Mientras el país se recupera poco a poco de la tragedia impuesta por los golpistas a lo largo y ancho de Nicaragua, la oposición criminal vuelve a ser lo que era hasta antes del 18 de abril: un conjunto de siglas con mucho dinero gringo.
Lo único que mantienen invariable es su odio en contra del sandinismo, porque para colmo de sus males, la mayoría de quienes los acompañaron en su aventura sangrienta, los abandonó.
Del asombro y el llanto pasaron a la furia y finalmente al desconsuelo. La falta de convicción de los golpistas de los tranques se puso en evidencia cuando fueron desalojados por la Policía Nacional con apoyo de la población.
Similar fue la reacción en las redes ¿sociales?, donde los autoconvocados y trolles pagados no concebían –ni conciben todavía-, que les hayan arrebatado su “derecho” a asesinar, robar, violar, vejar y destruir impunemente.
Todo un fenómeno interesante, que a lo mejor cabría en el terreno de la psicología social, pero que a como sea, refleja el grado de confianza que habían inculcado los cabecillas golpistas a sus huestes, reclutadas en su gran mayoría, a billetazo limpio.
El ver a los obispos Silvio Báez, Abelardo Mata y Rolando Álvarez liderar públicamente el fallido golpe de Estado, sin duda envalentonó a los delincuentes y pseudo estudiantes, quienes llegaron a sentir que sus brutales acciones estaban santificadas y perdonadas por bulas obispales.
El enterarse de que Mata había incluso amenazado de muerte al presidente Daniel Ortega y a su familia, los debe haber puesto alucinados. El ver al dueño de la CPDH, Marcos Carmona exigir al jefe de la Policía de Nagarote que le entregara las armas y se rindiera ante los delincuentes, tuvo que convertirse en un enorme incentivo.
Con los obispos, los “derechos humanos” y la prensa derechista, los golpistas tenían suficiente a nivel local. Ya empezaban a formar un ridículo gobierno “autónomo” en Masaya, cuando les llegó la respuesta de las fuerzas del orden y del pueblo sandinista, este último con todo el derecho a defender a su país y las conquistas logradas en los últimos once años.
Ahí empezó la debacle. Los “comandantes” de sotana que creían tener todo controlado se soltaron en llanto incontrolable. No creemos que haya sido exhibicionismo. Fue dolor genuino al comprender que había llegado el principio del fin. La tolerancia se había agotado.
Lo dijo hace poco el presidente Ortega. Escuchó con la paciencia de Job el ultimátum que le pusieron los obispos para que entregara el poder y salvara su vida y la de sus familiares. Esperó a que reflexionaran y quitaran los tranques y barricadas con los que cercaron un montón de poblados.
En el diálogo nacional se les pidió que desistieran de poner más obstáculos en las vías y que desaparecieran los existentes. Todo fue inútil. Interpretaron el aguante como debilidad y continuaron con sus exhortos a la violencia desenfrenada.
A estas alturas, solo sus amos y financiadores de Estados Unidos y naciones satélites les “creen” que todos los muertos son de su bando. Era parte del plan golpista que no han abandonado. Buscan una respuesta vigorosa del gobierno a través de las fuerzas policiales que deje decenas o mejor centenas y quizás miles de muertos.
No han tenido empacho en decirlo. Quieren un baño de sangre inmenso, desean sembrar el territorio de cadáveres y no les importa que sean los de sus vagos y delincuentes reclutados a través de atractivos pagos.
Pocas personas en Nicaragua se dan el lujo de ganar 500 córdobas diarios. Son 15 mil córdobas al mes, más la promesa de un “paraíso” que avizoraban a la vuelta de la esquina. Era dinero fácil, del atractivo para los oportunistas.
Por eso es que muchas de las madres que ahora vemos halándose los pelos en Auxilio Judicial no hicieron nada por sacar a sus retoños de los tranques de la muerte. Sus vástagos comían, bebían, se drogaban y llegaban al hogar en las poblaciones tomadas a dejar lo que les sobraba del fruto de sus fechorías.
Fueron tres meses felices a costa de la inmensa mayoría de la población secuestrada. Los obispos les llevaban provisiones y todo tipo de avituallamiento, mientras que los curas locales habilitaban los templos para que les sirvieran de “puesto de mando” y de refugio en caso de una huida precipitada.
Sí, tenían al país en su poder, o al menos eso creyeron. La Policía y el pueblo los devolvieron a la realidad.
Y al verlos perdidos, reaccionaron sus padrinos. Sin ninguna vergüenza. Estados Unidos presionó a sus vasallos de la OEA y hasta el mismo Almagro rindió su rey ante quienes garantizan su jugoso salario, que aunque sea un secreto por “seguridad internacional”, conocedores del tema lo cifran en 15 mil dólares mensuales.
A lo interno, el golpe está derrotado. Su última carta son los Estados Unidos, que intentarán usar su influencia económica en el mundo para pretender doblegar al valeroso pueblo sandinista.
Quitar visas a funcionarios sandinistas, suena hasta risible. Nadie va a sufrir por eso. Lo único que podría hacernos algún daño son las sanciones económicas, pero igual sobreviviremos. No se atreverán a destruir el país como en los años 80, debido a que la situación es otra y para empezar, no cuentan con ningún ejército mercenario para hacernos la guerra.
Les conviene más tragarse su rabia. A fin de cuentas, Nicaragua ha sido con su Ejército y su Policía el principal muro de contención para el avance de las maras y el narcotráfico, algo que saben perfectamente también gobiernos vendidos como los de Costa Rica, Panamá y algunos sudamericanos.
No toreen más al pueblo nicaragüense. Queremos la paz y lo hemos demostrado. No ha sido el sandinismo el que empezó la agresión al igual que en la guerra con la Contra, que no pudo derrotarnos pese a que llegó a recibir diario un millón de dólares y más de parte del gobierno de Ronald Reagan.
Los culpables de crímenes y destrucción tendrán que pagar sus culpas. El resto podrá continuar con sus vidas en este país de lagos y volcanes, de paz, amor, y unos inmensos deseos de salir adelante.