Por Emir Sader
El neoliberalismo puso énfasis en el tema de la ingobernabilidad. Habría un desequilíbrio entre los derechos afirmados por las leyes e incluso por constituciones y la capacidad del Estado y los gobiernos para garantizarlas. Una de las expresiones de esos desequilibrios sería la inflación, forma de apelar a un mecanismo incorrecto para cumplir con aquello para lo cual no habría recursos. De ahí también la obsesión neoliberal con la inflación, derivada de su preocupación con la existencia de “excesivos” derechos.
Pero no hay ingobernabilidad más grande que la impuesta por el neoliberalismo. Como gobierno de la extrema minoría –el 1 por ciento–, privilegia a los bancos, que representan al capital especulativo, que vive de explotar a los endeudados –gobiernos, empresas, personas–. Son por lo tanto gobiernos de la extrema minoría, gobernando en función de la reproducción de los endeudamientos, con elevadas tasas de interés.
Cuando Europa impuso las políticas de austeridad y los bipartidismos adhirieron a esa modalidad de los ajustes neoliberales, predominó la ingobernabilidad en todo el continente. Los gobiernos se han vuelto antipopulares, cada elección es una derrota de los mismos, se instaura el pánico político cada vez que los ciudadanos son llamados a votar.
El neoliberalismo trata de hacer de la ingobernabilidad su forma de hacer política, con el discurso que descalifica la misma política, el Estado, los partidos, los sindicatos, las elecciones, las empresas estatales. Pero es el imperio del mercado, del dinero, de la especulación financiera, de los paraísos fiscales y sus empresas off shore el que vuelve a las sociedades ingobernables.
Cuando el poder del dinero se impone sobre los derechos de las personas, la sociedad se vuelve ingobernable, porque no cabe la conciencia y la organización de la gente. El neoliberalismo se choca directamente con la democracia y trata de imponer regímenes autoritarios.
La democracia no es ingobernable. Los gobiernos progresistas de América latina han probado que cuando se respeta el derecho de todos, los gobiernos se vuelven más populares, más legítimos, más fuertes y más estables. Que el desarrollo económico con distribución de la renta es perfectamente posible, que no se trata de producir menos para menos gente, sino de producir siempre más, para más gente.
Se ha podido probar que una democracia no debe, nunca, quitar derechos a la gente, menos todavía a los más frágiles. O se gobierna para todos, o el gobierno se vuelve inestable y pierde legitimidad.
Compárense los gobiernos como los de México y Perú, que han mantenido el modelo neoliberal, con los que han avanzado en la superación del neoliberalismo en América latina, para que se vea cuáles han conquistado legitimidad y apoyo popular y cuáles no. La ingobernabilidad, como la ha planteado el neoliberalismo, es un instrumento para quitar derechos, no para ensancharlos, para debilitar y no para fortalecer a la democracia.