José Luis Ferris publica la primera biografía de la escritora y mujer de Alberti, que quedó eclipsada por el ego del poeta
Un rastro apagado, una estela de citas puntuales en algunos libros de memorias escritos por otros para sobrevolar las incompletas historias de la literatura de la II República y el exilio. Siempre a la sombra. A media luz. «La cola del cometa» decía de sí misma. Porque María Teresa León vivió tapada por el árbol grande y macho que fue Rafael Alberti, miembro fundacional de una generación fastuosa de poetas. Ella y su escritura no hallaron el sitio que les correspondía en un país que tantas veces no sabe establecer correspondencias.
María Teresa León, riojana de dinamita. Hija de militar. Nació el 31 de octubre de 1903 y capaz de habitar la luz aceptó anidar en la sombra. Escritora, activista, madre, viajera, trashumante desterrada. Comunista, bella y vertiginosa. Fue la mujer de Alberti, ya está dicho, pero acumuló otro más allá de biografía propia aún por restaurar. De ahí el empeño del escritor y biógrafo José Luis Ferris en un libro que dibuja con precisión la peripecia vital de esta mujer cuya complejidad coincide en perseverancia con su lucidez: Palabras contra el olvido. Vida y obra de María Teresa León (1910-1998) (Fundación José Manuel Lara).
Vivió la infancia en una familia propensa a las teorías educativas de la Institución Libre de Enseñanza, en un clima de cierta libertad que rompía los rígidos corsés ideológicos y doctrinales de la España de entonces. Era sobrina de Menéndez Pidal y de María Goyri, la segunda estudiante oficial de Filosofía y Letras de la universidad española. María Teresa siguió la misma senda. Para entonces ya iba afirmando una personalidad propia y pionera en la que pesaban las ideas de una corriente de pensamiento feminista a estrenar.
Puso pronto la punta del pitillo mirando a la literatura. Aunque antes cumplió, casi niña, con los rigores de una vida presuntamente formal de la que huyó en cuanto pudo. Se casó a los 17 años con el hijo de un catedrático y a los 18 tuvo a su primer hijo, Gonzalo. A los 22 el segundo, Enrique. Después de una temporada en Barcelona se trasladaron a Burgos, donde afianzó sus colaboraciones en la prensa de la ciudad. Pero a los 25 decidió romper con tanta rutina gris y puso dos o tres cargas explosivas en su formalidad. Escapó a Madrid. Dejó al marido y a los hijos. Perdió la custodia. Aceptó la herida y el peaje de la independencia. Fundó su propia república de asombros y apetitos. No dudó en rebelarse contra las convenciones puritanas de la sociedad burgalesa de entonces. Y en 1930 conoció a Rafael Alberti. Era una mujer separada desde 1928.
«La suya fue una historia marcada por el amor y el desamor, el combate y el destierro, el compromiso y la soledad, el ruido y el silencio, la guerra y la pasión por la vida», dice José Luis Ferris. La relación con el poeta comenzó bajo un bullebulle de escándalo en aquel Madrid de jóvenes poetas deslumbrantes, de artistas, de músicos, de noches ruidosas. Alberti había terminado su historia con Maruja Mallo y andaba a tientas. Juntos eran un golpe de fiebre. Aún no tenían una ideología marcada. «Fue el primer viaje juntos a Alemania y Rusia, becados, donde descubrieron el comunismo y regresaron a Madrid sovietizados», explica el biógrafo. «Así que no fue ella quien empujó a Alberti al compromiso, sino que hicieron el trayecto al alimón. Aunque María Teresa era más obstinada, más fuerte, incluso más firme de ideas, que defendía hasta sus últimas consecuencias, como demostró en la Guerra Civil».
Para entonces él era un poeta de fama, un tipo arrollador, y ella una escritora a su sombra. Así lo fue siempre. «María Teresa publicó 20 libros, pero es una desconocida como escritora», ataja Ferris. «Lo autobiográfico es una nota dominante que impregna su larga producción, desde las colecciones de cuentos a sus novelas, obras dramáticas, biografías, ensayos, guiones cinematográficos (Los ojos más bellos del mundo) y radiofónicos, relatos breves o artículos publicados en prensa y en revistas españolas y americanas». En su escritura hay algo de epopeya colectiva, de razón de ser en la camaradería. Incluso en los momentos de fuerte bruma que dispensa el exilio. «Desde su incipiente juventud (pese a venir de una familia burguesa) mantuvo un compromiso claro e irrenunciable con la libertad, con la defensa de los débiles, contra la injusticia y con el respeto inquebrantable a la condición de la mujer».
María Teresa León aceptó, sin embargo, un segundo lugar en la pareja. En lo luminoso y en lo turbio. La Guerra Civil levantó para ellos un neón de heroísmo. Se implicaron con ímpetu en la defensa de la República y del patrimonio, aunque también dejaron un eco de penumbra en la travesía. Por ejemplo: Alberti tuvo ocasión de ayudar a Miguel Hernández a escapar de Madrid en el coche que a las seis de la mañana del 27 de febrero de 1939 llevó a la pareja a Petrel (Alicante) para subir a uno de los últimos aviones que fletó la República con destino al exilio. Pero la mañana de antes el autor de Sobre los ángeles ocultó ese plan bien trazado durante una reunión en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Madrid (calle Marqués de Duero, 7, en el palacio incautado a los marqueses de Heredia-Spínola). En esa cita estaba también Miguel Hernández, aterrorizado. Fue el diplomático chileno Enrique Morla Lynch, al día siguiente, el que advirtió al poeta oriolano de que le habían dejado en la estacada. Alberti también era eso: oscuro. «Aunque no hay certeza de que María Teresa tuviera que ver en esa deslealtad. Ella se refiere a Miguel en numerosos escritos, cosa que no se puede decir de él», dice Ferris.
¿Y su obra?
««Escribir es mi enfermedad incurable», decía. Estaba dotada de sobrado talento y era constante como para ocupar un espacio destacado en la órbita de la Generación del 27. Y otro de preferencia entre las voces más singulares de su momento. Su voz suena a la voz de un tiempo, a la garganta viva de todas las mujeres, de todos los desterrados, de todos los seres maltratados y heridos por la vida. Hay libros suyos reveladores, como Menesteos, marinero de abril, Fábulas del tiempo amargo y Memoria de la melancolía.
«Yo no quedaré», escribió en el último tramo del camino. «Pero cuando yo no recuerde, recordad vosotros las veces que me levanté de la silla, el café que os hice, la indulgencia que tuve al veros devorar mi trabajo sin decirme nada, recordad nuestra pequeña alegría común, nuestra risa y las lágrimas que dolían o quemaban cuando nos sentíamos desamparados y solos». En 1972 asomó el alzheimer. Después de 40 años de exilio y 50 junto a Alberti regresó con él a Madrid en 1977.El 27 de abril. «Ya no sabía a qué país ni a qué ciudad llegaba», explica Ferris. Pasó los últimos años afantasmada y sola en un apartamento de Príncipe Pío. Después la ingresaron en una residencia de Majadahonda. Rafael la vio sólo un puñadito de veces en casi 10 años, no más. Cuando le preguntaban, decía que no soportaba el dolor de verla espectral, devorada por el vacío. Puede ser. Aunque tampoco hizo un gran esfuerzo por revitalizar su obra, que la tenía aún a mano.
En la tumba de María Teresa León, en Majadahonda, quedó fijado un verso del poeta a modo de epitafio: «Hoy, amor, tenemos 20 años». Era el 13 de diciembre de 1988. Y todo el frío abrazó de golpe la cola del cometa. Y su olvido.
Fuente: El Mundo