Los días de la “tremenda y espectacular» amistad con China coreados por Donald Trump empiezan a evaporarse. Tras el idilio surgido entre los presidentes en su reunión de abril en Mar-a-Lago (Florida), la Casa Blanca ha vuelto a la presión directa y sin tapujos para que Pekín frene la carrera nuclear de Corea del Norte. El último capítulo ha sido el envío este domingo de un barco de guerra a Tritón, un minúsculo enclave perteneciente al avispero territorial de las Islas Paracelso, en el mar de China Meridional. La estocada ha desatado las iras de China y el presidente Xi Jinping ha señalado a su homólogo el afloramiento de «factores negativos» en la relación.
Tritón mide 1,2 kilómetros cuadrados. Casi tres veces menos que Central Park. Pero su potencial explosivo supera con creces la de miles de atolones coralinos del Pacífico. El lugar, tomado por Pekín en 1974 y que alberga un pequeño helipuerto, sirve de puesto de avanzada chino, pero su soberanía es reclamada por Vietnam y Taiwán. Esta disputa territorial, combinada con el expansionismo chino en la zona, la convierte en un punto de enorme tensión, donde cualquier movimiento extraño es percibido como una intrusión.
Consciente de ell0, Washington envía sus barcos de guerra a los límites de estas islas, así como al también disputado archipiélago Spratly, cuando quiere enviar una señal de disconformidad. Lo hizo en mayo en la isla artificial de Mischief (Spratly), y este domingo el destructor USS Stethem, armado con misiles guiados Tomahawk, se aproximó a una distancia de 12 millas náuticas de Tritón, justo en al borde de las aguas territoriales.
Aunque la Marina estadounidense ha declarado que se trató de una operación prevista desde hace semanas y que no respondía a ningún tipo de presión, es difícil no considerar el movimiento naval como una advertencia. Washington, como ha demostrado en las últimas semanas, está decidido a no dejar respirar al régimen chino hasta que obligue a Pyongyang a frenar su alocada carrera armamentística.
Esta petición se ha convertido en eje de su política con China y alimenta una escalada que inauguró el 20 de junio en Twitter, cuando después de nuevas pruebas balísticas norcoreanas, Trump sentenció que los esfuerzos del presidente Xi Jinping no habían dado resultado. Luego afiló su discurso con Pekín, sancionó a un banco chino por lavar dinero de Pyongyang y el viernes pasado anunció una medida especialmente dolorosa para China: la venta a Taiwán de 1.420 millones de dólares en armamento, incluidos radares, misiles y torpedos.
En este clima de hostigamiento, el envío del destructor fue calculado con el calendario en la mano y se desarrolló la misma jornada en que Trump iba a mantener una conversación telefónica con el presidente chino, Xi Jinping, y a los pocos días de su encuentro en la cumbre del G-20 en Hamburgo.
Pekín no dudó en reaccionar. Antes de descolgar el teléfono, ordenó el envío de barcos y aviones a las islas Paracelso, y aireó una dura declaración. “Es una seria provocación militar y política. Las Islas Xisha [nombre chino de las Paracelso] son una parte inherente del territorio chino. Estados Unidos, que está espoleando los problemas en la zona, marcha en dirección opuesta de aquellos países en la región que aspiran a la estabilidad, la cooperación y el desarrollo”.
Luego le llegó el turno al presidente chino. No perdió su oportunidad y aprovechó la conversación con Trump para lanzar una advertencia velada por la venta de armamento a Taiwán. Si bien consideró que la relación entre Washington y Pekín “ha arrojado resultados fructíferos”, también advirtió que los intercambios «se han visto afectados por algunos factores negativos», según informó la televisión estatal china CCTV.
Xi se refirió a la polémica venta de armamento a la isla, aunque sin mencionarlo específicamente, al instar a Trump a comprometerse con el principio de «una sola China», que reconoce a Pekín como único representante de China y no a Taipéi. El presidente estadounidense, siempre según la cadena china, le respondió que su administración no ha cambiado su postura en este ámbito. «Valoramos el hecho de que el presidente Trump haya reiterado su adhesión a la política de una sola China y esperamos que Estados Unidos pueda mantenerse en su compromiso (…) y maneje de forma cautelosa y apropiada los asuntos relacionados con Taiwán», le dijo Xi.
Ambos presidentes coincidirán a finales de esta semana en la cumbre de líderes del G20 en Hamburgo. Ahí podrán nivelar el termómetro de la relación. La sombra de Corea de Norte y la intempestiva forma de negociar de Trump serán determinantes.
Fuente: El País