Luis Gonzalo Segura
Hace solo unos días, la ONU aseveró que el planeta había alcanzado los 8.000 millones de habitantes. Una cifra para tener en cuenta, ya que, aunque en realidad se trata de estimaciones y nadie sabe con seguridad el dato exacto, menos todavía el día en el que se alcanza una determinada cantidad de habitantes —piensen en la fiabilidad de los registros demográficos en no pocos países—, quizás somos demasiados… ¡o no!
Un repaso histórico señala que, en 1800, hace poco más de 200 años, éramos ‘solo’ 1.000 millones de habitantes y que, desde entonces, no hemos dejado de crecer: en 1974 se alcanzaron los 4.000 millones; en 1987, los 5.000 millones; en 1999, los 6.000 millones; y, en 2011, 7.000 millones. Es decir, hemos duplicado la población mundial en menos de cincuenta años —de 4.000 a 8.000 millones, entre 1974 y 2022— cuando en entre el siglo XIX y el XX se tardaron 123 años en pasar de 1.000 a 2.000 millones. Otro dato, y ya lo dejo: hace unos 10.000 años éramos un millón, en este 2022 tardamos menos de cinco días en aumentar en un millón la población.
Así pues, hemos crecido mucho y de forma muy rápida, lo que demuestra que, como especie, hemos tenido un éxito arrollador. Quizás demasiado —y eso que no hemos dejado de matarnos por millones en estos dos últimos siglos y priorizamos la competencia a la cooperación—, aunque no todos piensan igual: ¿somos una plaga, como sostiene el naturalista David Attenborough, o todavía somos muy pocos, como defiende Jeff Bezos, que espera que la humanidad alcance el billón de habitantes repartidos por todo el sistema solar?
Es difícil saber si somos una plaga o debemos seguir creciendo…
Se trata de una cuestión en la que no existe un acuerdo claro, pues hay quienes sostienen que todavía existe margen de crecimiento, mientras otros entienden que ya somos demasiados para las capacidades del planeta para sostenernos. Por otra parte, ni siquiera existe acuerdo sobre si la humanidad seguirá creciendo o no.
Así, mientras la ONU señala que seremos unos 11.000 millones en el año 2100, lo que supondría una más que considerable ralentización del crecimiento, otros estudios —’The Lancet’— señalan, incluso, que, tras alcanzar los 9.600 millones de habitantes, la población mundial comenzará a descender.
Pero es obvio que somos peligrosos: los enfoques supremacistas y filonazis
Si bien resulta complejo saber si somos una plaga o no o si vamos a seguir creciendo o no, pues ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo, lo que es evidente es que somos peligrosos. Peligrosos hasta para nosotros mismos. No obstante, incluso abundan los enfoques supremacistas dentro de los debates demográficos, los cuales abogan, por ejemplo, por multar en Reino Unido a aquellos que no tengan hijos cuando no hay ningún problema demográfico en las Islas británicas. Ello se debe a que la falta de nacimientos ‘nacionales’ es y será suplida con la migración. Por lo tanto, no parece acertado pensar que en Reino Unido se reducirá la población, ya que, aunque es muy probable que dejará de haber tantos blancos, la migración continuará aumentando la población británica. No habrá tantos pelirrojos, pero que no cunda el pánico: habrá muchos británicos.
Sí, efectivamente, uno de los ‘problemas’ a los que se enfrentan los países más desarrollados es la baja natalidad, lo que genera que sus poblaciones no alcancen las tasas de reposición —algo más de dos nacimientos por pareja—. En este contexto, hay países como Hungría o Japón que han apostado por políticas de natalidad que permiten mantener una homogeneidad cultural, pero provocan una considerable ralentización del crecimiento demográfico. Han fracasado porque la paradoja del éxito del capitalismo es el fracaso demográfico de los más desarrollados y el ‘boom’ demográfico de los más retrasados.
El ‘apocalipsis’ racial: un mundo de indios, chinos y africanos
Según el mencionado estudio de la revista ‘The Lancet’, Nigeria alcanzará a finales de siglo los 800 millones de habitantes, lo que le permitirá situarse en el ‘podio’ demográfico junto a la India, que hace poco ha logrado el primer puesto, y China. Un devastador ‘apocalipsis’ para los más supremacistas occidentales: un mundo dominado en términos demográficos por indios, chinos y africanos que aumentará, si cabe, los problemas cardíacos de los más supremacistas. Un apocalipsis, además, provocado por ellos mismos.
Porque está demostrado que el desarrollo de los países conlleva la mejora de la situación social de las mujeres, su acceso a la educación y al mercado laboral, y, por ello, el uso de métodos anticonceptivos, el retraso de la natalidad y la planificación familiar. El desarrollo de los países libera a las mujeres y ralentiza el crecimiento demográfico.
Racistas, machistas o supremacistas occidentales: ¿no queríais una taza? Pues toma dos
La ironía de esta situación es que tanto los racistas como los machistas y los supremacistas son los que más están aportando a su particular apocalipsis demográfico y racial —que no el de los demás—.
La población mundial llega a 8.000 millones de personas
Porque más allá de que, por ejemplo, cuando se afirma que la población española se va a reducir a la mitad en las próximas décadas, como señalan no pocos estudios, ello se realiza desde una perspectiva supremacista y racial inquietante, porque la realidad es que la población no se va a reducir en España a la mitad en las próximas décadas, sino que esta será ‘menos española’, lo cierto es que los migrantes serán esenciales en el crecimiento de la población española y de todo Occidente. Tanto que si Estados Unidos, y Occidente en general, quiere mantenerse entre los países más poblados del mundo no podrán implementar políticas migratorias ‘trumpianas’ —ya he señalado los fracasos de Hungría o Japón—.
La ‘solución’ pasa por la némesis de los racistas, machistas y supremacistas occidentales: fomentar el desarrollo mundial disminuyendo la pobreza y la desigualdad en el planeta. El éxito de los países en vías de desarrollo provocará, a buen seguro, la reducción de sus tasas de natalidad. Porque mientras las mujeres de los países más pobres sigan sin alcanzar niveles educativos más altos, no podrán acceder a métodos anticonceptivos ni tener conceptos como planificación familiar. La reducción demográfica del planeta depende de la acogida de la migración, el éxito de la mujer y el desarrollo de los países más desarrollados.
Pero, más allá de la heterogeneidad poblacional, ¿somos una plaga?
Pero, aunque se potencien las políticas migratorias acogedoras, el progreso de la mujer en las sociedades o la reducción de la desigualdad entre los países más ricos y pobres, lo que reduciría de forma muy considerable el número de habitantes y, por tanto, la gran presión que ejercemos sobre los recursos y la propia sostenibilidad del planeta que habitamos: ¿somos en la actualidad una plaga?
«El modelo capitalista actual es insostenible. Y es esa insostenibilidad la que convierte a la población en ‘plaga’, permite alzar la voz a supremacistas al respeto de la protección y promoción de las poblaciones ‘nacionales’ o plantear debates demográficos a escala local, regional o global».
Las cifras demuestran que sí lo somos. Para hacernos una idea, la humanidad consume un 74 % de los recursos naturales que la Tierra puede generar cada año, lo que provoca que, a mediados de julio, se señale de forma simbólica un día como aquel en el que ya se han agotado todos los recursos naturales que la Tierra ha producido ese año.
Así pues, no hay duda: el modelo capitalista actual es insostenible. Y es esa insostenibilidad la que convierte a la población en ‘plaga’, permite alzar la voz a supremacistas al respeto de la protección y promoción de las poblaciones ‘nacionales’ o plantear debates demográficos a escala local, regional o global.
Porque si seguimos apostando por un modelo capitalista de consumo desenfrenado solo tenemos una posibilidad: reducir la población. Esa es la disyuntiva a la que nos enfrentaremos: cambiar el modelo si queremos mantener o aumentar la población o mantener el modelo y reducir la población, por las buenas o por las malas.
Por tanto, llegados a este punto y conociendo los antecedentes de la humanidad, o cambiamos el sistema o apostamos por políticas migratorias de acogida, reducimos la desigualdad mundial y mejoramos la situación de la mujer a nivel mundial… O nos matamos. Eso también vale, lo hacemos muy bien y siempre nos ha servido para resolver nuestras diferencias y problemas. De hecho, ahí seguimos. Pero, quizás, y sólo quizás, deberíamos plantear en esta ocasión una alternativa: un mundo mejor es también un mundo más sostenible.