El camino que ha traído a Nicaragua hasta el presente no ha sido nunca fácil. Desde comienzos del siglo XIX y hasta la primera década del XXI, la injerencia extranjera y los desastres naturales han determinado los destinos de un país que, sin embargo, nunca ha cesado de intentar incorporarse, frente a las fatalidades, a territorios abonados para el pensamiento político progresista.
A quienes no conocen la historia del pequeño país centroamericano les sorprende encontrarse con que en fecha tan temprano como 1893 “La Libérrima”, la constitución aprobada por el gobierno de Zelaya, consolidaba un estado laico, la despenalización del aborto, la obligatoriedad de la enseñanza primaria y otra serie de derechos que aún hoy son objeto de debates en nuestro país.
La sombra de Estados Unidos, y su intervención a través de la Nota Knox, acabó con aquel hermoso proyecto que llevó a Nicaragua a liderar el desarrollo de los países centroamericanos.
Y nuevamente fue el gobierno de Estados Unidos el que, un poco antes de que fuera asesinado en 1934, acabó con el sueño político progresista de Sandino y dejó el país bajo la influencia de tres familias de siniestra memoria: los Sacasa, los Chamorro y los Somoza.
Fue el terremoto de 1972, y sobre todo la corrupción a la que se entregó el gobierno de Somoza en la gestión de la ayuda internacional, lo que permitió la toma del poder por parte del FSLN en 1979 gracias al apoyo del bloque soviético, tras un cruento, aunque corto, enfrentamiento civil.
A partir de ese momento Nicaragua se convierte en uno de los ejes en los que cruzan fuego los contendientes de la guerra fría. Con el apoyo de Ronald Reagan, y a pesar de una victoria democrática en 1984 para los sandinistas, la “Contra” desestabiliza el país y en 1990 se logra la victoria de Violeta Chamorro, que aplica inmediatamente políticas ultraliberales que generan desarrollo económico amparado en una gran desigualdad social.
En 1998 el huracán Micht devasta el país y genera más de un millón de damnificados directos. Como resultado de este nuevo desastre natural se produce una gran crisis política y social y que termina, casi una década después, con el triunfo de Daniel Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional, en las elecciones de 2006.
Una historia como esta que hemos reseñado tan brevemente es la que explica la enorme cantidad de amistades y admiraciones que los esfuerzos y los anhelos de la sociedad nicaragüense ha concitado a lo largo y ancho del planeta.
MiradasDoc se ha hecho eco, a lo largo de estos años, de algunas de las más nutricias reflexiones que sobre los procesos del progresismo en Nicaragua ha dejado el cine documental contemporáneo.
Fue un verdadero honor el pase que hicimos de No pasarán (1984) de David Bradbury entre las películas seleccionadas del director australiano que en 2010 recibió el premio Mirada Personal. Y una de las invitadas a esta muestra, Mercedes Moncada, estuvo ya en nuestra primera edición con una película emblemática del cine documental de Nicaragua, La pasión de María Elena, y en 2009 con La sirena y el buzo.
En verdad estas películas, que bucean en la realidad de la convulsa historia nicaragüense, lo hacen también, y con una rara profundidad, en las estructuras simbólicas que construyen el imaginario del país centroamericano.
Entre estos dos polos se debate la muestra que ha seleccionado para MiradasDoc Kathy Sevilla, la presidenta de la Asociación Nicaragüense de Cinematografía, y que componen cuatro títulos fundamentales del documentalismo reciente de aquel país: Miskitu de Rebeca Arcia, reconocida productora de cine documental con una dilatadísima experiencia, aborda el tema de la migración de los pueblos indígenas hacia la urbe.
Florenece Jauguey, aunque nacida en Francia, es uno de los grandes nombres del cine latinoamericano actual (La isla de los niños perdidos ganó en grandes festivales europeos y americanos importantísimos premios) y El engaño, que aborda la emigración hacia el norte y los espacios de tránsito de Centro América, ha ganado en 2012 el premio al Mejor Documental centroamericano en el Festival Ícaro de Guatemala.
María José Álvarez es la pionera de las mujeres cineastas en Nicaragua y ha dirigido y producido documentales desde la década de 1980. Junto a Martha Clarissa Hernández, dirige la productora Luna Films y traen a MiradasDoc un documental de carácter etnográfico, ganador de premios internacionales y titulado The Black Creoles, memorias e identidades.
Por último, Mercedes Moncada, quizá una de las miradas más penetrantesy experimentales del nuevo cine latinoamericano, conocida, como hemos dicho, de nuestro festival, trae su última película Palabras mágicas, una imprescindible cinta que explora los valores simbólicos y políticos de Sandino y de Nicaragua, «un país que no es como un río que fluye y es siempre nuevo, sino que como un lago guarda y acumula».
Fuente: MiradasDoc, España.