Cristiano Ronaldo: la grandeza, la tristeza y la ridiculez

Le han dado duro al pobre Cristiano Ronaldo en la prensa europea y las redes sociales esta semana. Los ingleses, los alemanes, los franceses, todos diciendo lo mismo: que el portugués es un insoportable chiquillo malcriado por haber dicho aquello, después del empate de su selección contra Islandia, de que el rival tenía “mentalidad pequeña” y que no iba “a hacer nada en la competición”.

 

La verdad, claro, es que la mentalidad de la selección islandesa estuvo acorde con sus posibilidades. En cuanto a eso de no hacer nada, bueno, para un país como Portugal la ambición tiene que ser ganar la Eurocopa; para Islandia el mero hecho de haber llegado por primera vez a la fase final de un gran torneo internacional ya es victoria suficiente. Arañarle, encima, un empate a un equipo con la tradición y el talento de la selección que lidera Ronaldo fue la hazaña más épica en la historia del país desde que Leif Eriksson descubrió América.

Ronaldo no lo entendió. La mentalidad pequeña la tiene él. Hay que reconocerlo: nunca en la historia del fútbol hubo alguien que combinase tanta grandeza como jugador con tanta ridiculez como persona. Ronaldo es la mejor prueba que existe de que uno puede ser rico, guapo y famoso, e incluso que uno puede llegar a la cima de ser considerado el segundo mejor jugador del mundo y, al mismo tiempo, ser un pobre tipo. Por más que se rodee de Ferraris y de Rolls-Royces y de supermodelos no está en paz consigo mismo y, en el fondo, no es feliz.

Pero lo que la gente tiene que entender es que no es su culpa; que la historia de su vida invita a la compresión y al perdón. Su padre fue alcohólico, apenas estuvo presente en su vida y murió cuando Ronaldo tenía 20 años. La figura paterna la usurparon una panda de buitres cuyo único interés era sacar la mayor tajada económica posible de sus éxitos. No tuvo gente a su alrededor que tuviese la bondad de intentar ponerle los pies en la tierra; tuvo falsos aduladores.

Para entender la triste historia solo hay que ver el documental Ronaldo, un monumento cinematográfico a su frágil narcisismo estrenado el año pasado en Londres. Confesó ahí que no tenía muchos amigos en el fútbol y que confiaba en poca gente. Uno de esos pocos es Jorge Mendes, su agente, al que se ve en el documental dando un discurso en una cena privada con Ronaldo y amigos en el que alaba con bufonesca efusividad las virtudes de su cliente predilecto, el que más ingresos le ha generado. Una persona normal le hubiera dado una cachetada a Mendes, interpretando sus elogios como burlas. Ronaldo los aceptó con la literal y solemne naturalidad del que se cree un dios. Pobre. Debajo de ese cuerpo de Adonis superstar lo que hay es, efectivamente, un blando chiquillo malcriado. Tanta buena suerte ha tenido en la vida, y tanta mala también.

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