Actualmente, preso en Curitiba, Lula publicó el pasado 17 de mayo el siguiente artículo en el periódico francés Le Monde, en el que reitera su candidatura para las elecciones presidenciales:
“Soy candidato a presidente de Brasil, en las elecciones de octubre, porque no cometí ningún crimen y porque sé que puedo hacer que el país retome el camino de la democracia y del desarrollo, en beneficio de nuestro pueblo. Después de todo lo que hice como presidente de la República, tengo el convencimiento de que puedo rescatar la credibilidad del gobierno, sin la cual no hay ni crecimiento económico ni defensa de los intereses nacionales. Soy candidato para devolver a los pobres y a los excluidos su dignidad, la garantía de sus derechos y la esperanza de una vida mejor.
En mi vida nada fue fácil, pero aprendí a no desistir. Cuando comencé a hacer política, hace más de 40 años, no había elecciones en el país, ni existía el derecho de organización sindical y política. Nos enfrentamos a la dictadura y creamos el Partido de los Trabajadores, convencidos de la necesidad de profundizar en la vía democrática. Perdí tres elecciones presidenciales antes de ser elegido en 2002. Y demostré, junto con el pueblo, que alguien de origen popular podía ser un buen presidente.
Terminé mis mandatos con un 87 por ciento de aprobación popular, que es lo que el actual presidente de Brasil, que no fue elegido, tiene de rechazo en este momento.
En los ocho años que goberné Brasil, hasta 2010, logramos la mayor inclusión social de la historia, que tuvo continuidad en el gobierno de la compañera Dilma Rousseff. Sacamos a 36 millones de personas de la miseria extrema y llevamos a más de 40 millones para la clase media. Fue el periodo de mayor prestigio internacional de nuestro país. En 2009, Le Monde me nombró “hombre del año”.
Recibí ese y otros homenajes, no como mérito personal, sino como reconocimiento a la sociedad brasileña, que se había unido para, a partir de la inclusión social, promover el crecimiento económico.
Siete años después de dejar la presidencia y tras una campaña sistemática de difamación contra mí y mi partido, en la que se unieron la más poderosa prensa brasileña y algunos sectores de la judicatura, el momento que atraviesa el país es muy diferente: vivimos un retroceso democrático, una prolongada crisis económica y la población más pobre sufre, con la reducción de los salarios y de la oferta de empleos, el aumento del coste de vida y el desmantelamiento de los programas sociales.
Cada día son más los brasileños que rechazan la agenda contra los derechos sociales del golpe parlamentario que abrió camino para un programa neoliberal que había perdido cuatro elecciones seguidas y que es incapaz de vencer en las urnas. Lidero, por amplio margen, las encuestas de intención de voto en Brasil porque los brasileños saben que el país puede ir mejor.
Lidero las encuestas incluso después de haber sido detenido a consecuencia de una persecución judicial que registró mi casa y la de mis hijos, mis cuentas personales y las del Instituto Lula, y no halló ninguna prueba o crimen contra mí. Un juez, notoriamente parcial, me condenó a 12 años de prisión por “actos indeterminados”. Alega, falsamente, que yo soy dueño de un apartamento en el cual nunca dormí, del cual nunca tuve ni la propiedad, ni la posesión, ni tan siquiera las llaves. Para detenerme, intentando evitar que dispute las elecciones o haga campaña a favor de mi partido, tuvieron que ignorar la letra expresa de la Constitución brasileña en una decisión provisional por sólo un voto de diferencia de los 11 que componen el Supremo Tribunal Federal.
Pero mis problemas, en relación con los que sufre la población brasileña, son pequeños. Para quitar al PT del poder después de las elecciones de 2014, no dudaron en sabotear la economía con decisiones irresponsables en el Congreso Nacional y una campaña de desmoralización del gobierno en la prensa. En diciembre de 2014 el desempleo en Brasil estaba situado en el 4,7 por ciento; hoy está situado en el 13,1 por ciento.
La pobreza ha aumentado, el hambre volvió a frecuentar los hogares y las puertas de las universidades se están volviendo a cerrar para los hijos de la clase trabajadora. Las inversiones en investigación cayeron.
Brasil necesita reconquistar su soberanía y sus intereses nacionales. Durante nuestro gobierno el país lideró los compromisos de la agenda ambiental y combatió el hambre, fue invitado a todos los encuentros del G-8, ayudó a articular el G-20, participó en la creación de los BRICS, que agrupan a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y de la UNASUR, la unión de los países de Sudamérica. Hoy Brasil es un paria en política externa, a quien los líderes internacionales evitan visitar, y Sudamérica se fragmenta, con crisis regionales cada vez más graves y menos instrumentos diplomáticos de diálogo entre los países.
Incluso la parte de la población que apoyó la caída de la presidenta Dilma Rousseff, después de la intensa campaña de las organizaciones del grupo Globo, que monopolizan la información en Brasil, ya se dio cuenta de que el golpe no era contra el PT, sino contra el ascenso social de los más pobres y los derechos de los trabajadores. Era contra el propio Brasil.
Tengo 40 años de vida pública. Comencé en el movimiento sindical. Fundé un partido político con compañeros de todo nuestro país y luchamos, junto con otras fuerzas políticas en la década de 1980, por una Constitución democrática. Candidato a presidente, prometí, luché y cumplí la promesa de que todo brasileño tendría derecho a tres comidas al día, para no pasase el hambre que yo pasé cuando era niño.
Goberné una de las mayores economías del mundo y no acepté presiones para apoyar la guerra de Irak ni otras acciones militares. Dejé claro que mi guerra era contra el hambre y la miseria. No sometí las riquezas naturales de mi país a los intereses extranjeros.
Volví tras el gobierno para el mismo apartamento del cual salí, a menos de un kilómetro del Sindicato de los Metalúrgicos de la ciudad de São Bernardo do Campo, donde inicié mi vida política. Tengo honor y jamás haré concesiones en mi lucha por demostrar mi inocencia ni en la defensa de mis derechos políticos. Como presidente, promoví por todos los medios el combate a la corrupción y no acepto que me imputen ese tipo de crimen por medio de una farsa judicial.
Las elecciones de octubre, en las que se elige a un nuevo presidente, un nuevo Congreso nacional y gobernadores de estado, son una oportunidad para que Brasil debata sus problemas y defina su futuro de forma democrática, mediante el voto, como una nación civilizada. No obstante, esas elecciones sólo serán democráticas si todas las fuerzas políticas puedan participar de forma libre y justa.
Yo ya fui presidente y no estaba entre mis planes de futuro volver a ser candidato. Ahora bien, ante el desastre que se cierne sobre el pueblo brasileño, mi candidatura es una propuesta por el reencuentro de Brasil con el camino de la inclusión social, el diálogo democrático, la soberanía nacional y el crecimiento económico, para construir un país más justo y solidario, que vuelva a ser una referencia en el diálogo mundial en favor de la paz y de la cooperación entre los pueblos”.