«Mucha gente de acá [de Estados Unidos] cree que salimos por gusto y que les queremos quitar sus trabajos y beneficios. Pero no, uno sale por la necesidad, porque allá de dónde uno viene [de Centroamérica], de a tiro la vida es muy difícil, no hay trabajo, hay mucha pobreza y violencia. Y si supieran lo que uno tiene que pasar, sufrir en el camino, que te asalten, que te agredan y ni siquiera sabes si vas a llegar. Nadie nos protege, es como si no existiéramos. Es duro ver que somos tantos y que muchos se quedan en el camino…» Juan, migrante en tránsito, marzo, 2015.
Las migraciones actuales, como macro movimientos internacionales de centenas de miles de personas con y sin documentos -y en no pocas ocasiones en precarias condiciones de tránsito-, han sido y son uno de los procesos sociales que han caracterizado lo que acontece en diversas latitudes del orbe en el cambio de siglo, en el contexto mundial de la reestructuración económica neoliberal dirigida por las empresas transnacionales y los países capitalistas del primer mundo [1]. Esta afirmación tiene su correlato en las cifras de los organismos internacionales y muestra cómo, los drásticos y sustantivos reacomodos espaciales de población humana, están ligados a la globalización, tanto por los complejos procesos socioeconómicos de acumulación y concentración de capital en los Estados nación desarrollados -que atraen a los migrantes como mano de obra-, como por las dinámicas de despojo, explotación y conflicto en los países en vías de desarrollo -que expulsan a sus habitantes y los condenan al destierro- [2].
De hecho, recientemente el Banco Mundial afirmó que, para fines del 2015, había 250 millones de migrantes en el mundo, los cuales mandan a sus familiares –tanto en las localidades de origen como en otros lugares- aproximadamente 600 mil millones de dólares –de dicha cifra 441 mil millones es enviada a países en vías de desarrollo- [3]. Según datos de este organismo, una parte considerable de los migrantes provenían de un grupo compacto de países –India, México, Rusia, China y Bangladesh- y se dirigían a determinados polos de actividad económica y poderío mercantil –Estados Unidos, Arabia Saudita, Alemania, Rusia y los Emiratos Árabes- [4]. Ahora bien, particularmente en América, y en específico en la región que parte del centro y se extiende al norte del continente, por lo menos desde inicios de la década pasada hay un flujo de movilidad de personas que se origina en diversos países de Centroamérica –principalmente Guatemala, Honduras y El Salvador- y, en muy adversas condiciones y sin ninguna garantía de seguridad, se dirige a Estados Unidos, pasando por México como un Estado nación de tránsito [5].
Centroamérica, origen de un éxodo masivo y dramático: buscando el presente negado
Esta migración presenta una serie de rasgos que la describen como un complejo proceso de relocalización, corolario y producto de la desigualdad política y la asimetría económica entre Estados nacionales con diversos niveles de desarrollo de la región –Estados Unidos en el extremo con mayor poderío, México como país de tránsito, y Guatemala, Honduras y El Salvador como comienzo del éxodo-. Entre los rasgos que caracterizan esta experiencia de movilidad destacan que es un desplazamiento con dirección de sur a norte con más de una década de historia, que además en no pocos casos está relacionada no sólo con la escasez material y la precarización de las condiciones de vida de los lugares de origen, sino también en muchas ocasiones con los contextos de violencia física y de riesgo a la propia vida –como son los casos de Honduras, El Salvador y Guatemala- [6].
Por otro lado, algunos de estos migrantes, aquellos escasos afortunados que logran transitar por México y cruzar la frontera e insertarse en trabajos manuales “no calificados” en Estados Unidos, cumplen las funciones de ejércitos de mano de obra barata y desechable, que incrementan las ganancias de los empresarios norteamericanos y estimulan una mayor acumulación de capital –en la medida en que se reducen considerablemente los costos de producción de las mercancías y disminuyen los gastos de la reproducción de las condiciones materiales de existencia de estos trabajadores explotados-. Lejos de decrecer, año con año la migración sigue su curso, se consolida e involucra a decenas y centenas de miles de centroamericanos. De acuerdo con datos de la Secretaria de Gobernación del Estado mexicano de finales del 2015, se estimó que en poco menos de un año aproximadamente 300 mil personas intentaron cruzar México para llegar a Estados Unidos y que el Instituto Nacional de Migración mexicano detuvo a casi 200 mil migrantes, de los cuales más del 90% eran centroamericanos [7]. De este modo y haciendo un balance temporal más amplio, en el transcurso de los últimos tres lustros centenas de miles de centroamericanos en su tránsito por México han sufrido, por parte de diversos grupos delictivos y varias fuerzas de seguridad estatales de distintos órdenes y niveles, millares de crímenes que van desde amenazas, abuso de autoridad, asalto, extorsión, intimidación, lesiones, robo, privación ilegal de la libertad, secuestro, soborno hasta tráfico de personas, abusos sexuales, violaciones sexuales y homicidios. Cabe apuntar que, entre los grupos de migrantes más vulnerables a las violaciones de sus derechos, se encuentran las mujeres y los niños.
Una lectura con mayor profundidad y que trasciende la cortina de humo de las apariencias nos lleva a ver esta situación de otra manera. Haciendo un ejercicio para dimensionar y visibilizar lo que está detrás de este complejo escenario, habría que apuntar que como marco estructural de la migración está la ausencia de desarrollo y las carencias materiales –como causas históricas-, la pobreza y la falta de oportunidades de un presente digno y un futuro medianamente esperanzador; pero también las guerras, los conflictos armados y otros contextos de violencia aguda y constante –como persecución, amenazas, agresiones de organizaciones criminales y pandillas-.
Las arduas trayectorias y riesgosos recorridos de los migrantes son un recuento fehaciente de las deudas y promesas pendientes hacia estos centroamericanos en movimiento de parte de los países y sociedades de origen, tránsito y destino; es una muestra constante de cómo, en el caso de los migrantes, el estado de derecho y los sistemas normativos-jurídicos son sólo letra escrita y no hechos. En el origen –en Centroamérica-, la carencia aguda de los derechos de seguridad, desarrollo socio-económico, trabajo y garantías de una vida sin violencia y riesgo. En el tránsito –durante su recorrido por México- la ausencia del respeto a la vida, el acceso a la justicia y a la integridad física. Y, finalmente en el destino –si es que se llega a Estados Unidos-, respeto a sus derechos humanos y laborales, los derechos a no ser explotado ni discriminado. La migración se ha vuelto una dolorosa y dramática metáfora del desarraigo forzado, de la salida obligada para intentar sobrevivir, pero también de la indiferencia y desdén estatal a los marginados y excluidos.
Lo que se esconde tras la migración ¿cómo sobrevivir en la adversidad?
Dentro de este contexto, en la migración se refleja la enorme paradoja de que los Estados nacionales –de origen, pero también los de tránsito y destino-, antes que atender las necesidades de los migrantes, priorizan y privilegian los intereses y deseos de otros sujetos sociales y otros Estados nacionales. Por ejemplo, en el caso de los migrantes sin documentos migratorios -de El Salvador, Guatemala y Honduras-, el Estado mexicano, más que abordar el éxodo centroamericano como un problema humanitario y de refugio, atiende las exigencias de seguridad y control fronterizo del gobierno federal de EU. De este modo, se relegan las necesidades de estos migrantes forzados.
Los migrantes centroamericanos no pueden ni deben ser vistos como un problema fronterizo y de seguridad –en el contexto de los límites jurídico-geográficos entre dos o más Estados nacionales-, tampoco como obstáculos a mecanismos de control político administrativo. La perspectiva que indague la migración con sus diversas y complejas aristas tiene que atravesar por la consideración de grupos humanos en situaciones precarias y de riesgo, un abordaje sobre el refugio, los expulsados de manera forzada y los desterrados. Detrás de los pasos de los migrantes hay seres humanos vulnerables y vulnerados: mujeres agredidas, campesinos sin tierra y futuro, niños sin familia, desempleados urbanos y rurales, personas amenazadas y perseguidas por grupos delictivos, y la larga lista podría seguir.
En el marco de una economía globalizada apuntalada y defendida por los corporativos multinacionales y los países capitalistas del primer mundo, la migración es la imagen de una abrumadora paradoja y contradicción, mientras por un lado se estimula y aplaude la libre y fluida circulación de dinero y diversas mercancías materiales, en cambio el paso y tránsito de personas –necesitadas de trabajo y otra vida- es restringido, regulado, contralado, penado y criminalizado.
Notas:
[1] “Migración internacional de campesinos mexicanos a Estados Unidos: entre las carencias histórico-estructurales y la ausencia de derechos”, Revista Margen, No 75, Diciembre 2014, Revista de Trabajo Social y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
[2] “Entre la marginación y la resistencia. Migrantes: los “ausentes explotados” y las artes de la subsistencia”, Rebelión, 26 de septiembre de 2014.
[3] “Record de 250 millones de migrantes en el mundo este año: BM”, La Jornada, 18 de diciembre de 2014.
[4] idem.
[5] idem.
[6] “Niños migrantes centroamericanos: indiferencia e incomodidad estatales”, Contralínea No 427, 8 de marzo de 2015.
[7] Martínez Fabiola, “Cifra record de migrantes detenidos en México”, La Jornada, 27 de diciembre de 2015.
*Guillermo Castillo es profesor de licenciatura y posgrado de la UNAM
http://unam.academia.edu/GuillermoCastilloRamirez