El pasado 25 de mayo, la policía de fronteras de Estados Unidos en su base de Yuma, Arizona, encontró a dos inmigrantes en la carretera 8, a la altura de Gila Bend.
Habían llegado, exhaustos, a la línea que separa la vida y la muerte en este punto de la frontera con México. Mientras recibían asistencia médica, los indocumentados les dijeron que había otra decena de personas atrás. El equipo de búsqueda rastreó el camino hasta llegar a una tercera persona, inconsciente y deshidratada. Era un muchacho mexicano de 17 años. Murió antes de llegar al hospital. Los agentes siguieron camino y encontraron a ocho personas más deshidratadas, a las que rescataron del desierto. En total, nueve mexicanos y dos hondureños.
Escenas como esta son habituales en el lugar más peligroso de la frontera entre Estados Unidos y México. La policía de fronteras (Border Patrol) de Yuma y Tucson tiene un equipo especializado en rescates llamado Borstar (Border Patrol Search, Trauma and Rescue) especializado en rescates como estos. Cientos de personas son rescatadas al año y decenas mueren.
Cada año, a comienzos del verano, el mensaje de estos agentes, seguramente con poca esperanza de éxito, es pedir a la gente que no lo intente. Desde las casas seguras a las afueras de San Luis del Río Colorado, en Sonora, hasta la carretera 8 hay tres vallas y hasta 30 kilómetros de puro desierto. Se tarda entre 8 y 10 días caminando, a 45 grados y sin sombras, en llegar hasta la carretera. “Los polleros les engañan”, dice el agente Fidel Cabrera, supervisor de Operaciones Especiales de la Border Patrol en Yuma. “Les dicen que en cinco horas caminando están en Los Ángeles”. De nuevo, “no lo intenten, no hay forma de que puedan cargar el agua que necesitan para hacerlo”.
El problema de las muertes de inmigrantes en el desierto de Arizona se agravó a raíz de la construcción del muro en la frontera de California y las grandes ciudades en los años 90. La inmigración irregular se vio desplazada hacia lugares más peligrosos, con temperaturas extremas y kilómetros sin ninguna ayuda. Lugares por los que nadie pasaba cuando había alternativa.
Según datos de la asociación Colibrí de Tucson, que documenta las muertes de inmigrantes en Arizona, entre 1990 y 2000 se encontraban unos 12 cuerpos al año. En los 15 años siguientes, la media fue de 170 al año. A la morgue de Tucson han llegado más de 2.300 cadáveres del desierto, más de 800 permanecen sin identificar. En el sector de Yuma, al oeste de Tucson, la actividad es mucho menor, pero el peligro es el mismo.
Cabrera explicaba esta situación a principios de junio en una zona del desierto de Yuma durante un simulacro en el que la Border Patrol mostró los recursos que se movilizan cuando localizan una emergencia, desde perros rastreadores hasta helicópteros. En aquel simulacro estuvo presente, por primera vez, el equipo de emergencias C4 de la Secretaría de Seguridad Pública de Sonora. El Gobierno del Estado mexicano es la principal fuente de información para encontrar a esos migrantes.
Carlos Beltrán, director de este servicio de emergencias en San Luis del Río Colorado, explica que normalmente cuando los migrantes llaman al 911 porque necesitan que les rescaten, la llamada salta en México porque aún llevan el operador mexicano en su teléfono. Son ellos los que recogen todos los datos imprescindibles sobre la persona que está llamando. Entonces llaman al otro lado, a la Border Patrol de EE UU para que actúen.
“A veces le recomendamos a la gente que al cruzar apague el teléfono y lo vuelva a encender al otro lado, de forma que pille la señal de un operador de Estados Unidos”, explica Beltrán. De esa forma, no solo se ahorran un paso en caso de emergencia, sino que la policía estadounidense los puede encontrar por la localización del teléfono.
Habrá que esperar a final de año para ver qué efecto tenga Donald Trump en las cifras de emergencias en la frontera. La agresividad del presidente contra los inmigrantes es la razón principal, según los expertos, de una espectacular reducción en las llegadas de indocumentados, que han caído al nivel más bajo en 17 años. Si la tendencia continúa en el verano, quizá eso se refleje también en menos muertes en el desierto.