Argentina juzga uno de los mayores escándalos de pedofilia en la Iglesia

En el seminario arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo, en la ciudad argentina de Paraná, había internos que pasaban las noches en vela, aterrados. Sus pesadillas eran reales y tenían nombre y apellido, Juan José Ilarraz, el prefecto de disciplina entre 1985 y 1993.

 

 

«Se metía dentro de las camas de los muchachos y abusaba de ellos, casi ni dormían por temor a vivir esas situaciones», dice el exalumno del seminario José Francisco Dumoulín. Es uno de los 71 testigos citados por el tribunal de Paraná en el juicio que arranca este lunes contra Ilarraz. El sacerdote deberá responder por las acusaciones de abusos sexuales a siete menores de edad, aunque se sospecha que las víctimas fueron decenas.

Ilarraz tenía bajo su tutela a los niños y adolescentes que estudiaban en la escuela secundaria orientada al sacerdocio. Según los testimonios, escogía a sus víctimas entre aquellos alumnos del interior de la provincia que vivían en el internado desde los 12 años. La mayoría tenía vínculos escasos o conflictivos con su familia. «Elegía a los más vulnerables», asegura Dumoulín, quien entró en el seminario en 1993, justo después de que las autoridades eclesiásticas se enterasen de los abusos y decidieran enviarlo a Roma. Como ejemplo, cita a la primera víctima que le contó lo que le había sucedido: «Había fallecido su papá e Ilarraz se acercó a él, intentó reemplazar la figura paterna para aprovecharse de él».

«Éramos gurises (niños). Salíamos de los campos, de las aldeas, de pueblitos perdidos en la provincia, con la esperanza de tener otro proyecto para uno, una vida distinta», declaró a Clarín una de las víctimas, Fabián Schunk. «Fueron momentos muy duros para todas las víctimas. Momentos de soledad, porque entre nosotros no hablábamos. No sabíamos que al otro le estaba pasando lo mismo. Decirte que en un pabellón había entre 30 y 40 personas y de noche escuchabas un gurisito llorando y no sabías por qué y a los años te enterabas de que ese pibe había sido abusado. Uno creía que extrañaba. Y después el llanto de uno lo disimulaba», recordó Schunk.

Confesión por carta

Schunk fue una de las tres víctimas en declarar este lunes en la primera audiencia del juicio. Entre las pruebas en su contra hay una carta del Vaticano en la que el sacerdote admite los hechos y dice estar arrepentido. De ser condenado se enfrenta a penas de hasta 25 años.

Cuando Shunk entró en el seminario estaba convencido de que quería ser sacerdote, pero el abuso le marcó y decidió colgar los hábitos en 2005. Otras víctimas tampoco siguieron su vocación, entre ellos José Riquelme, que ahora está casado. Fue su mujer quien le animó a denunciar. Tenía 14 años y acababa de entrar en el seminario cuando Ilarraz se le acercó en la ducha con una toalla y mientras le secaba le empezó a manosear los genitales. «No lo tomes a mal, porque forma parte de nuestra amistad», le dijo ese primer día el cura.

Los jóvenes dicen que no era fácil oponerse a su superior, quien les manipulaba y los atraía con engaños y tratos de favor. Quienes accedían recibían dulces, salían de paseo y podían ver sus programas favoritos de televisión en la habitación del cura. Pero si le rechazaban, Ilarraz declaraba rota la amistad y a partir de ese momento pasaban a ser invisibles para él.

Las víctimas comenzaron a denunciar lo ocurrido en 1993 ante las autoridades del seminario. Eso motivó la apertura de una investigación interna y la expulsión de Ilarraz a Roma. Sin embargo, el cura regresó al país cuatro años después y fue destinado como sacerdote a Tucumán. En 2012, un grupo de víctimas se decidió a hablar e hizo públicos los abusos en un reportaje publicado por la revista Análisis. Ante el escándalo, la Fiscalía abrió una causa de oficio. La Justicia entrerriana consideró prescritos los delitos en primera instancia, pero tribunales superiores revirtieron la decisión y ordenaron sentar al cura en el banquillo de los acusados. Nerviosos antes de declarar, los exalumnos confían en que Ilarraz sea condenado y ver preso al hombre que arruinó su infancia.

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