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El pasado lunes, el presidente Nicolás Maduro dio la primicia de la reunión que surgió al margen de la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) entre la canciller Delcy Rodríguez y el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, y expresó que está listo «para reponer las relaciones a nivel de embajadores».
Kerry, quien aseguró que la reunión con la diplomática venezolana no fue cálida sino respectuosa, dejó claro que en el marco de la ruta para buscar la distensión abordarán una «agenda más completa» que «ayude a ir más allá de la vieja retórica».
Porque la «vieja retórica» ha sido cáustica. Desde la llegada de la Revolución Bolivariana, encabezada por el presidente Hugo Chávez, la tirante relación de Miraflores y la Casa Blanca puede resumirse en: señalamientos por injerencia hechos por Venezuela respondidos por EE.UU. con más provocaciones. La situación no ha sido distinta durante el gobierno del mandatario Nicolás Maduro.
El inicio de la novela
«Esta es una especie de novela de largo aliento que hemos vivido, por lo menos, en los últimos 15 años, y, aunque ha tenido unos capítulos interesantes de acercamiento, es una historia que no termina de cuajar», considera el internacionalista Oscar Lloreda en entrevista a RT.
La «novela» empezó, al menos en la esfera pública, desde el golpe de Estado perpetrado contra Chávez en 2002. El intenso lobby de Washington en la OEA para avalar el gobierno dictatorial de Pedro Carmona y la «visita de cortesía» que hizo el embajador de EE.UU. en Caracas al empresario golpista, mientras el líder bolivariano permanecía secuestrado, abrieron una herida incurable.
«Cuando se analiza la actitud de EE.UU. contra Venezuela se nota que ha sido excesivamente agresiva, demasiado directa, evidente y frontal», agrega Lloreda. Tan abrasiva que ha implicado acciones como la suspensión de visas a funcionarios de seguridad de Chávez (2005), acusaciones infundadas sobre supuesta colaboración de Venezuela con las FARC (2011), sanciones unilaterales a funcionarios venezolanos vinculados al gobierno (2014) y hasta un decreto que declara al país como una «amenaza inusual y extraordinaria» para la seguridad norteamericana (2015).
Venezuela, por su parte, tomó decisiones como la expulsión del máximo representante de Washington en Caracas, Patrick Duddy (2008); la negación del placet al candidato a embajador Larry Palmer (2010), bajo el argumento del rechazo de las actitudes injerencistas del gobierno estadounidense; y la salida del país de la encargada de negocios, Kelly Keiderling (2013).
Si tuviera que decir una palabra para calificar ese acercamiento es ‘escepticismo’
«En estos momentos habrá que preguntarse, más bien, qué es lo que hace que se abra de nuevos este espacio de diálogo», considera Lloreda, quien estima que la decisión se debe a tres factores: la necesidad de distensión, el cambio en la correlación de fuerzas en los países de la región y un cambio táctico por parte de Washington.
El escepticismo campea
Para el analista internacional, este nuevo acercamiento no es sinónimo de que exista un acuerdo o negociación entre Caracas y Washington, sino un juego político que exige un cambio de estrategias.
Las recientes victorias diplomáticas de Venezuela en escenarios como la OEA, considera Lloreda, han sido claves para abrir el compás «hacia un proceso de distensión», porque EE.UU. ha fracasado -por el momento- en sus intentos de presionar, aislar, sancionar y promover una intervención directa en el país suramericano.
«No se puede pecar de ingenuidad. Establecer estos canales de diálogo no significa que EE.UU. renuncie a sus plan estratégico de colapsar el modelo bolivariano; debe ser interpretado más bien como un cambio táctico en el despliegue de sus recursos para alcanzarlo», sostiene.
Establecer estos canales de diálogo no significa que EE.UU. renuncie a sus plan estratégico de colapsar el modelo bolivariano
La modificación de la configuración política en la región, que ha surgido tras las elecciones en Argentina y el golpe parlamentario en Brasil, le hacen suponer al analista que el gobierno norteamericano ya no está interesado en encabezar directamente la arremetida contra Venezuela, sino en utilizar para ello a sus nuevos aliados.
«Si tuviera que decir una palabra para calificar ese acercamiento es ‘escepticismo’ porque, incluso si se logra la restitución de embajadores, eso no va a significar que cesen las presiones», agrega.
El interlocutor: Mr. Shannon
El subsecretario de Thomas Shannon, de 58 años, tendrá la tarea de ser el interlocutor del gobierno norteamericano con una comisión que no ha sido definida aún por Miraflores. Sin embargo, no es una labor que ejerza por primera vez.
Hace poco más de un año, Shannon fue la figura designada por Washington para sentarse a limar asperezas con Caracas. El diplomático llegó a Venezuela en abril y se reunió no solo con la canciller Rodríguez, quien le exigió la derogación del decreto de Obama, sino con voceros de la derecha.
La labor de mediación continuó en junio de 2015 en Haití. El resultado visible de esa reunión fueron tres fotos que mostraban a un sonriente Shannon junto al entonces presidente Michell Martellí, la canciller Rodríguez, el diputado Diosdado Cabello y el encargado de negocios de Venezuela, Maximilien Arveláiz. Pero nada más.
Para Lloreda, el hecho de que sea Shannon quien nuevamente represente a EE.UU. «no demuestra la mejor voluntad» de que el proceso de normalización de las relaciones avance y mucho menos «un cambio real de la política».
«No solo en Venezuela, sino en otros países, Shannon ha cumplido una función asociada a los procesos de desestabilización y si a eso se añade que su trabajo no llegó a buen puerto, las señales no son las mejores», considera Lloreda.
Según declaraciones de Kerry, reseñadas por El Universal, Shannon viajará «tan pronto como sea posible» al país suramericano en el que vivió y donde nació uno de sus hijos, para tratar de «trabajar sobre la vía bilateral».
Nazareth Balbas