Gabriel García Márquez descansa en su Cartagena

Durante varios días han sido muchos los rumores que correteaban por las calles empedradas de Cartagena. Las cenizas de Gabriel García Márquez, fallecido en abril de 2014, por fin estaban en tierras colombianas y como procede con los mitos, las historias más o menos reales se pegan a su figura como el calor a la coronilla estos días en la costa Caribe. La tarde del domingo, en la hora malva, cuando la muralla de la ciudad antigua brilla como la primera vez que el Nobel de literatura la vio, se desvelaron los misterios. Todos los restos del escritor yacen en el Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena. Y lo hacen en este lugar por decisión de su mujer y sus hijos. Zanjado el asunto, comenzó el homenaje.

 

El patio en el que descansa ya García Márquez es de color blanco y amarillo, como las flores que adornan el pedestal de hierro y metacrilato sobre el que se ha situado la caja de cemento con las cenizas y un busto del escritor que firma la artista británica Katie Murray, amiga de la familia. El mismo color de las mariposas que decoran los árboles y del abanico de Mercedes Barcha, la esposa de García Márquez. En este espacio, unas 500 personas, entre autoridades, familia, amigos y periodistas se reunieron la tarde del domingo para «darle la bienvenida a Gabo», como recalcó Juan Gossaín, escritor y amigo. «Esta no es una ceremonia fúnebre, es un encuentro para homenajear a la vida». Sus palabras, la lectura de un fragmento de Vivir para contarla, las memorias de García Márquez, por su nieto Mateo, y la música vallenata de Adolfo Pacheco, uno de los últimos juglares colombianos, acompañaron la celebración.

En el verano de 2015 una amiga de Mercedes Barcha le habló de este claustro colonial de arcadas pegado a la muralla. Fue entonces cuando la familia decidió que las cenizas del escritor volverían a Colombia. Dejarían la biblioteca de la casa familiar en la Ciudad de México y serían parte del Caribe.

El edificio pertenece a la Universidad de Cartagena, una institución pública que, con el apoyo de los familiares, y del Ministerio de Cultura, ha llevado a cabo una remodelación y adecuación para poder albergar al autor de Cien años de soledad. Tras casi un año de trabajos, apareció un aljibe de casi ocho metros de largo por cinco de alto que guardaba en su interior una cruz celta. Un hallazgo de tres siglos de existencia, herencia de la orden española que recaló en este lugar, que para los colombianos se ha convertido en una nueva pieza de realismo mágico para terminar de rematar la historia de García Márquez y Cartagena.

Gabo comenzó su relación con esta ciudad en 1948, cuando el aun estudiante de derecho tuvo que dejar Bogotá tras la muerte del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán y los disturbios que llegaron después del magnicidio. «Su padre lo mandó a la única universidad de la costa atlántica para que continuara sus estudios», explica Jaime Abello Banfi, responsable de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano y amigo del autor. «Desde entonces se enamoró del lugar donde se inició como periodista, donde su familia vino a vivir y donde descansan sus padres», relata. «La primera vez que volvió a Colombia lo hizo a Cartagena, al festival de cine, donde al final se compró un apartamento, escribió dos novelas, construyó su casa familiar y decidió crear la fundación».

Al final de la tarde, ya entrada la noche, el son del vallenato, las sonrisas de Mercedes, Rodrigo y Gonzalo, y los besos de Mateo y su novia acabaron con los rumores y dejaron en un segundo plano los discursos políticos. La brisa del Caribe rodeaba las cenizas en una extraña tregua al calor y todo el misterio se convirtió en un cuento tan sencillo «como era de verdad la vida de Gabo», resumió su amigo Jaime Abello.

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