El Camp Nou se vistió con la estelada, como si fuera la única bandera del Barça, quizá para que la UEFA sepa que forma parte del paisaje de Cataluña. Hubo seguramente muchos aficionados que la exhibieron sin ser independentistas, solo la mostraron para testimoniar su cabreo con la UEFA, por más que haya firmado una tregua con el Barcelona. No quiere la gent blaugrana que la tomen por violenta o subversiva sino que entiende que sus iconos están normalizados en su país y merecen ser comprendidos en Europa, no sancionados, opinión contraria al artículo 16 de la UEFA. La ley europea, sin embargo, no vale para el Camp Nou.
El despliegue de estelades fue tan monumental como la pitada al himno de la Champions. La estruendosa bronca duró hasta que se puso el balón en juego, porque la afición entiende que el conflicto es institucional y nada tiene que ver con el equipo, que no sabe de banderas ni de política, aunque agradezca las cargas ambientales en los partidos difíciles, nada que ver con el de ayer ante el BATE. La mayoría plegó las banderas, o las dejó en posición de descanso, cuando tomó el cuero Busquets. Vale la pena ir al estadio solo para ver al mediocentro del Barça por más que los goles los marquen Neymar y Luis Suárez.
El partido solo tuvo una cierta tensión competitiva para los centrales, porque los interiores y los delanteros se entregaron a una ofensiva tan libre que a veces pareció anárquica en un equipo tan purista como el Barça. Atacaba el equipo azulgrana a partir de una falsa línea de cuatro centrocampistas porque Sergi Roberto se arrancaba desde el extremo derecho para después recogerse como interior y ceder la banda al díscolo Alves. Aunque las ocasiones eran escasas, el plan permitió el lucimiento de los volantes, especialmente de Iniesta, hasta que se rompió Rakitic.
Las lesiones son selectivas en el Barça. Atacan a la fuente del juego desde que cayó Rafinha. Los medios caen sin parar, a veces sin necesidad de que les toquen, víctimas de la misma fatalidad que ya sufrió Messi. No es extraño que la hinchada se sorprenda por la continuidad que Luis Enrique da a Busquets. El pánico amenaza siempre los partidos plácidos y sencillos como el de anoche ante el BATE. No hay manera de saber todavía si Luis Enrique quiere probar a jugar con un 4-4-2, como pareció anoche y en Getafe, o por el contrario simplemente reparte los jugadores en función de las limitadas existencias en el Camp Nou.
El partido solo tuvo una cierta tensión competitiva para los centrales, porque los interiores y los delanteros se entregaron a una ofensiva tan libre que a veces pareció anárquica en un equipo tan purista como el Barça
La idea del entrenador no tiene continuidad en la Liga ni en la Champions. No hubo ni tiempo para discutir sobre el agujero abierto en el flanco derecho porque Rakitic se lesionó al cuarto de hora y entró Munir. Agarrado por su marcador, el delantero se desplomó al poco de pisar la cancha y el árbitro pitó penalti que transformó Neymar. La ejecución fue sumarísima: el brasileño no tomó carrera, se plantó a un paso de la pelota, balanceó el cuerpo al arrancar, esperó a que se venciera el portero y le colocó el cuero a su derecha, imposible para suerte de la hinchada, satisfecha por la liturgia de la pena máxima: 1-0.
Neymar, pichichi de la Liga, se estrenó como goleador en Europa. El punta protagonizó los momentos más solemnes de la noche en compañía de Ter Stegen. El portero ofició como un líbero de los viejos tiempos, omnipresente en su área, muy hábil con los pies, prácticamente inédito con las manos, dispuesto a jugar la pelota, incluso desde el banderín de córner, para volantes, delanteros o para Busquets, finalmente sustituido y ovacionado por el Camp Nou. Los goles de Neymar y Luis Suárez ayudaron a pasar el rato y dejar casi hecha la clasificación azulgrana para octavos.
El partido no tuvo ninguna historia y la afición se dio por satisfecha con el 3-0 después de haberse despachado con la UEFA, mucho más enemiga aparentemente que el BATE Borisov.