La ráfaga de tiros sembró el pánico en los asistentes de un concierto que tenían muy presente la matanza de Orlando. La de Las Vegas ha sido peor.
El cantante de country Jake Owen había terminado su actuación y permaneció en el escenario, entre bastidores, viendo cómo lo hacía su colega, Jason Aldean, algo habitual en esos largos conciertos que reúnen a varios artistas del mismo estilo. Los festivales de country suelen congregar a viejos conocidos, habituales, tanto encima como debajo de ese escenario. Y entonces, mientras Aldean cantaba con su sombrero de cowboy, Owen empezó a oír lo que, no tuvo dudas, era el sonido de una automática. “Y ahí empezó el caos, el pánico, la gente corría buscando un lugar donde resguardarse”, explicaba este lunes en la CNN.
Pero la ráfaga de tiros, cuyo sonido por vídeo parecía el de la hélice de un helicóptero sobrevolando al público, era muy intensa, y los miles de asistentes tenían difícil escapatoria, «fue como si disparasen a peces dentro de un barril”, describió. Acababa de vivir la que ya es oficialmente la matanza a tiros más sangrienta de la historia de Estados Unidos.
A la carrera, algunos se refugiaron en la camioneta de Mike Cronk. Cuatro heridos, contaba esta mañana en la ABC, se subieron a la parte de atrás y algunos entraron con él en el interior, pero no todos lo superaron. “Uno de ellos murió en mis brazos”, dijo.
Una grabación recién publicada muestra el caos y el pánico entre los asistentes al concierto:
Otra mujer, sin identificar, relató en la misma cadena cómo recogió en su automóvil a una abuela y a su nieta, una niña pequeña que no dejaba de preguntar si iban a morir. “No sabía dónde estaban los demás, no sabía qué iba a pasar, así que llamé a mi marido y le dije que le quería”. La testigo, que describía la situación cubierta por una manta y con el rostro descompuesto ante la cámara de televisión, es una aficionada a la música country, frecuente en este tipo de conciertos, y siempre pensó, dadas las tragedias de este tipo que cada cierto tiempo se producen en Estados Unidos, “que algo así podría ocurrir alguna vez”. Que algo así podía tocarles a ellos. El recuerdo del tiroteo en la discoteca Pulse de Orlando, en 2016, el que había producido más muertos, este domingo por la noche, estaba en la mente de muchos en Las Vegas.
Bryan Claypool es uno de los que pudieron resguardarse en un cuarto, dentro de un edificio cercano al bulevar por donde la gente corría despavorida. Oía los disparos a través de la puerta y no sabía qué hacer. “El peor momento fue cuando vi a seis chicas de 20 o 22 años que lloraban, ignorábamos dónde estaba el tiroteo y no sabía qué decisión tomar”, explicaba en la ACB. “Si nos quedábamos tenía miedo de que entrara y nos matara”. “Esto no está pasando no me voy a morir”, se decía a sí mismo, tratando de mantener la “mente fría”. Cuando dejaron de oír disparos, por fin se atrevieron a salir y huir. El lunes por la mañana, la cifra de muertos alcanzaba los 50 y la de heridos los 200.