la región auguran otra reacción.