Trump quiere el Nobel de la Paz

El presidente de EE.UU. anhela ganar el premio de la Paz, como su antecesor, por su gestión en Corea.

 

Los republicanos hacen sonar el tambor del Nobel para el presidente, que quiere emular a su antecesor, por su gestión de “paz a través de la fuerza” en Corea.

El trumpismo tiene un nuevo grito de guerra. Suena contradictorio escribir “guerra” cuando sus bases sustituyen la pendenciera consigna de “enciérrala” dedicada a su rival Hillary Clinton por un lema de tono pacífico.

“Nobel, Nobel, Nobel”, se arrancó la masa a corear en el reciente mitin celebrado en Michigan. De esa guisa se expresó la multitud a la que el presidente Donald Trump sacó la negociación sobre la desnuclearización de la península de Corea, un asunto con el que se deleita últimamente, que le aleja de las miserias y mentiras del día a día en la Casa Blanca y le hace sentirse como gran estadista: del ladrillo a la gloria universal.

En su cara y en sus gestos no disimuló el placer del halago, hasta el punto que se le escapó esa misma palabra: “Nobel”. Y, entonces, tal vez tomando conciencia de lo difícil que se plantea esa perspectiva y del posible castañazo, señaló: “Sólo quiero hacer el trabajo”.

Todavía no hay nada, salvo buenas intenciones, las imágenes del encuentro entre el presidente de Corea del Sur, Mu Jae In, y el del Norte, Kim Jong Un, y una futura reunión –todos pendientes del anuncio del lugar y la fecha– entre los dos mandatarios más belicosos del planeta.

Y, sin embargo, el pensamiento de que Trump es merecedor del premio Nobel de la Paz ya es algo más que un grito mitinero.

El propio Mun avaló el lunes pasado esa consideración. “El presidente Trump debe ganar el Nobel de la Paz, lo que necesitamos es sólo paz”, afirmó, esquivando, a su vez, ser él mismo el nominado.

Trump le correspondió con una más que falsa modestia en la Casa Blanca a la jornada siguiente. No le devolvió la pelota, sino que se la apropió tras señalar, con un gesto de pavoneo, que cada cosa a su debido tiempo.

Pero quedó claro que, bajo su punto de vista, él será merecedor de la distinción por propiciar el deshielo. Trump en privado ridiculizó a su predecesor, Barack Obama, cuando éste recibió la condecoración en el 2009. Muchos conservadores dijeron que ese reconocimiento había sido precipitado. “Aún no sé por qué me lo han dado”, declaró entonces Obama a la CBS, un léxico desconocido para su heredero.

A Trump, que si compite con alguien es contra el legado de Obama, le intriga y le excita la idea del galardón que otorga el comité noruego del Nobel. Eso es lo que sostuvieron fuentes citadas por el portal Axios. Esta circunstancia, recalcaron, “le daría un derecho a la fanfarronería aún mayor que la presidencia”.

Las palabras de Mun fueron el preludio de la carta que el miércoles rubricaron 18 congresistas republicanos y que remitieron al citado comité que sopesa el galardón más preciado por los defensores de la humanidad. Otra cosa son los goles que se marcan en su propia portería.

En esa misiva viajaba su solicitud a favor del 45 presidente de Estados Unidos. “La teoría de paz a través de la fuerza está funcionando y aportando concordia a la península de Corea”, se lee en el redactado de Luke Messer, legislador por Indiana. “No podemos pensar en nadie que se merezca más ese reconocimiento en el 2019 que el presidente Trump por su incansable labor en traer la paz a nuestro mundo”.

Quién se podía imaginar este giro hace unos meses, cuando el presidente estadounidense calificaba al norcoreano de “pequeño hombre cohete”, alardeaba de que su botón nuclear era más grande que el de Kim o prometía “fuego y furia como nunca se ha visto” sobre Corea del Norte.

En septiembre del 2017, en su debut en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el hogar de la diplomacia, Trump sembró el terror al apelar desde el estrado global “a la destrucción total” del país paria a ojos occidentales.

“Lo estamos haciendo bien con Corea del Norte”, se felicitó a sí mismo este viernes, en su intervención ante la conferencia de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), una congregación armada hasta los dientes que disfruta con el lenguaje del matón tabernario. El presidente se burló de los que le acusaban de emplear una retórica guerrera que no servía para nada más que para calentar los peores instintos. “Lo que no ha funcionado es la política del silencio”, proclamó Trump.

Al tiempo que se cuelga medallas por Corea del Norte, desprecia el pacto con Irán y está dispuesto a romperlo en breve. De dar este paso, a los europeos les rechinaría su Nobel.

“Hay que separar las tácticas de los resultados”, remarcó Rory Cooper, estratega republicano y director de Purple Strategies, en The Washington Post.

Las amenazas trumpistas son “una reminiscencia de la teoría del loco suscrita por Richard Nixon”, escribe Fred Kaplan en Slate. “Intentó persuadir a los vietnamitas del norte de que él era un demente y, por tanto, podía lanzar el arma nuclear si ellos continuaban con la guerra. Estaba convencido de que esto llevaría al líder Ho Chi Minh a suplicar la paz en cuestión de unas jornadas”.

La estrategia no funcionó. Kaplan teoriza que Ho sabía que Nixon no era un loco. En cambio, Kim tal vez si haya comprado que Trump es un desquiciado y por eso opte por frenar su programa nuclear. Pero, a renglón seguido, apuesta que esa no es la razón por la que se mueve el dictador de Pyongyang. Kaplan analiza que, tras cada una de las bravuconadas de Trump, Kim respondió con un nuevo ensayo y otro lanzamiento, llevando a los expertos al convencimiento de que Corea del Norte había desarrollado la capacidad para alcanzar incluso la costa este de EE.UU.

Su acercamiento a la diplomacia respondería, según su visión, al cerco de las sanciones, sobre todo por la implicación de su aliado, China, y, más que nada, a que ahora puede poner sobre la mesa la carta de la bomba atómica.

Frente al continuo alarde de Trump, Kaplan apostilla que “los norcoreanos observan que él está desesperado por un trato, una pésima táctica de cara a unas conversaciones, y mucho peor al ser las conversaciones más audaces y arriesgadas a las que un presidente se ha aventurado en años”.

En esta línea, el Ministerio de Exteriores norcoreano avisó ayer a Donald Trump que “no malinterprete” la situación. Que si prosigue atribuyéndose que la reunión prevista es fruto de sus presiones, podrían cancelarla y privarle del juguete.

Tampoco es que sus predecesores estén limpios de polvo y paja. Al poco de recibir el Nobel, Obama ordenó un despliegue militar extraordinario en Afganistán. En este terreno de incompatibilidades con la distinción pacifista, el anterior presidente demostró desparpajo al echar mano de los drones, o aviones dirigidos a distancia –desde el desierto de Nevada–, para aniquilar a enemigos en tierras lejanas.

Trump sería otro más. En la lista de este Nobel figuran cuatro presidentes. A Obama le precedieron Teddy Roosevelt (1906), Woodrow Wilson (1920) y Jimmy Carter, en el 2002, un par de decenios después de dejar el poder por la puerta falsa.

Y la polémica existe desde la primera vez. Roosevelt ganó la condecoración por las negociaciones en la guerra ruso-japonesa (1904-05). Un diario sueco publicó que Alfred Nobel, el industrial que instauró los premios, se estaría revolviendo en su tumba porque el agraciado era un militarista despiadado que había concluido la colonización de Filipinas.

El profesor e historiador Bruce Cumings, experto en la guerra de Corea, apostó en una entrevista en The Nation que, si en esta ocasión hay éxito y se evita el fracaso de otros intentos con Corea del Norte, que los ha habido pese a que Trump lo niegue, deberían ser Mun y Kim los reconocidos.

“No creo que Trump tenga la menor idea de la naturaleza del conflicto de Corea –afirmó Cumings–, lo profundo y extendido. Sólo diría esto: si le dan el premio Nobel, esperemos que no sea como el de Henry Kissinger por lograr la paz en Vietnam”.

Este es uno de los autogoles del Nobel. Kissinger, al que Trump invita a la Sala Oval, recibió la distinción en 1973 y desde el primer instante se calificó como “la más polémica”. Alentó la paz en Vietnam, que no se produjo hasta 1975, mientras incendiaba el conflicto en Camboya y Laos.

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