Muere el último superviviente de la conjura que mató al dictador Trujillo

El militar Antonio Imbert Barrera, de 95 años, disparó en el pecho al déspota dominicano la noche del 30 de mayo de 1961.

 

Hay vidas que requieren décadas e incluso siglos para brillar y otras que se catapultan en un solo instante. La del militar dominicano Antonio Imbert Barrera, fallecido el pasado 31 de mayo a los 95 años, fue de estas últimas. Su paso por la historia quedó sellado a las 21.45 del 30 de mayo de 1961. Esa noche, en el kilómetro 9 de la cálida carretera de Santo Domingo a San Cristóbal, Imbert fue el hombre que ultimó de un tiro en el pecho a Rafael Leónidas Trujillo, el dictador absurdo y feroz que desde 1930 hasta la hora de su muerte tiranizó a la República Dominicana.

El complot en el que participó Imbert, soberbiamente narrado por Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo, fue un acto desesperado para acabar con una de las mayores aberraciones sufridas por el Caribe. Trujillo, anticomunista y narcicista compulsivo, había construido un régimen de terror donde el crimen, la tortura y la delación sustituyeron a la ley. Apoyado en un principio por Estados Unidos, sus excesos, su depravación sexual y el esperpento idólatra que promovía acabaron por avergonzar al mismo gigante del norte y desencadenaron, posiblemente con apoyo de la CIA, el lance a vida o muerte de los nueve conjurados.

Aquella noche, Imbert, al que todos creían un trujillista, conducía uno de los tres coches que aguardaban el paso del Chevrolet celeste, modelo 57, en el que viajaba el dictador. Sentado en la parte posterior derecha, Trujillo tenía a su alcance una maleta repleta de billetes y tres ametralladoras. Consigo portaba también un revólver del calibre 38. Viajaba sin escolta. Sólo le acompañaba el chófer.

Imbert fue el primero en dar alcance al Chevrolet. Una vez a su altura, los rebeldes dispararon a mansalva. El conductor de Trujillo frenó bruscamente. Situados uno frente a otro, se inició un largo tiroteo en el que los conjurados llevaron las de ganar. Cuando en las postrimerías de la refriega, Imbert se acercó al vehículo presidencial, se encontró al tirano tambaleando. “Venía de frente hacia mí, con pasos arrastrados, quejándose como un moribundo”, explicaría años después. De un disparo en el pecho, según su propio testimonio, lo fulminó: “Cumplimos con un deber patriótico al eliminar a esa bestia humana”.

Tras el atentado, Imbert buscó refugio en casa de unos amigos de la familia. Durante seis meses, mientras se desataba una sangrienta represión, permaneció oculto. Con el exilio de la parentela de Trujillo, volvió a la luz y prosiguió con su actividad política. Derrocó al Gobierno de Juan Bosch en 1963, fue presidente de facto en 1965 y el 21 de marzo de 1967 sufrió un misterioso atentado del que salió por su propio pie. Bisnieto del prócer de la independencia dominicana y nombrado general vitalicio, culminó su carrera como ministro de las Fuerzas Armadas en el Gobierno de un antiguo prohombre de Trujillo, el camaleónico y eterno Joaquín Balaguer (1906-2002).

Imbert, que nunca gozó de la simpatía de la izquierda, murió a la una de la madrugada en su residencia familiar. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de la Puerta del Cielo. Un batallón le rindió honores. Era el último superviviente de los conjurados que mataron a Trujillo.

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