Funcionario de OEA advierte: mal empleo de la palabra “fraude”

En el contexto de un proceso electoral, la palabra fraude es la más contagiosa de todas. Cuando la idea del fraude se adueña de la opinión de un sector, resulta difícil encontrar el antídoto o argumento que pueda convencerlo de lo contrario. Sumado a esto, los medios encuentran en alegatos de fraude una oportunidad tentadora de generar ratings y vender periódicos con la publicación de titulares sensacionalistas. Así, nos encontramos con una narrativa de fraude cuidadosamente elaborada e instalada alrededor de un proceso que causa mucho humo, pero poco fuego.

Dedicaré este espacio a diferenciar las irregularidades que pueden existir en un proceso electoral de lo que es un fraude electoral. Asimismo, exhibiré síntomas de una narrativa de fraude preelaborada y compartiré mi preocupación por el daño que este fenómeno causa a la democracia.

 Apuntando a la calidad electoral

En el pasado, la expectativa de una elección era que los ciudadanos pudieran emitir su preferencia de manera libre y que los candidatos pudieran participar de manera justa. La aspiración actual es que las elecciones se lleven a cabo de manera “íntegra”, lo cual incluye, además de los estándares de calidad de una elección, el comportamiento ético y buena conducta de los actores involucrados. Habiendo dirigido más de 30 Misiones de Observación Electoral (moe) en 22 países de la región, me permito afirmar que no existen elecciones plenamente íntegras, y ello, a su vez, no es sinónimo de elección fraudulenta.

La integridad electoral se basa en conceptos subjetivos como la ética y la moral dentro de un proceso electoral. Mientras que hablar de integridad es hablar en términos absolutos, hablar de la calidad de una elección es apuntar a la constante mejora de un proceso. Es por ello que, desde la Organización de los Estados Americanos (OEA) preferimos referirnos a la calidad de una elección, analizando los aspectos técnicos a la luz de estándares y principios específicos. Es así como este análisis de la narrativa del fraude se concentra en aspectos técnicos irregulares, actos ilegales determinados o violaciones a los principios básicos de la democracia.

El primer desafío para desmentir una narrativa de fraude es que no existe una definición consensuada y aceptada globalmente sobre lo que constituye un fraude electoral. La literatura indica que la aplicación de este término depende del contexto: lo que es percibido como una manipulación fraudulenta del proceso electoral difiere de país en país y también cambia a lo largo del tiempo. Ejemplo de esto puede ser el acarreo de votantes, que en países como Panamá y Estados Unidos es una práctica normal, mientras que en otros como México y Bolivia se vincula con la compra de voto y está estrictamente prohibido.

La aproximación a una definición de fraude que utilizamos en las moe/oea se basa principalmente en reconocer qué tipo de irregularidades se llevan a cabo y a qué escala, es decir, el impacto en su conjunto en el proceso electoral. Una irregularidad es toda conducta o acto que contravenga los procedimientos establecidos en la normativa electoral. En ese contexto, como observadores electorales clasificamos las irregularidades en tres grandes categorías:

  1. Errores (malpractice) y negligencia: este tipo de irregularidad se refiere a acciones u omisiones de un funcionario de la autoridad electoral o miembro de mesa que se aparta de lo estipulado en la normativa electoral, pero que carece de mala fe o intención deliberada de alterar la voluntad de la ciudadanía. Ejemplos: omisión de aplicar la tinta indeleble al elector, firma del ciudadano en un espacio que no le corresponde, error involuntario en la suma durante el llenado del acta de escrutinio.
  2. Acciones deliberadas para alterar resultados: en este caso, la acción cometida está motivada por una intención expresa de un sector o actor político de afectar deliberadamente el resultado de la elección para su beneficio. Generalmente este tipo de acciones son consideradas como delitos electorales. Debido a que en su esencia son actos fraudulentos, son frecuentemente utilizados para alegar un fraude electoral masivo sin considerar qué tan generalizado sea o su capacidad de impactar en el resultado final. Ejemplos: la compra de votos, el carrusel, alteración de papeletas, encerronas.
  3. Manipulación de las reglas: se refiere al diseño de las reglas que desde un principio favorecen a un candidato o grupo sobre otro, en algunos casos restringiendo la participación política y en otros excluyendo, intencionalmente, a grupos de votantes. Ejemplos: el gerrymandering (la manipulación de circunscripciones electorales) o el malapportionment (otorgar mayor influencia o representación a un grupo o demarcación sobre otro).

Las moe/oea frecuentemente reciben denuncias de ciudadanos, sociedad civil y/o partidos políticos sobre irregularidades que suceden durante un proceso electoral. Sin temor de caer en generalizaciones, puedo afirmar con certeza que todo proceso electoral registra —en diferentes niveles o gravedad— algunas o todas estas irregularidades. Sin embargo, un fraude electoral se consuma cuando estas irregularidades son generalizadas y existe un patrón evidente de intenciones sistémicas y deliberadas que adquieren una magnitud tal que los resultados pueden verse comprometidos.

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