La democracia según Estados Unidos

Allí donde surgen proyectos emancipadores en que confluyen antiimperialismo, democracia y socialismo, la respuesta de Estados Unidos siempre ha sido la misma: desestabilizar y hacer caer los gobiernos populares. Si en el siglo XX se trató de Guatemala, República Dominicana, Cuba, Chile o Nicaragua, hoy es Venezuela quien ocupa el centro del ataque.

 

Los Estados Unidos se autoproclaman un pueblo pacífico, destinado por la providencia a expandir el ideal de la libertad y la democracia por el planeta. Su relato se complementó más adelante con doctrina Monroe de 1821, cuyo eslogan «América para los americanos» fue la excusa para imponer su voluntad a los nacientes Estados de América latina. Doctrina Monroe y «destino manifiesto» han tenido diferentes interpretaciones y actualizaciones, según gobiernen demócratas o republicanos.

Desde la política del garrote y la zanahoria, pasando por la del «buen vecino», el panamericanismo y la Alianza para el Progreso, hasta las políticas militares y geoestratégicas.

Guerras de baja intensidad, lucha contra el narcotráfico, el terrorismo internacional, reversión de procesos revolucionarios, etc. Bajo dicho paraguas proclaman su condición de gendarme no sólo en América latina, sino en el mundo occidental. Según argumentan sus ideólogos y think tanks, no se trata de una situación buscada, sino de una especie de fatalidad con la cual deben convivir, impuesta por Dios, como pueblo elegido para garantizar la democracia. Así, educados en la paz, tendrán que hacer la guerra. Defensores de los derechos humanos, tendrán que violarlos. Bajo la promesa de defender la justicia y la libertad, se ven abocados a transgredir dichos principios en pro de lograr el objetivo final, que no es otro que imponer por la fuerza y a su pesar el Estado de Derecho. Para ello no escatiman esfuerzos, promueven golpes de Estado, derrocan gobiernos y, si es necesario, invaden países en nombre de la pax americana.

Nunca he creído en guardianes de la democracia. No soy partidario de un gendarme protector que avise, según su entender, cuándo se traspasa el límite de lo políticamente correcto. Rechazo, por principio, los discursos paternalistas y soberbios, llenos de consejos mostrando los peligros de refrendar proyectos antiimperialistas, democráticos y socialistas, así como las consecuencias de no seguir sus advertencias. Siempre bajo el tópico: «ustedes se lo han buscado». No queríamos invadir, matar, violar ni torturar, pero no nos han dejado otra salida.

Desde el siglo XIX, no hay continente que se les resista. África, Asia, Europa y América Latina han sido objeto de la doctrina del destino manifiesto. Así, no han tenido remilgos en dirigir, subvencionar y patrocinar acciones desestabilizadoras cuando gobiernos electos les plantan cara declarándose soberanos. Los gobernantes estadounidenses han aplicado diferentes estrategias para doblegar voluntades. En ocasiones, les ha bastado con enviar cartas reclamando deudas. En otras han ido más lejos, negando préstamos, obstaculizando exportaciones, cerrando el flujo de inversiones y presionando a países aliados. Asimismo, aplican de manera unilateral sanciones económicas, políticas, diplomáticas, sociales y culturales. Bloquean cuentas bancarias, paralizan importaciones y denuncian convenios bilaterales de cooperación. Igualmente, en complicidad con las oligarquías criollas y las empresas transnacionales, tratan de paralizar productivamente la economía del país en cuestión produciendo inflación, crisis, etc.

Por otro lado, se articula una campaña de desprestigio y desinformación para crear una opinión pública favorable a sus políticas desestabilizadoras a nivel internacional y diplomático. Como sucede en el caso venezolano, se expulsan diplomáticos y se acusa a sus autoridades de narcotraficantes, apoyar el terrorismo internacional, ser un país poco fiable y un peligro para la paz. En otros términos, Venezuela no cumpliría con los estándares mínimos de ser una democracia fiable según el patrón estadounidense.

En su haber para dar credibilidad a las acusaciones cuentan con las transnacionales de la comunicación, CNN, EFE, BBC, RAI, Reuters, France Press, sin olvidarnos de las cadenas de televisión, radio y prensa escrita que reproducen mañana, tarde y noche los llamamientos a la sedición y a romper el orden constitucional. Se trata de adjetivar un gobierno legítimo y democráticamente electo como un régimen totalitario que persigue a la oposición, encarcela a sus dirigentes, tortura y rechaza las reglas del juego.

Durante la guerra fría, Guatemala, Chile, Cuba, Brasil, Haití, República Dominicana, Bolivia, Panamá, Nicaragua, Perú, Uruguay, Argentina o Paraguay fueron objeto de esta trama. En la época post-guerra fría, otros países se han convertido en las víctimas predilectas del acoso estadounidense. Ya hemos citado Venezuela, pero debemos sumar Ecuador y Bolivia, que también resisten el embate imperialista. Honduras y Paraguay no tuvieron la misma suerte. Los procesos desestabilizadores y el discurso anticomunista triunfaron bajo la atenta mirada del Departamento de Estado con sendos golpes de Estado cuyas consecuencias inmediatas han sido el cierre de espacios democráticos y el asesinato de los dirigentes sindicales y líderes de los partidos de izquierda.

Pero no olvidemos que Estados Unidos -en tanto gendarme de la región- ejerce una continua presión militar. Posee bases militares, personal de inteligencia y contrainsurgencia afincado en todos los países del subcontinente. En sus embajadas, en ocasiones el personal militar supera al civil. Brasil, Bolivia, Argentina, Nicaragua, Colombia o México son un buen ejemplo de lo dicho. Igualmente, las fuerzas armadas locales han sido entrenadas en sus academias de guerra y continuamente se realizan maniobras entre las fuerzas armadas criollas y las estadounidenses. Baste recordar a los dictadores centroamericanos de mediados del siglo XX. En esta maniobra envolvente los servicios de inteligencia afincados en las embajadas articulan a los sectores golpistas en caso de necesidad.

Utilizar presiones, promover sanciones y desarrollar acciones desestabilizadoras son opciones que Estados Unidos puede utilizar indistintamente. Se trata de una estrategia escalonada. Primero se advierte y después se toman decisiones golpistas. En otros términos, Estados Unidos se autoproclama juez, árbitro y observador beligerante, considerándose un actor legitimado para en medio del partido cambiar las reglas del juego a conveniencia. Aun así, no siempre lo logran. Han sido muchos los países y los gobiernos que han plantado cara, han resistido y no se han dejado avasallar. Cierto es que hacerlo tiene consecuencias, pero no se puede renunciar a la dignidad, la soberanía y los derechos de autodeterminación de todo un pueblo, asumiendo de antemano la derrota y dejando por el camino los valores democráticos que -se supone- son parte de la historia emancipadora de los pueblos latinoamericanos. Motivo más que suficiente para defender al gobierno constitucional de la República Bolivariana de Venezuela de la campaña internacional montada para avalar la sedición y el golpe de Estado.

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