La exbecaria de la Casa Blanca cuestiona que los encuentros sexuales con el presidente fueran del todo consensuados.
El contexto actual lleva a Monica Lewinsky a reescribir su historia. La exbecaria de la Casa Blanca, que mantuvo una relación sexual con Bill Clinton en los años noventa, eleva el tono ante el expresidente estadounidense. En un artículo en la revista Vanity Fair, Lewinsky insiste en asumir su responsabilidad y se lamenta por la aventura que mantuvo con el mandatario, pero lo acusa de perpetrar un “abuso de autoridad” en la antesala de la relación, que estuvo a punto de costarle la presidencia.
Lewinsky, de 44 años, escribe un largo artículo en la revista, que ya ha sido publicado en la edición online, en el que se abre respecto al trauma que arrastra por la relación que mantuvo con Clinton entre 1995 y 1997, que consistió en nueve encuentros, que incluyeron sexo oral, en la residencia presidencial. También reevalúa la historia bajo el prisma actual del movimiento #MeToo, que ha propiciado una ola de denuncias de acoso sexual contra hombres poderosos, y del 20 aniversario del inicio de la investigación del fiscal especial Kenneth Starr sobre unos negocios de Clinton, que acabó derivando en un proceso de impeachment (destitución) contra el demócrata por el caso Lewinsky.
Lewinsky recuerda lo que ella misma escribió sobre su aventura con Clinton en un artículo en Vanity Fair en 2014, cuando rompió su largo silencio sobre el culebrón. “Claro, mi jefe se aprovechó de mí, pero yo siempre me mantendré firme en este punto: se trataba de una relación consensuada. Cualquier ‘abuso’ se produjo después, cuando se hizo de mí un chivo expiatorio para proteger su posición de poder”, reflexionó entonces.
Cuatro años después, sin embargo, añade un matiz. “Ahora me doy cuenta de lo problemático que fue que incluso los dos llegáramos a un lugar en que había una pregunta de consentimiento. El camino que llevó hasta allí estaba plagado de abuso inapropiado de la autoridad, posición y privilegio (punto y final)”, escribe.
La aventura con Clinton propició un proceso de impeachment contra el mandatario que fue rechazado por el Senado. Se buscaba dirimir si mintió bajo juramento cuando negó haber mantenido una relación sexual con Lewinsky y si obstruyó las investigaciones al alentarla a negar la relación.
Con 24 años, cuando una página web desveló la infidelidad, Lewinsky pasó de golpe a estar en el epicentro de un país y de un culebrón feroz. Su vida personal quedó hecha añicos ante la fuerza, inquina y especulación perversa del circo mediático y político bajo la amenaza dilapidaria de una acción judicial del fiscal especial contra ella. Tras un larguísimo silencio, solo en los últimos años Lewinsky ha empezado a salir a la luz en ocasiones contadas para escribir artículos o lanzar iniciativas contra el ciberacoso.
La revolución contra el acoso sexual –que ha rebajado el umbral de tolerancia y ha forzado a dimitir a un reguero de personalidades en EE UU que utilizaban su poder para abusar y bajo la protección implícita de sus empresas– también ha concedido una nueva perspectiva a la conducta de Clinton. No son pocos quienes se preguntan si de ocurrir una infidelidad de este tipo ahora, al margen de que fuera aparentemente consensuada y mintiera sobre ella, el mandatario no tendría que renunciar para dar ejemplo.
La propia Lewinsky admite la influencia del clima actual en EE UU. “Dado mi desorden de estrés postraumático y mi conocimiento sobre trauma, es muy probable que mi pensamiento no estuviera cambiando necesariamente en este momento si no fuera por el movimiento #MeToo. No solo por las nuevas miradas que ha proporcionado sino también por los nuevos caminos que ha ofrecido sobre la seguridad que nace de la solidaridad”, esgrime en el artículo.
En este sentido, la californiana reconoce la soledad que sufrió cuando se destapó su relación con Clinton en contraposición con la ola de solidaridad y catarsis colectiva que experimentan ahora muchas de las mujeres que tienen el coraje de denunciar el haber sido utilizadas por un hombre.
“Ahora estoy empezando (solo empezando) a considerar las implicaciones de las diferencias de poder que eran tan vastas entre un presidente y una becaria de la Casa Blanca”, escribe. “Estoy empezando a entender que en esa circunstancia la idea de consentimiento puede ser considerada irrelevante (Aunque los desequilibrios de poder –y la capacidad de abusar de ellos– existen incluso cuando el sexo ha sido consentido)”.