El poeta polaco Adam Zagajewski, premio Princesa de Asturias de las letras

El comunismo prohibió la edición y distribución de sus obras en Polonia, por eso marchó al exilio en 1982. Primero a París y después a EEUU.

El poeta Adam Zagajewski es un ensayista poderoso. Un escritor de memorias contundente y fino. Un exiliado de aquí y de allá. Un ucraniano de lengua polaca. Tiene la cadencia de un solo de trompeta, la melancolía de Chet Baker cuando ésta nace ya vencida, que es casi siempre. Atrás dejó los días de urticaria política, los años 70 inflamados de consignas, rechazos, disidencias y otros resplandores. Sobre aquel suelo y otros tantos paisajes ha levantado su escritura, construyendo un territorio singular donde limita al norte con la gran poesía polaca (de Herbert a Szymborska) y al sur con la tradición europea y estadounidense, del romanticismo al modernismo anglosajón.

El comunismo prohibió la edición y distribución de sus obras en Polonia, por eso marchó al exilio en 1982. Primero a París, después a EEUU. Nunca ha dejado de ser un poeta desplazado, un trashumante más por necesidad que por destino. Su nombre suena desde hace algunos años para el Premio Nobel, pero es el Princesa de Asturias de las Letras, dotado con 50.000 euros y una escultura de Joan Miró, el que ha puesto el foco en la obra necesaria de Zagajewski. «La verdad es que sí me siento, por muchas razones, un desplazado. Los avatares de la URSS me convirtieron en un sintierra, más o menos», dijo hace unos años a este periódico con su cadencia de hombre tranquilo. «Pero no por eso me siento infeliz. Mi siglo es este siglo, el XXI. El resto quedó atrás. Yo vivo con igual intensidad cada uno de los momentos que me ha tocado vivir».

Casi toda su obra en español está publicada por la editorial Acantilado. Libros de poemas como Deseo y Antenas. O ensayos como En defensa del fervor, Dos ciudades o Releer a Rilke. Sus poemas se deslizan como una fibra que fuera renuncia también. De ellos ha desterrado lo inservible, el cascabel. Nacen de una cierta invitación a la condena de la soledad. Muchos de los versos publicados en los últimos año los escribió en Houston, donde impartió clases -ahora lo hace en Chicago-. «Allí, en Houston, viví momentos muy felices, y muy fructíferos literariamente. Quizá se debiera al tremendo contraste de paisajes. ¿Se imagina para un hombre de un pequeño pueblo de Polonia lo que supone despertarse en Houston? Pues más o menos así me sucedía a mí. Y quizá esa sensación de extrañeza es la que me llevó a pensar y entender mejor los detalles de mi juventud, la complejidad de los avatares de mi país», subraya.

Adam Zagajewski cree sin fisuras que la poesía goza de un valor extra cuando la sociedad está en un intenso desconcierto, en una descompensación entre la realidad y la ansiedad por el futuro. Una sociedad que cada vez se emparenta más en su extrañeza, casi en la agonía de un modelo de burguesía que se desintegra. Pero no es de los que se lamen las heridas. Gasta una ironía que se deja ver también en la turbadora precisión de su escritura: limpia, directa, honda sin perder sus lugares de sombra, su incertidumbre, su misterio, su renuncia a lo superficial. «La poesía es para mí un exorcismo. Pero también una terapia, una forma de entender mejor el mundo», dijo en alguna ocasión.

No estáis, y por eso llevaremos a partir de ahora una doble vida,/ en la luz y en la sombra a la vez, en el sol estridente del día,/ en la frescura de los pasillos de piedra, en el duelo, en la alegría. Su obra, de algún modo, es un intento de mantenerse a salvo de los asaltos de un mundo zascandil y mediático donde el ruido adquiere una autoridad insospechada contra la necesidad de detenerse, de mirar, de intentar comprender, de no tener siempre razón y tampoco pretenderlo. En las cosas de Zagajewski anida esa contemplación de lo pequeño que ayuda a decir, que permite dar una forma completa a al vida sin necesidad de levantar a pulso una verdad irrenunciable. De ahí su delicadeza. De ahí su misterio. De ahí su intensidad.

Desde los poemas nos habla este autor de entretierras que ha hecho de su aventura una excepción que compartir. No está del lado de lo desolador, sino de la incertidumbre y del asombro. Eso hace de su palabra una herramienta para enfrentarse al horror de tiempo que deja ver en su galope una grieta de enormes dudas sobre el destino, el itinerario o la meta de la carrera. «Pero también nosotros conocimos la soledad/ y el temor, y deseamos la poesía».

Funete: El Mundo

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