“Resisto (…) y resistiré siempre.” Cinco años después de iniciado su primer gobierno, Dilma Rousseff se presentó ayer ante el Senado para pronunciar un alegato de trascendencia histórica. No estaba obligada a hacerlo, pues su defensa puede ser presentada por el abogado patrocinante José Eduardo Cardozo, pero quiso estar en persona ante quienes la juzgan, dijo, “por delitos de responsabilidad (de Estado) que no cometí (…) no tengo cuentas en el exterior, no me enriquecí con dinero público”.
“Vengo para mirar directamente a los ojos a vuestras excelencias y decirles que no tengo nada que esconder” disparó al abrir su discurso inicial de 44 minutos ante un recinto colmado y silencioso.
Al arribar por la mañana al Palacio Legislativo, junto a Luiz Inácio Lula da Silva, con quien había ajustado los últimos puntos de su estrategia, recibió un ramo de rosas rojas de parte de senadores del Partido de los Trabajadores.
El cantante Chico Buarque viajó a Brasilia para respaldar la continuidad democrática y asistió a la sesión en las galerías del Legislativo junto a Lula, el presidente de la Central Unica de los Trabajadores Wagner Freitas y el líder de los Trabajadores Sin Techo Ghilherme Boulous.
Dilma recordó haber enfrentado con las armas a la dictadura en los años 70 cuando, igual que lo hizo ayer, les clavó la mirada a los jueces de un tribunal de excepción que se taparon el rostro para no ser registrados por un fotógrafo.
Agradeció la presencia de Chico Buarque y citó aquella foto en blanco y negro que le tomaron a los 22 años en una base militar de Río de Janeiro y agregó que ahora “casi a los 70 años (…) no esperen de mí el silencio cómplice de los cobardes ante quienes quieren atentar contra la democracia (…) Voy a resistir para despertar las conciencias adormecidas”.
Posiblemente haya sido el último discurso ante el Parlamento de una presidenta que esta semana será destituida por una holgada mayoría de senadores, adscriptos a la estrategia destituyente que iniciará el ciclo del Brasil post democrático admininistrado por un gobierno “usurpador” a cargo de Michel Temer.
Según un sondeo publicado en la noche del lunes por el diario O Globo, los simpatizantes del impeachment tienen 53 votos, contra 19 de los aliados de Dilma y 10 que no revelan su posición.
La ley del impeachment establece que para determinar el fin del mandato de un jefe de Estado se requiere una mayoría especial de 54 de los 81 miembros de la Cámara alta.
Durante una sesión iniciada a las 9.54, que continuaba al cierre de esta crónica a las 21.40, Rousseff sostuvo que el “golpe de Estado” en curso tiene como verdaderas beneficiarias a las elites que “nunca apostaron a la democracia”.
Altiva, indignada, habló hacia los miembros de la Cámara alta convertidos en jueces del impeachment para persuadirlos de votar por su inocencia y restitución al cargo del que fue separada el 12 de mayo pasado. Detalló la falta de pruebas que respalden las imputaciones que se le hacen de haber violado la Ley de Responsabilidad Fiscal y la de Presupuesto, a través del maquillaje de las cuentas públicas en 2014, el año en que fue reelecta en un ballottage ajustado frente a Aécio Neves.
Reiteró que si regresara al gobierno convocará un plebiscito para consultar a la sociedad sobre la realización de elecciones anticipadas y, de obtener una opinión favorable, las realizará en breve.
Pero debajo de ese pronunciamiento factual, destinado a salvar su mandato, flotaba un subtexto con ambición de futuro en el que se dirigió a los militantes reunidos ayer frente al Senado, en la avenida central de Brasilia, a la misma hora que otros grupos eran reprimidos por la policía militarizada de San Pablo.
Rousseff también habló pensando en las posibles luchas que vendrán para restablecer la democracia a punto de ser derrotada. “Voy a resistir para despertar las conciencias aún adormecidas y para que todos juntos quedemos del lado correcto de la historia, no lucho por mi mandato ni por apego al poder, como hacen los que no tienen carácter ni tienen utopías.”
Se refirió al actual impeachment como otro de los momentos de degradación vividos por Brasil desde mediados del siglo pasado. Y dentro de esa línea argumentativa situó a la campaña orquestada por la derecha para acabar con el gobierno de Getúlio Vargas, quien finalmente se suicidó en 1954 y el golpe de Estado que derrocó a Joao Goulart en 1964.
La mano de Dios
“Ella estuvo muy bien, firme, dijo lo que tenía que decir” comentó Lula, de saco y camisa sin corbata, durante uno de los intervalos de la sesión, cuando aseguró no haber perdido la “esperanza” de remontar los votos y lograr la restitución de su compañera.
La senadora Vanesa Grazziotin, del Partido Comunista, reforzó las palabras del ex mandatario cuando comentó que “todavía estamos conversando para sumar más votos”. Una fuente legislativa del PT dijo a este diario que “las posibilidades son muy, muy remotas, pero todavía nos puede salvar la mano de Dios”. Se refería a las conversaciones que ayer mantenía Lula con senadores para convencerlos de que revisen su voto por el impeachmente y se inclinen por Dilma.
Yo acuso
Rousseff dejó para algunos correligionarios, como el aguerrido senador petista Lindbergh Farias, las afirmaciones más vehementes sobre cómo fue montada la “arquitectura de la conspiración”.
Así, mientras ella mencionó la “complicidad” de los medios con el plan destituyente, Farias completó la denuncia diciendo: “Yo acuso a la red Globo, que hace tres años pidió disculpas por apoyar a la dictadura y ahora se embarca en otro golpe”.
Mientras era acompañado por el gesto de aprobación de Rousseff, Farias agregó: “Yo acuso a las elites que sabotearon la política externa independiente y además quieren entregar los pozos (petroleros en la zona de ) presal a las compañías extranjeras”.
Esa afirmación del senador petista, quien antes había mencionado la complicidad del gobierno de Temer con la multinacional petrolera Chevron, fue rubricada por Rousseff cuando dijo que “acá también están en juego los grandes pozos descubiertos en la zona de presal”, dotados de unos 60 mil millones de barriles de crudo.
Dos senadores conservadores, Ronaldo Caiado y el pastor evangélico Magno Malta, cuestionaron ayer la diplomacia petista, especialmente las relaciones con América latina y el apoyo a Cuba para la construcción del Puerto de Mariel, que fue financiado por el estatal Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social.
Dilma recogió el guante dejado por Caiado y Malta, conocidos como congresitas propensos a ser mandaderos oficiosos de la Embajada estadounidense, ante quienes hizo una defensa de la “insersión soberana de nuestro país en el mundo y de la política externa autónoma, no imperialista” implementada en las gestiones petistas.
“Sí (…) hace un tiempo era delito apoyar la construcción de Mariel (eso cambió) desde que Obama visitó Cuba, y hoy vemos que Mariel es un puerto disputado por los norteamericanos y europeos”.