Contra la antiquísima regla de oro de la diplomacia mexicana de no inmiscuirse en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el gobierno de México tomó partido abiertamente por uno de los contendientes, el candidato republicano, Donald Trump. Y los resultados no pudieron ser más devastadores. Hasta los más conspicuos lisonjeros del régimen censuraron la bárbara pifia. Y nadie hasta ahora ha salido a justificar o minimizar el indiscutible yerro.
¿Fue simplemente un mal cálculo político, según se dice, de Luis Videgaray? ¿Tan tonto es el hombre? ¿Tan ignorante? ¿Se alocó? ¿Perdió la cabeza de un día para otro, de la noche a la mañana? Nada de esto es verosímil. Por eso hay que preguntarse qué hubo o hay detrás de la aparente tontería.
¿Será que Videgaray, personaje muy cercano a la élite del poder estadounidense, sabe algo que muy pocos, aquí y allá, saben? ¿Ya sus amigos le habrán dicho que la plutocracia yanqui ha decidido finalmente que Donald Trump sea el próximo presidente de la Unión Americana? Si este fuere el caso, la decisión de invitar al republicano parece lógica y hasta de alta política.
Acostumbrados como estamos a pensar que en EU el poder se consigue en las elecciones y no con acuerdos cupulares previos, nos devanamos el seso queriendo sacar conclusiones de discursos, encuestas, desplantes, columnas periodísticas interesadas, filtraciones, globos sonda informativos. Pero a menos de dos meses de los comicios presidenciales estadounidenses no es creíble que la élite del poder no haya decidido ya quién habrá de representarla en la Casa Blanca por los próximos cuatro años.
Las elecciones de noviembre, eso sí, deben legitimar y hacer creíble el resultado de las negociaciones cupulares previas. “El reparto del poder es un asunto de la mayor importancia que no puede dejarse en manos del populacho. Pero éste debe creer que su participación es el fiel de la balanza”.
Con la información ultraprivilegiada de que Trump será el próximo presidente de EU, Videgaray no habría tenido dificultades para convencer a su jefe de la conveniencia de invitar al magnate. Habría sido “en aras de los superiores intereses de México”. Y acaso por eso mismo, y frente al alud de críticas por la invitación a Trump, Peña Nieto ha dicho que “quizá hoy no se entienda el porqué de mis decisiones”. Y podría agregar: “Cuando Trump sea presidente me agradecerán que me haya adelantado a traerlo a México”. Así, el aparente error habría sido un absoluto éxito de Videgaray y de su jefe.
Pero como lo sabe cualquier periodista con experiencia política, la información privilegiada siempre es interesada. Y puede ser verdadera o falsa. Suman legiones los periodistas a los que el uso de información privilegiada ha conducido a la ruina profesional, aunque no siempre a la ruina económica.
¿Si Videgaray fue provisto por sus amigos de la élite del poder yanqui de una información ultraprivilegiada, ¿habrá tenido la sensatez de considerar que podía ser falsa? ¿O de que podrían haberlo utilizado como instrumento de una maniobra oscura y maquiavélica?
De cualquier modo, el asunto Videgaray-Trump tiene saldos positivos. Preparémonos, de acuerdo con estas señales, para la eventual y nada improbable presidencia del magnate, sabiendo como sabemos, que esa decisión o su contraria ya fue tomada, independientemente de los comicios de noviembre.
Y no habrá mucho problema si la decisión sale mal. Siempre queda el recurso tipo Kennedy o el recurso tipo Nixon. Lo que la cúpula haya hecho mal, la misma cúpula puede corregirlo.