Una sosaina copia del Madrid, que tiene sonámbulo a Benítez, no bastó para descarrilar al borroso Atlético que quiere mutar Simeone. De la transición de uno y otro, en un derbi casi sin porterías hasta el último suspiro, solo sacaron partido Benzema y Vietto. El resto fue ajedrecístico, con dos entrenadores con hilos, mueve que mueve peones.
Del tablero sacó más provecho inicial Benítez, y mejor rédito final Simeone, ese Espartaco colchonero empecinado en que los suyos cambien de muda. Cuando quiso jugar no pudo, cuando le dio por el arrebato que le ha caracterizado estos últimos años acuarteló al Madrid. Justo el garbo que le faltó a los madridistas, tan contenidos, tan sometidos a las ordenanzas del banquillo que acabaron con la lengua en la nuez. Dos equipos de autor aún con más sombras que luces.
Simeone tiene un lío. Y gordo. Quiere ser lo que nunca fue, como jugador y mucho menos como entrenador. Busca y busca un equipo con más gracia, ha fichado para ello, pero no da con las teclas. En el rastreo del grial, alista jugadores de molde fino en zonas pedestres. Griezmann, el mejor goleador, acostado a la derecha, a muchas cuadras de la portería adversaria. A la otra orilla, Óliver, chico con luces, con condiciones para ser el base de los delanteros, no para barrenar por la banda izquierda. Simeone alinea peloteros que no juegan como peloteros por el dictado del jefe. Como si quisiera al Atlético de su vida, el sacamuelas, el del colmillo retorcido, pero con tipos más predispuestos al frac. Ni lo uno, ni lo otro. Un equipo desnaturalizado hasta que se remangó como en los viejos tiempos, ya al final.
Enfrente, Benítez sueña con la pócima mágica, el equilibrio, el concepto que lleva años torturando a los técnicos blancos. La fórmula parece ser Casemiro, jugador cartesiano, que se reconoce como ancla del equipo, como mosquetero de todos. No es Busquets, pero apunta maneras. Juega a un toque, en largo y en corto, se encuadra entre los centrales, libera a Kroos y Modric. Con él, el Madrid gana un sostén y da vuelo a dos centrocampistas más. Todo eso es Casemiro, proyecto incipiente, pero con un recorrido interesante. Pero el brasileño, repescado del Oporto es un benitezólogo. O, lo que es lo mismo, interioriza como nadie eso que el técnico llama «automatismos». Dicho de otra manera, Casemiro es Benítez en calzón corto. El entrenador juega sus partidos en un Pentium, y lo que imagina lo representa Casemiro: a este tipo de controladores de banquillo les encanta jugar el partido que no pueden jugar mediante un militante de la causa propia. El resultado es un conjunto que tramita más de lo que se inspira. No hay rendija para la soltura, la imaginación. Mejor cumplir que defraudar al banquillo.
A partir del intervencionismo de los técnicos, en el Manzanares se midieron el Madrid que se acerca al genuino Benítez frente al Atlético que a ratos se aleja del auténtico Simeone. Del cruce de caminos salió ganador inicial el Real, que sin tirar serpentinas tuvo cuajo, principio y final. De Benzema a Keylor Navas, postales merengues de un partido que no se rebobinará. Al francés le correspondió el gol, al costarricense la parada de la noche. Cristiano aparte, ambos etiquetan a este Madrid que pule Benítez.
Benzema ya no solo juega bien, ahora golea de puntillas, sin golpes de pecho ni mordiscos al escudo. Keylor no solo ha resuelto la trama de Casillas y De Gea. También para, mucho y bien. En el Calderón, él dejó planchado al Atlético, que soñó la remontada con un penalti de Sergio Ramos a Tiago. El capitán penalizó dos veces a los suyos. Primero con un pase con el juanete al rival, luego con un atropello al centrocampista portugués de los colchoneros. Keylor le redimió ante Griezmann. Antes, Benzema, en pantuflas, lanzó al Madrid con un cabezazo de órdago tras un servicio de Carvajal, estupendo hasta que se lesionó sin llegar al descanso.
Poco más creyó precisar el Madrid, hasta el trecho final mucho menos exigido que en los cinco retos oficiales previos que llevaba sin rascar por la Ribera. Anudado a sí mismo Fernando Torres, solo Correa, y de forma intermitente, puso en alerta a la defensa visitante. La alineación del Atlético era tan alentadora como ineficaz. Aún no sabe jugar a lo que destilan sus cabezas de cartel. Les han propuesto ser lo que no son. Tiene tajo Simeone, que por muchos ilustrados que alinee no logra cambiar el formato que durante tanto tiempo han metabolizado los que forman el espinazo del Atlético, equipo que en su tránsito hacia otra pasarela ha dejado de ser macizo. Antes se reconocía en el espejo; ahora se busca sin éxito hasta que se desfoga con un apretón de mandíbula. Por el momento, se ha destapado para constiparse.
Salvo el instante de Keylor, que repitió con una buena intervención ante Jackson en la última escena, el derbi bien pudo jugarse sin porteros. El partido, selvático por momentos, deforestó el medio campo, donde unos y otros se jugaron las alubias, con Navas y Oblak casi de mirandas. De ese campo de minas no escapó nadie, mientras los entrenadores fueron dando giro a la noria ofensiva: que si Carrasco, que si Jackson, que si Bale, que si Kovacic. Ninguno alteró el guion, mucho menos el galés, que empeoró con creces a Benzema. Quería contemporizar el Madrid, cuando los rojiblancos se pusieron el corazón en un puño. Y por las bravas llegó el empate de Vietto, justo premio para un Atlético que remontó cuando fue el Atlético. Otro desengaño para este Madrid logarítmico de Benítez. Con un goteo casi le basta para encadenar su primera victoria en seis citas oficiales con los del Calderón en su ruta hacia… Con algo de furia y hueso le bastó al Atlético para no extraviarse del todo en su camino hacia… Poco de uno y poco de otro.