HISTORIA SECRETA DE LA MEDIACION ENTRE RAUL CASTRO Y OBAMA

Fue al cabo de la audiencia que el presidente norteamericano mantuvo en el Vaticano con el Papa que se inició el proceso de negociación. El arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Lucas Ortega Alamino, cumplió un papel central.

 

Una extraña calma reina en las calles de La Habana en diciembre de 2014, en vísperas de una Navidad cubana muy distinta a las demás. Nada parece revelar la importancia del acontecimiento que el mundo entero reprodujo en eco a lo largo de flashes informativos y ediciones especiales. Unos días antes, el 17 de diciembre, a la una hora local, Cuba, el último avatar del mundo bipolar de la Guerra Fría, donde subsistía el único régimen comunista contra el cual todos los intentos de derrocamiento fomentados por Estados Unidos habían fracasado, salió finalmente del largo aislamiento impuesto por Washington. Ese día, los dos países, a través de intervenciones simultáneas de sus dos presidentes, anunciaron su voluntad de enterrar las armas y restablecer sus relaciones diplomáticas congeladas desde el fiasco de la operación norteamericana en la Bahía Cochinos, en 1961, y la imposición del embargo estadounidense al año siguiente.

Que Roma haya participado en ese giro histórico no deja lugar a dudas. En sus respectivos discursos, los dos protagonistas, Raúl Castro y Barack Obama, mencionaron el nombre del papa Francisco. Obama fue muy explícito cuando agradeció la acción del Papa a favor del acercamiento: “quiero agradecer a su santidad, el papa Francisco, cuyo ejemplo moral nos muestra la importancia de buscar un mundo como debería ser antes de contentarse con el mundo tal como es”. Ningún embajador recuerda otra ocasión, incluida la de los grandes éxitos, en donde la diplomacia vaticana haya recibido semejante muestra de consideración en tiempo real.

Luego del reconocimiento de la acción decisiva que la Santa Sede y Francisco desempeñaron en este caso, se hizo evidente que ésta consistió en activar un proyecto que había germinado en la cabeza de Obama, pero que no había avanzado mucho. En Canadá habían tenido lugar reuniones exploratorias con el fin de poner en marcha las negociaciones, pero sin éxito real. Sin embargo, fue al cabo de la audiencia crucial que el presidente norteamericano mantuvo en el Vaticano con el Papa que se inició el proceso que condujo al éxito final. Entre marzo y noviembre de 2014 hubo un ballet ininterrumpido de las delegaciones cubanas y norteamericanas que, en el más absoluto secreto, se encontraron en Roma, Toronto u Ottawa. Entre esas dos fechas nada trascendió sobre el desarrollo de las negociaciones. Secreto absoluto. ¿Cómo se llegó entonces a este éxito?. Dado el pasivo histórico entre Estados Unidos y el país de la revolución castrista, dado el peso del embargo económico norteamericano en vigor desde 1962, dada la inscripción de Cuba en la lista de los países considerados “terroristas” por Estados Unidos, la intervención de un ángel guardián no fue superflua. El hecho de que esas negociaciones hayan estado bajo los buenos oficios del papa y de sus diplomáticos, el cardenal y Secretario de Estado Pietro Parolin asistido por su asistente y ex nuncio en Cuba, Monseñor Becciu –muy activo en este tema– contribuyó sin dudas a este milagro. La Mano de Dios es entonces la que permitió que se marcara el gol, no el de Maradona sino el de su compatriota, gran aficionado al fútbol y miembro del club San Lorenzo: Jorge Mario Bergoglio.

Ya se sabe que, a finales de octubre de 2014, las negociaciones secretas, con Francisco como garante, se desbloquearon finalmente. Canadá, donde se llevaron a cabo siete encuentros, sólo ofreció su suelo. El gobierno de este país no ejerció ninguna mediación política concreta en los intercambios entre las delegaciones de Cuba y Estados Unidos, según precisó el Primer ministro canadiense Stéphane Herper. Pero si el Papa, tanto por su personalidad, por su nacionalidad como por las líneas que se desprenden de su diplomacia, fue un acelerador de partículas en este proceso, es preciso mencionar la parte central que ocupó el arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Lucas Ortega Alamino.

Ese 24 de diciembre de 2014, el arzobispo celebró en su catedral las tradicionales Homilías de la noche navideña así como la misa matinal del 25. En el curso de esta misa especial, Ortega homenajeó la mediación de Francisco: “un país muy importante, los Estados Unidos, y un país pequeño pero importante en las relaciones internacionales, Cuba, anunciaron su acercamiento. Esto cambia el curso de la historia. Es preciso saludar al papa Francisco, su papel, el del Obispo de Roma y, a su lado, la comunidad de los Obispos de la Iglesia católica. ¡ La reconciliación, la paz, esa es nuestra misión !. La eficacia, la discreción de esta acción permitió su éxito, un gran éxito del que debemos estar felices”. Al día siguiente, Ortega detalló que la acción del Papa también incluyó la liberación de los prisioneros cubanos detenidos en Estados Unidos y la de los norteamericanos detenidos en Cuba. “En esta acción del papa Francisco recogemos los frutos de Jesús. Los sentimientos fructuosos de este año 2014 deben llenarnos de un sentimiento de gratitud”. En las pocas palabras que nos concedió en privado luego de la misa, el cardenal Jaime Ortega pareció proyectar este éxito diplomático más allá del marco de las relaciones cubanonorteamericanas: “Le expresé mi alegría al embajador francés en Cuba. Le dije cuán precioso me parecía este contexto de nuevas relaciones. Le dije al embajador: el muro de Berlín se cayó y, ahora, se cae el muro del Caribe y, con él, el muro que separaba a Cuba de la Unión Europea”.

Al igual que el arzobispo de La Habana –78 años– a quien Benedicto XVI le rechazó la renuncia que presentó debido a su edad, el embajador de Francia en Cuba, Jean Mendelson, tampoco tendría que haber estado en La Habana en ese diciembre de 2014. A medidos de diciembre le llegó la comunicación de la cancillería de que tenía que regresar a París. Mendelson se empezó a despedir de las diversas figuras cubanas con las que había tratado desde que llegó a La Habana en 2010.

Mendelson y el cardenal Ortega se conocían bien. Ambos se estimaban recíprocamente. El Embajador se define como un ateo de origen judío y de cultura católica que frecuentaba con asiduidad las iglesias cubanas. “Asistía a las misas en los suburbios de la capital. Para mí, era una ocasión de encontrarme con gente normal, fuera de los círculos de diplomáticos. Los domingos dialogaba con los fieles después de la misa y obtenía así otros ecos de la vida cubana”, confiesa Mendelson. Fue tal vez de esa forma con la que el Embajador de Francia en La Habana no tardó en hacerse una reputación a parte en el seno de las oficinas de la calle Habana, la sede residencial y las oficinas del Arzobispado.

El 15 de diciembre de 2014, a esos de las cuatro, el auto del Embajador francés avanzó por esa calle llena de baches de la vieja Habana. Después del porche y el patio del edificio de estilo colonial, el Embajador subió las escaleras que conducen al primer piso, donde lo espera Jaime Ortega. Empieza entonces una conversación calurosa, en francés, porque el eclesiástico cubano se formó en Quebec, Canadá, y aprovecha la presencia de su interlocutor para hablar en su idioma. Los dos hombres hablan de todo y de nada. Evocan las respectivas navidades nevadas que conocieron en Canadá o en los Alpes del Sur. Llega la hora de partir, el embajador ya está en la puerta cuando, de pronto, el arzobispo le dice: “¿Tiene un poco de tiempo?”. El diplomático le dice que sí, un poco sorprendido. Jaime Ortega lo invita a sentarse y, ante su estupefacto invitado, Ortega comienza un interminable monólogo que se prolongará hasta la noche. El cardenal dejó el francés para hablar en español.

Mendelson prestó mucha atención. El ruido de la climatización y la imposibilidad de tomar notas lo obligan a ser muy cuidadoso y a no perder ni una miga de las palabras de su interlocutor. Sus palabras fueron, a veces, confusas. El cansancio aparece en el rostro del cardenal a medida que las horas pasan, anotó Mendelson en la nota diplomática remitida al Quai d’Orsay esa misma noche (la sede del Ministerio francés de Relaciones Exteriores). Pero las palabras de Ortega son sorprendentes. El dignatario de la Iglesia cubana le anuncia: “algo va a ocurrir a corto plazo, antes del inicio de la séptima cumbre de Las Américas en Panamá, en abril de 2015”. Enseguida, el arzobispo detalló el hilo de los acontecimientos.

Los hechos se fueron sumando en cascada luego de la extensa audiencia que, algunos meses antes, el 27 de marzo de 2014, el presidente norteamericano Barack Obama mantuvo en el Vaticano. En el curso de este diálogo de una hora y media entre Obama y el papa Francisco en la biblioteca pontifical, Francisco demostró su franqueza habitual para dirigirse al mandatario norteamericano en un tono inédito: “No es el papa, sino el latinoamericano quien le habla” le dijo Francisco a Obama, y continuó: “Ustedes quisieron aislar a Cuba, pero se aislaron ustedes”, dijo con aire de sermón el pontífice argentino incitando a Obama a un rápido cambio de posición en el eje de las relaciones entre La Habana y Washington: embargo norteamericano, liberación e intercambio de prisioneros cubanos detenidos en Estados Unidos y norteamericanos detenidos en Cuba, entre ellos el caso del agente de la Usaid Alain Gross, liberado la mañana misma del anuncio del 17 de diciembre a cambio de la liberación de los últimos tres prisioneros cubanos aún encarcelados en Estados Unidos (Gerardo Hernández, Antonio Guerrero et Ramón Labanino). Se trata de los “Cuban Five”, el grupo de 5 cubanos encarcelados en territorio norteamericano desde hace 16 años. El Papa también se refirió a la inscripción de Cuba en la lista norteamericana de los Estados terroristas en el mundo. En suma, todos los problemas mayores que bloquean las relaciones cubano-norteamericanas fueron evocados ese día, incluido el tema de la base norteamericana de Guantánamo sobre el cual Obama ya había empezado a negociar con Uruguay y El Salvador para transferir prisioneros de la base a esos dos países.

Jaime Ortega siguió contándole a Jean Mendelson que, luego de la entrevista entre Obama y el Papa, el 27 de abril fue convocado a Roma durante las ceremonias de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo segundo. Durante una larga conversación con el papa, Francisco le informa que ha sido designado para una misión sensible: llevar personalmente y de su parte dos cartas, una a Raúl Castro, la otra a Barack Obama. ¿Por qué Jaime Ortega ? El pontífice y el cardenal están ligados por lazos estrechos y antiguos. Recordemos que fue a Jaime Ortega a quien el Papa, electo el 13 de marzo de 2013, le dejó el cuidado de publicar lo que Bergoglio había dicho durante las Congregaciones generales que preceden el Cónclave: un discurso decisivo que anunciaba el programa pontifical de quien, en ese momento, estaba sumando los últimos votos necesarios a su elección. El Papa también designó al cardenal Ortega como su representante en El Salvador para las ceremonias de beatificación de Monseñor Romero, el Obispo mártir asesinado en 1980 por un comando de extrema derecha en plena misa, en la capilla del hospital de La Divina Providencia. Y es el mismo cardenal quien fue designado para asistir a los festejos del 350 aniversario de la creación de la primera parroquia canadiense, en septiembre de 2014. En ese período, Canadá vio desfilar el ballet de las delegaciones de Cuba y Estados Unidos que, en siete ocasiones, vinieron a sentar las bases del acercamiento. La presencia de Ortega no responde a una casualidad.

Un mes antes de su viaje a Canadá, el cardenal cubano obtuvo el visto bueno de Roma para que pasara a la famosa etapa de la distribución de los dos correos. La entrega de la primera carta del Sumo Pontífice fue de una simpleza bíblica. Un avión presidencial lo llevó a la isla paradisíaca donde Raúl Castro pasaba sus vacaciones. Raúl Castro lo recibió con su ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez: “Le dirás a Obama que estoy de acuerdo”, le dijo al cardenal el presidente cubano luego de leer la carta de Francisco. Pero aún faltaba entregar el segundo correo. En los Estados Unidos, el arzobispo de Boston, el cardenal Sean O’Malley, miembro del Consejo de los nueve cardenales formado por el Papa, al igual que su homólogo emérito de Washington, el cardenal Theodore Edgard Mc Carrick, también comparten el secreto. El primero, un perfecto hispanófono, ya había sido contactado por los medios oficiales norteamericanos más comprometidos con un cambio del eje radical de la política ante Cuba, entre los cuales el senador Patrick Leahy. Todos saben que ese canal que ofrece el arzobispo de Boston es uno de los más directos para acercarse al papa. En cuanto al segundo, el ex arzobispo de Washington Theodore Edgard Mc Carrick, debido a sus estrechos vínculos con el jefe del staff de Obama, Denis McDonough, es un eslabón precioso y perfectamente complementario entre el líder de la Iglesia católica y el ocupante de la Casa Blanca. Los dos cardenales se desplazaron a La Habana a principios de agosto para festejar los 50 años del sacerdocio de Jaime Ortega. Ese no era, desde luego, el principal motivo del viaje. ¿Acaso Mc Carrick esperaba obtener por parte de Ortega la carta del Papa para entregársela él mismo a Obama?. Algunas fuentes pretenden eso (Peter Kornbluh y William Leogrande, Mother Jones del 12 de agosto 2015). Ante el rechazo categórico de Ortega de no modificar ni una coma del pedido papal, el cardenal se irá de La Habana con las manos vacías. Queda entonces la obligación de organizar un plan destinado a orquestar esta misión diplomática clandestina del número uno de la Iglesia cubana. La coartada de una conferencia en la prestigiosa Universidad jesuita de Georgetown, en Washington, será la excusa. La conferencia fue programada para la mañana del 18 de julio. Sin que lo sepa realmente, como en una película policial, la eminencia cubana desapareció en un vehículo de vidrios ahumados, discretamente estacionado en los alrededores del campus universitario: un secuestro para una audiencia en la oficina ovalada: ¡ese es el guión hollywoodense que los dos prelados de la Iglesia norteamericana lograron montar para permitir que el cardenal Ortega pueda entregar en mano al presidente Obama la carta del Papa! El eclesiástico de 78 años, metido en el centro de este thriller, se asombró por el giro de esos acontecimientos e, igualmente, y así se lo contó al hombre a quien eligió confiarle la historia, por el hecho de que el cardenal Mc Carrick parecía conocer todo el personal de la Casa Blanca.

Los dos correos pontificiales son idénticos, uno en español, el otro en inglés. Ambos alegan a favor del argumento que los dos países tienen para enterrar el hacha de la guerra para favorecer así, en términos muy rápidos, la reanudación de las relaciones diplomáticas cubano norteamericanas congeladas desde 1961. Ese alegato vino acompañado de una oferta de respaldo concreto. Como lo precisa el comunicado del Vaticano emitido al día siguiente del anuncio del restablecimiento de las relaciones, las cartas a los presidentes de los dos Estados consistieron en “invitarlos a resolver cuestiones humanitarias de interés común, entre las cuales la situación de ciertos detenidos, con el fin de lanzar una nueva fase en las relaciones entre los dos partes”.

Esos puntos fueron discutidos entre Francisco y Obama, por consiguiente, el contenido de las misivas no fue sino una recapitulación de esos principios. Frente al gobierno castrista, el peso de esta carta es mucho mayor. El Papa, y con él las eminencias grises de su diplomacia, se concertaron para hacer valer el argumento tácito según el cual el contexto internacional era muy propicio para la apertura del régimen cubano. “Luego de la muerte del líder venezolano Hugo Chávez, se hizo evidente que Venezuela no iba a financiar eternamente a Cuba con sus suministros de petróleo, de facto gratuitos, y que sería preciso adelantarse a una gran crisis económica mediante una cooperación económica más estrecha con Estados Unidos”, estimó un antiguo representante de la Orden de Malta en La Habana, el hombre de negocios polaco Przemyslaw Hauser. Esta misma fuente resaltó “la enorme actividad de la diplomacia vaticana para que los líderes cubanos entendieran esto”. Uno de los personajes más activos fue el Nuncio apostólico en Cuba desde 2007, Monseñor Giovanni Angelo Becciu, promovido luego al puesto de Substituto de la Secretaria de Estado junto a Pietro Parolin, el actual secretario de Estado y ex nuncio en Venezuela.

La carta firmada por Francisco y remitida al presidente cubano fue sin dudas evaluada hasta en la más mínima coma por estos dos diplomáticos de la Santa Sede. La misiva no es ajena ni a estos argumentos sobre el contexto internacional, ni a la manifestación de una garantía acerca de la apertura norteamericana. Se ha caminado sobre una cuerda floja. El acuerdo oral que Raúl Castro le dio al arzobispo de La Habana cuando Ortega le entregó la carta del Papa constituyó un gran paso. Lo más difícil estaba hecho. En la oficina ovalada de la Casa Blanca, fueron más esas palabras que la misma carta del pontífice las que fueron recibidas con alivio cuando, en el mayor de los secretos, el 18 de agosto de 2014, Jaime Ortega entró en la Casa Blanca. Su nombre ni siquiera figura en la lista de visitantes a la presidencia. Fue retirado. Hasta es imposible encontrar la más mínima huella de la conferencia que Ortega ofreció justo antes en la Universidad de Georgetown. El centro de estudios no comunicó nada, ni antes ni después. Ni la más lejana línea la menciona en los archivos del portal de este santuario universitario jesuita ubicado en el corazón de la vida política norteamericana. Y no es todo: la conexión jesuita no es en nada anecdótica en el desarrollo de este acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos sellado en el Vaticano. Entre Bergoglio, el primer papa oriundo de la Compañía de Jesús, y el presidente cubano, ese canal jugó un papel central, según lo garantizan varios observadores, entre ellos el actual Embajador argentino en el Vaticano, Eduardo Valdez. Raúl y Fidel estuvieron escolarizados en los jesuitas del colegio de Belén, en La Habana. Ambos crecieron en el seno de una familia católica. Su madre y su hermana fueron particularmente devotas. La hermana, Angela Castro Ruiz, siguió siéndolo hasta su muerte, en febrero de 2012. No es asombroso entonces que, el 15 de mayo de 2015, luego de su audiencia con Francisco, cuando salió del Vaticano, Raúl Castro haya proclamado:” Si el Papa sigue así volveré a rezar y regreso a la Iglesia”. En cuanto a Mario Jorge Bergoglio, su interés por Cuba no es de ayer. Juan Pablo II le encargó la organización de la visita que el papa polaco realizó a Cuba en 1998. El obispo auxiliar de Buenos Aires fue enviado antes a la isla. Francisco es además el autor de un libro sobre ese viaje a Cuba: Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro. Hoy recoge los frutos de ese dialogo capitalizando la herencia de la diplomacia de Juan Pablo II. La misa que celebrará el próximo 20 de septiembre en La Habana, en la Plaza de la Revolución, tendrá los ecos de la realización de la profecía de Karol Wojtyla: “Que Cuba se abra al mundo, y que el mundo se abra a Cuba”.

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