El esceptismo ante el cambio climático, o más precisamente ante la responsabilidad de la actividad humana en el aumento de temperatura de la Tierra, no solo forma parte de la satisfacción que Trump se ve obligado a dar a parte de sus clientes políticos, vinculados a la extracción del carbón. Su escepticismo climático satisface también la primera de sus atormentadas pasiones, y de gran parte de sus seguidores, que es la de la sospecha. Trump es un bulo que se ha hecho noticia. Ha sido así para asombro y desmoralización de las democracias. Y este cambio de la naturaleza trumpiana presagia graves imitaciones. Si Trump es el presidente de América ya casi todo puede ser verdad. Y mucho más, si el propio Trump anima a los bulos a seguir el exitoso camino que él ha seguido. Estoy convencido, por ejemplo, de que en algún momento de esta presidencia tendremos noticias de (más) signos de vida extraterrestre.
La confirmación del abandono americano del pacto climático supondrá también un retroceso en los trabajosos avances que la mejor política había hecho al lado de la ciencia. Entre las mayores catástrofes humanas (la del comunismo, por ejemplo) se cuentan aquellas que se han producido por el despotismo político respecto de la ciencia, por su exacerbación normativa y su correlativo desprecio de los datos de la realidad. No hay deber ser eficaz y duradero contra los imperativos del es. La política contra la realidad es peligrosa, porque la realidad acaba siempre tomándose trágicas venganzas. Naturalmente hay personas que piensan que el cambio climático es una invención. O que no debe vacunarse a los niños. Hay todo tipo de personas. Lo importante, de nuevo, es decir que una de esas personas ha llegado a la presidencia de América y que ya no es solo en las teocracias donde la política se ve amenazada por la superstición.
La reunión del pasado fin de semana entre Trump y el G-8 dejó en los líderes europeos una conclusión inquietante: América nos ha abandonado. Es probable que la conclusión tenga también su parte positiva, en la medida que obligue a Europa a ejercer su mayoría de edad. Pero la soledad rebasa la circunstancia europea. La decisión sobre el cambio climático, una vez más aislacionista, metaforiza con precisión que América está abandonando el planeta.
Fuente: El Mundo