Cumbre de Las Américas y la sombre de James Monroe

Por más que Washington se empeña en trazar una línea de Alaska a la Tierra del Fuego y vender la fantasía del panamericanismo, el Río Bravo se encarga de separar dos proyectos históricos irreconciliables cada vez que se reúnen los países del continente.

«Del arado nació la América del Norte, y la española, del perro de presa», dijo José Martí en su ensayo Nuestra América, una reflexión sobre las diferencias entre los pueblos anglosajones y los negros, indios y mestizos.

Son esas dos caras las que se verán frente a frente una vez más a mediados de abril en Lima, Perú, donde está programada la celebración de la VIII Cumbre de las Américas.

La cita hemisférica, cuyo origen se remonta a la ciudad de Miami en 1994 y la fracasada Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), vuelve a estar rodeada por la polémica.

Cuando faltan pocas semanas para el encuentro, la Casa Blanca conduce una ofensiva regional en rescate de la vieja Doctrina Monroe, que hace cerca de dos siglos lanzó la idea de «América para los americanos», que no se debe leer jamás de una manera distinta a «América para los estadounidenses».

Las ideas del presidente James Monroe, que la actual administración republicana ratifica como vigentes, dieron paso a una larga lista de ocupaciones, guerras expansionistas, despojos económicos y golpes de Estado en América Latina y el Caribe.

La cita de Lima se avizora entonces como un nuevo choque entre quienes respaldan la visión de Washington y los países al sur del Río Bravo, que han emprendido su propio camino de unidad e independencia.

CUMBRES SIGNADAS POR LAS EXCLUSIONES

La VIII Cumbre de las Américas no es la excepción a una de las constantes de los mecanismos hemisféricos: las exclusiones.

La primera Conferencia Panamericana, que tuvo lugar en Washington en 1889, se puede considerar uno de los antecedentes de los mecanismos que después conducirían a la creación de la Organización de Estados Americanos.

Martí reportó sobre aquella cita y descalificaba a quienes la llamaban panamericana sin que asistieran todos los países.

«Haití, como que el gobierno de Washington exige que le den en dominio la península estratégica de San Nicolás, no muestra deseos de enviar sus negros elocuentes a la conferencia de naciones; ni Santo Domingo ha aceptado el convite, porque dice que no puede venir a sentarse a la mesa de los que le piden a mano armada su bahía de Samaná, y en castigo de su resistencia le imponen derechos subidos a la caoba», escribió para el periódico La Nación.

En esta ocasión es Venezuela el país al que se intenta bloquear de la cita de manera unilateral e inconsulta.

La Revolución Bolivariana resiste desde varios años los embates de la derecha local y una guerra económica, a los que se suma ahora una batería de sanciones desde Washington, con el propósito de provocar un colapso en el país.

Su esperanza es que la caída de Caracas precipite el fin del ciclo de gobiernos progresistas que llegaron al poder en América Latina y el Caribe desde finales del siglo pasado y que en pocos años sacaron a millones de personas de la pobreza, pusieron los recursos naturales al servicio de las mayorías y buscaron nuevos mecanismos de integración con la vista puesta en el sur y no en el norte.

Sin embargo, sus planes se han visto frustrados por la resistencia del pueblo venezolano y la capacidad de liderazgo del proyecto político iniciado por el Comandante Hugo Chávez.

El General de Ejército, Raúl Castro Ruz, rechazó recientemente los intentos de suprimir a Venezuela de la Cumbre.

«Las exclusiones no contribuyen en lo absoluto a la paz, al diálogo ni al entendimiento hemisférico», señaló en su intervención en la XV Cumbre Ordinaria de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), efectuada el 5 de marzo en Caracas. «Es inadmisible que un grupo de países, sin derecho ni mandato, pretenda hablar por la región y sirva de instrumento para la agresión a un miembro de la familia latinoamericana y caribeña» como lo es Venezuela, añadió.

Los intentos de exclusión contra la nación bolivariana recuerdan la ausencia de Cuba de las primeras seis ediciones de las cumbres de las Américas, hasta su incorporación en el séptimo encuentro, celebrado en Panamá.

Pero el regreso de la Mayor de las Antillas no fue una concesión norteamericana, sino la reivindicación de una demanda colectiva de América Latina y el Caribe que se negó a seguir acudiendo a estos cónclaves sin la presencia de uno de sus miembros.

Fue también una muestra de los tiempos que corrían en la región y la negativa de un grupo mayoritario de países a seguir los dictados de la Casa Blanca.

Sin embargo, los triunfos de la derecha en los últimos tres años y el desbalance que han provocado en las dinámicas integracionistas de la región, parecen haber convencido al gobierno de Donald Trump que es posible regresar a las prácticas excluyentes del pasado.

Como reflexión final sobre el Congreso de Washington, Martí señaló que «jamás hubo en América, de la independencia a acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder».

Poco habrá cambiado desde esas palabras del Apóstol hasta el momento en que se sienten los jefes de Estado en la mesa de la Cumbre de Lima.

«De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia», concluyó Martí.

ENCUENTROS ANTERIORES

Las citas nacieron como plataforma del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), una iniciativa neoliberal del entonces presidente norteamericano Bill Clinton. Desde un inicio la organización de las cumbres estuvo bajo la sombrilla de la Organización de Estados Americanos.

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