Luis Manuel Arce
Con 2018 concluyó, sin lugar a dudas, uno de los períodos políticos más dramáticos para América Latina, cuyas consecuencias, aún impredecibles, se sentirán con mucho rigor durante 2019, pero este será un año de esperanza.
Salvo aisladas excepciones, 2019 no comienza con buen pie para los latinoamericanos en el terreno político y tampoco en el económico, lo cual no significa que la región esté en el torbellino de la debacle ni que los fenómenos circunstanciales ocurridos en países influyentes marquen una tendencia definitiva hacia los puntos negros de este universo tan especial.
Quizás el asunto más aleccionador y ejemplificante de todo el proceso político y económico en la región sea el de Brasil, porque en ese espacio confluyen todos los elementos que contribuyen a enrarecer la atmósfera y ocultar bajo hojarascas como la corrupción, el poder mediático, la dictadura judicial, la concentración del capital, el populismo de derecha tan demoledor de voluntades y émulo del nazifascismo alemán, el cambio de época que se está produciendo bajo nuestros pies y que en última instancia explica la contraofensiva en la cual se bate en retirada el capitalismo salvaje neoliberal.
Brasil es el teatro en cuyo escenario se proyecta, como si fuese en dos pantallas conexas, la aparentemente contradictoria realidad latinoamericana, como sucedió en 1789 con el advenimiento del siglo de las luces cuando emergieron al aire las ideas renovadoras para disipar las tinieblas de la ignorancia mediante el conocimiento y la razón y el asentamiento de la fe en el progreso.
Tinieblas e ignorancia representadas de forma dolorosamente gráfica y real por Jair Bolsonaro y el juez Sérgio Moro, y conocimiento y razón por Luiz Inácio Lula da Silva, son el mismo telón de fondo que antecedió a la caída de la monarquía en Francia para abrir las puertas a la nueva época.
Pero Brasil no es el punto final de la batalla latinoamericana por el progreso y la fe, como tampoco lo es Argentina con Mauricio Macri, ni Ecuador con Lenín Moreno, aun cuando lo sucedido en esos países tiene un impacto muy doloroso en todo el continente por el peso específico de esas naciones en las relaciones interamericanas.
Especialmente el papel que jugaban en los mecanismos de integración regional económica y política creados con tantos esfuerzos, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, u organismos de cooperación y desarrollo como Petrocaribe. El apresamiento forzado de Lula, el inusitado avance electoral de un militarista, ultraderechista y corrupto gobernante como Bolsonaro, la débil reacción del pueblo de Brasil ante la vergonzosa acción judicial contra un hombre cuyo gobierno sacó de la pobreza a 40 millones de personas, la forma tan impúdica en que actuó el juez Moro, la falta de castigo para inescrupulosos como Temer, deben llamar a la reflexión a las fuerzas progresistas no solamente de ese país, sino de toda la región, para superar los errores cometidos.
Hay un gran potencial en América Latina para que los sectores progresistas retomen el camino perdido y logren lo que muchos analistas califican del retorno a las vías trazadas por líderes imperecederos como Fidel Castro y Hugo Chávez Frías, y que siguieron en su momento junto a ellos Néstor Kirchner y Cristina Fernández, o Rafael Correa con la Revolución Ciudadana que encabezó y que traicionó Lenín Moreno.
O las que siguen valientemente en Bolivia, Evo Morales, en Venezuela, Nicolás Maduro y en Nicaragua, Daniel Ortega, contra quienes el mundo neofascista dirigido por el gobierno de Donald Trump ataca con todas las armas a su alcance, desde las militares hasta las económicas, mediáticas, ideológicas y hasta sicológicas.
México está demostrando que un mundo mejor es posible y se puede avanzar incluso dentro de un ámbito dominado por la corrupción, la violencia y el individualismo hacia nuevas formas de gobierno y de ordenamiento social en el cual los valores humanos, el derecho de las personas y la solidaridad colectiva se impongan al egoísmo, la discriminación, el racismo y la xenofobia que inducen a la violencia y al crimen.
El presidente Andrés Manuel López Obrador está demostrando que el régimen neoliberal ni consiguió desarrollo económico y social, ni logró establecer un ambiente de bienestar colectivo al cual aspira toda sociedad.
Lo que hizo el neoliberalismo en México fue amplificar los males tradicionales y nuevos que corroen las estructuras del país, debilitan al cuerpo nacional en su conjunto y siembran la división, el racismo, la discriminación y la violencia de todo tipo, no solamente la física o corporal, que distribuye la pobreza entre millones de personas y concentra la riqueza en manos de unos pocos.
Ese panorama que se vive en la superestructura de la gran mayoría de las sociedades en América Latina, lamentablemente seguirá presente en 2019 cuando todos los peritos y entidades tan dispares como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pronostican un año de pésimo crecimiento económico para toda la región, inferior al 1,7 por ciento, cuando para el mundo se proyecta 3,7 por ciento.
El mal vaticinio es consonante con la situación política que se vive en la región y quizás el país que mejor lo ilustra es Argentina donde la economía decrecerá en cerca de dos por ciento en 2019, algo bochornoso para la capacidad productiva, industrial y agrícola de ese país considerado el granero de América, y de mayor y más rica ganadería.
Entre los factores negativos que los analistas valoran para hacer sus magros pronósticos, el político es el de mayor peso, pues hay una crisis de confianza muy profunda en Brasil, Argentina, Paraguay y Ecuador, entre otros, que aleja a los inversionistas y reduce de forma abrupta las potencialidades del financiamiento externo, como alertó la Cepal en su resumen de fin de año.
Esa situación tiene graves consecuencias para los programas económicos y de desarrollo de muchas naciones que se verán afectadas por la presumible volatilidad de los mercados financieros y un debilitamiento del comercio global que, como agrega la Cepal, son desde ya una fuente de incertidumbre, la cual seguirá rondando como un fantasma todo 2019.
A la situación interna del área, que es lo más importante, hay que agregar los efectos negativos de la política comercial y proteccionista de un vecino como Estados Unidos, el cual mantendrá su estrategia de cerrar las fronteras comerciales a los del patio.
O al menos dificultar sus exportaciones o encarecerlas mediante nuevas formas impositivas con el mentiroso objetivo de defender la producción nacional y crear una mayor cantidad de empleo, lo cual no ha funcionado en la práctica con la elevación de los impuestos al acero y el aluminio, a pesar de que algunas firmas de automóviles retiraron sus producciones y talleres de Canadá y México.
Junto a esas medidas, el gobierno de Donald Trump profundiza su política agresiva contra los países del Alba, en particular Venezuela, Cuba y Nicaragua, a cuyos gobiernos trata de estrangular por las vías que sean necesarias, incluso la militar como ha dicho en el caso de Venezuela.
Lamentablemente esa visión es apoyada por países de la región como Argentina, Brasil, Chile, Perú, Paraguay, Panamá y otros que incluso han planteado la intervención de la desprestigiada Organización de Estados Americanos para aplicar la Carta Democrática Interamericana.
Este es un instrumento de agresión e invasión militar de Estados Unidos que trataron infructuosamente de aplicar también a Venezuela, donde han llegado incluso al intento de magnicidio con varios atentados fracasados contra el presidente Nicolás Maduro, una práctica añeja de la OEA y la CIA, muy conocida en el continente.
Lo más importante a destacar es que América Latina, a pesar de retrocesos puntuales en países como Brasil o Argentina, tiene enormes potencialidades para seguir avanzando hacia una nueva época a fin de sepultar definitivamente a la globalización neoliberal que, quiéralo o no Estados Unidos, seguirá abriéndose paso en la región como está demostrando México y como lo siguen haciendo Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, a cuyas revoluciones no han podido vencer a pesar de la despiadada agresión y bloqueos a que son sometidas.