Cada año se desarrollan entre ocho y 10 huracanes o tormentas tropicales durante las semanas en las que viajó Colón.
Viernes, 3 de agosto de 1492. En el mar del Caribe un huracán ruge furioso mientras, al otro lado del Atlántico, Cristóbal Colón acaba de comenzar uno de los viajes más importantes para la historia de la humanidad y se dirige directo a la boca del lobo.
Estas líneas que acabamos de leer son noveladas, pero quizás pudieron ser verdad. Cuando Colón emprendió su viaje lo hizo, sin saberlo, en plena temporada de huracanes. De haberse cruzado con alguno de ellos su expedición habría tenido un final trágico y jamás se hubiera sabido nada más de él. La historia se habría escrito de otra manera.
Afortunadamente, sabemos que volvió para contarlo. ¿Hasta qué punto su descubrimiento fue fruto de la suerte?
La temporada de huracanes en el Atlántico Norte y el Caribe comienza oficialmente el 1 de junio y finaliza el 30 de noviembre. Por término medio cada año se desarrollan entre ocho y 10 huracanes o tormentas tropicales (estas últimas son borrascas muy potentes que no alcanzan la categoría de huracán) siendo el punto álgido desde mediados de agosto hasta mediados de octubre, periodo que coincide con el viaje de Colón.
Cualquier embarcación de la época no resistiría el envite de un huracán y sufrir un fenómeno de estas características supondría la muerte o, en el mejor de los casos, un naufragio en una isla caribeña en la que quedaría atrapado para siempre sin posibilidad de volver a Europa para contar su descubrimiento.
En aquella época ya se sabía que a la altura de Canarias los vientos soplan del este de modo que había que pasar por allí si querían hacia el oeste. La expedición no comenzó con buen pie porque tres días después de salir de Palos de la Frontera el mástil de la Pinta se quebró y, para desesperación del almirante, hubo que prolongar casi un mes la estancia prevista en las islas por culpa de las reparaciones.
Un viaje tan tranquilo que Colón falseó su diario
El 6 de septiembre iniciaron desde La Gomera un trayecto que no sólo estaba llamado a hacer historia sino también a batir el récord de la época de permanencia en alta mar. Lo primero que sorprende al examinar el diario de Colón es lo tranquilo que resultó el viaje en términos meteorológicos: de los 37 días que emplearon en cruzar el Atlántico solamente llovió en dos de ellos. Las primeras jornadas navegan tan rápido que casi a diario apunta menos leguas de las que realmente recorren para que la tripulación no se asuste y piense estar más cerca de las costas europeas.
Estas anotaciones diarias son un indicativo indirecto del tiempo atmosférico que acompañó a Colón. Si asumimos que a mayor intensidad del viento mayor es el desplazamiento, podemos intuir que la flota fue bordeando el anticiclón de las Azores por su lado meridional.
En su continuo desplazamiento hacia el oeste se fue adentrando poco a poco en el corazón del anticiclón y su navegación se volvió mucho más lenta por la ausencia de viento. A finales de septiembre entró de lleno en la “latitud de los caballos”, una zona de calmas casi perpetuas que los marineros de siglos posteriores trataron de evitar a toda costa. El día 23 encontró mucha mar de fondo con vientos casi nulos, señal de que un sistema de bajas presiones con fuertes vientos asociados se encontraba no lejos de allí. ¿Quizás un huracán o tormenta tropical? Con la llegada de octubre consiguieron abandonar el anticiclón, el viento volvió a soplar con fuerza y aceleraron su marcha hasta avistar tierra la madrugada del 11 al 12.
Las semanas posteriores al descubrimiento de América también se caracterizaron por un tiempo apacible “con aires suaves y dulces como los de mayo en Andalucía”. Los exploradores saltaron de Bahamas a Cuba el 27 de octubre y de ahí a la isla de la Española a finales de noviembre.
¿Fue normal que no se encontrara con una tormenta?
En todas aquellas jornadas el tiempo acompañó y hubo pocos días con aguaceros. Durante los 133 días que duró su exploración, Cristóbal Colón disfrutó de un tiempo que cualquier turista actual firmaría con los ojos cerrados. ¿Resultó excepcional o, al contrario, fue algo menos raro de lo que podríamos pensar?
Para desgracia de los meteorólogos no disponemos de más datos directos con los que evaluar la temporada de huracanes de 1492. Todavía quedaba rato para el desarrollo de los satélites meteorológicos.
¿Entonces cómo podemos calcular si Colón tuvo suerte o no? Con ayuda de métodos indirectos que nos permiten evaluar de forma aproximada el clima que dominaba en tiempos pasados y saber si determinada época era más favorable o menos para la formación de huracanes. La mayoría de estos métodos arrojan resultados que señalan que el número de huracanes atlánticos de finales del siglo XV fue similar al registrado en el periodo 1851-1950 (entre otros, un artículo de Michael Mann y Jonathan Woodruff publicado en la revista Nature en 2009).
Para regocijo de los meteorólogos sí disponemos de datos de ese periodo; por tanto, estudiando los huracanes de esos 100 años podemos realizar una estadística que nos permita estimar la temporada de huracanes del 92. ¡Ojo! Los valores que se muestran a continuación no pueden ser tomados como algo absoluto ya que existen muchas incertidumbres que son difíciles de evaluar: la posición exacta de Colón, la dimensión del huracán, la extrapolación de un periodo a otro, etc. Por eso han de tomarse como una aproximación y no como una reproducción fidedigna de la realidad de aquel 1492.
De los 822 huracanes y tormentas tropicales registrados en ese periodo, 383 atraviesan en algún momento de su ciclo de vida uno o varios puntos de la ruta de Colón entre el 6 de septiembre y el 4 de enero. Comprobamos inmediatamente que el número crece conforme nos trasladamos hacia el oeste y no nos sorprende porque ya sabemos que en el Caribe hay huracanes y en las proximidades de Canarias son casi inexistentes. En algunas zonas se registra más de un huracán por año.
Sin embargo, estos números no nos proporcionan mucha información porque se requiere que el huracán pase por el punto en la misma fecha en la que lo hizo Colón. De esta manera ambos coincidirían y la flota naufragaría. La probabilidad de que esto suceda es más pequeña de lo que parece ya que ambos sistemas (huracán y flota) se están moviendo en un área muy extensa durante muchos días y es difícil que se crucen. La probabilidad en los puntos de alta mar es inferior al 5% y la probabilidad conjunta en todo el viaje apenas supera el 20%. Podemos concluir que Colón tenía más probabilidades de sobrevivir que de naufragar (4 a 1).
Pero después del 12 de octubre la situación es diferente porque la flota apenas se desplaza y cualquier huracán o tormenta tropical que se mueva hacia las islas acabará alcanzando a los exploradores tarde o temprano. Por otro lado, la temporada de huracanes ya está llegando a su fin pero aun así la probabilidad de ser engullido por uno de estos monstruos es superior al 40%. Cuando combinamos el viaje y la estancia en las islas obtenemos una probabilidad final en torno al 55%. ¿Tuvo suerte Colón? A tenor de los datos, lo único que podemos concluir es que tenía más probabilidades de naufragar que de sobrevivir aunque ambas son similares (casi 1 a 1).
Volvamos atrás un momento. Quizás Colón sí tuvo un golpe de suerte, sobre todo el mástil de la Pinta que fue el que se lo llevó. De no haberse producido el retraso en su reparación la llegada al nuevo mundo se hubiera adelantado tres semanas en pleno apogeo de la temporada de huracanes (sobre el 21 de septiembre). Potencialmente también habrían podido llegar más sistemas a las islas. Si rehacemos los cálculos obtenemos un resultado similar para el viaje pero algo más para las islas. Ahora la probabilidad final supera el 65% y las posibilidades de naufragio son el doble que las de sobrevivir (2 a 1). Quizás ese palo cambió la historia por completo. Nunca lo sabremos.
Pero el tiempo no había dicho su última palabra y durante su viaje de regreso quiso cobrarse venganza. A pocos días de su llegada, el 12 de febrero, se vieron sorprendidos por una terrible tempestad que duró tres jornadas. Probablemente se trató de una borrasca profunda y fue tan poderosa que separó para siempre a la Pinta y la Niña: la primera acabaría en Galicia y la segunda en Lisboa (la Santa María había encallado en el Caribe semanas atrás).
Cuando pensaban que su última hora había llegado el tiempo calmó y, justo al día siguiente y sin apenas provisiones, Colón divisó las Azores. Como si de un final de película se tratara.