Dos videos, uno de ellos expuesto en Showmatch, y el otro filmado en el vestuario de la Selección tras la derrota ante Chile, muestran a dos niños que se encuentran con un límite a su deseo. El autor reflexiona sobre cómo los padres –en uno de los casos, Messi– resuelven la situación.
Un niño llora. Llora fuerte, acongojado. Sufre, claramente sufre. Messi ha renunciado a la selección y él no lo tolera. El padre filma su llanto. La madre, lejos de abrazarlo, de calmarlo, de contener ese llanto, de alojar el dolor, lo incita a hablar para que el padre lo filme. Decile a Messi que lo querés, decile, clama la madre porque el niño no para de llorar y el asunto es que hable, no solo que llore. Con eso no alcanza. El niño llora y habla, entre llantos, como puede. No se entiende, dice la madre del niño mientras el padre sigue filmando. Si te vas no vamos a ganar nunca más, aclara el pobre niño, apesadumbrado. El niño se ha encontrado con un límite a su deseo, ese límite que nos acompaña tanto en nuestra humanidad cotidiana. Por ahora, no parece poder tolerarlo. Y sus padres, tampoco parecen poder ayudarlo. Lo exponen, lo filman, lo incitan a hablar, lo mandan a la tele.
Evidentemente, para ellos es divertido, disfrutan de subirlo ya no al Facebook, sino a un sitio de difusión mucho más masivo. Se lo mandan a su amigo, Tinelli. Digamos que el niño no parece angustiarse por otra cosa que por la imposibilidad de seguir ganando partidos. El imperativo de ganar siempre se sostiene en esta familia que no lo cuestiona. Los padres no advierten que al exponer al niño (¿Acaso le habrán preguntado si querría salir en la tele en ese estado? ¿De dónde sacan que es lindo mostrar eso? ¿Acaso ellos se mostrarían así a sí mismos?) no advierten, decía, que exponen su propia incapacidad de contener al niño y de poner a trabajar con él, la imposibilidad de ganar siempre. El modelo de éxito permanente, la ausencia de tope, de algo que esté en falta, ha ganado su subjetividad.
Esa noche el amigo de sus padres lo pasa en su programa de la tele. Ese mismo Conductor que otrora cortaba las polleritas de las bailarinas. (Una vez una de ellas no se la quería dejar cortar. El insistió hasta que lo logró. El quería cortar todas. Ni una menos). El Conductor, emocionado, pasa el video del niño llorando y la madre incitando y el padre filmando. Dice que es un ejemplo. Es cierto, es un ejemplo de maltrato infantil.
Algunas horas antes trascendió otro video. Alguien filmó a Messi, de espaldas, llorando en el vestuario. A pesar de no verle la cara la congoja era clara. Algo de pudor habita en quien lo filma: no lo hace de frente, como los padres del otro niño. Su hijito se acerca y lo abraza tiernamente. No le pide nada, solo lo abraza. El hijo de Messi se ha encontrado con el límite de su padre, con lo que él no puede. No me sale ganar la copa. Lo intenté muchas veces, se ve que no es para mí. Eso dice el padre del niño que lo abraza tiernamente.
El Conductor no pasa la escena de Messi con su hijo sino la que su amigo filma mientras el otro niño llora. Esa vende, esa sirve para que Messi vuelva, se arrepienta de haber encontrado un límite a su potencia. Al Conductor no se le conoce el límite. Parece poderlo todo. El Conductor no soporta que Messi se encuentre con su tope porque si así fuera, él tendría que encontrarse con el suyo. Si pretende conducir la AFA, necesita de Messi. Pero Messi, ¿qué necesita? Un límite, un tope. Y lo ha encontrado. Si vuelve, si lo desmiente, muchos de sus fans podrán seguir pensando que el límite no es humano, porque hay muchos que no lo tienen, que el Todopoderoso existe, encima, encarnado en un jugador de fútbol que puede todo, que es el mejor del mundo, el número uno, eso que muchos de sus fans querrían ser pero no pueden, porque la vida les mostró el límite prematura o adecuadamente.
Messi acaba de salvar a su hijo. Le mostró que él, el mejor del mundo, a veces tampoco puede. Si no vuelve, también se habrá salvado él, a través del sufrimiento necesario del que advierte que tiene límite. No sé qué harán sus fans, caída nuevamente la ilusión de un Todo. No sé qué harán los que necesitan de ese Todo para ganar dinero, poder. Pero él, sin duda, será más feliz si puede aprovechar la oportunidad de descubrir su falta y ser abrazado por un hijo que lo amará más tranquilamente, un hijo que sabrá que puede ir por la vida logrando algunas cosas y fallando en otras, como todos nosotros. O casi todos. Los padres del otro niño habrán perdido, por ahora, esa