La democracia de partidos políticos ha proclamado, a lo largo de su historia, su defensa de la libertad de expresión. Aparece como un derecho ciudadano en todas las constituciones y, por si fuera poco, se usó con mucha inteligencia manipuladora desde la Guerra Fría.
Así, se ha conseguido un patrón de juicio apreciativo que, avanzando en el siglo xxi, acusa a los socialismos emergentes de dictatoriales, mientras deja en el supuesto que en los modelos garantes del capitalismo sí se practica esa libertad.
La realidad es otra bien distinta, pues la contradicción con la cual se presiona a la opinión pública impone responder de modo terrorista, incluso a los modelos más avanzados del socialismo, sin descartar condenas públicas amparadas en subterfugios judiciales diversos; prácticas completamente naturalizadas hoy por hoy que imponen condenar el socialismo históricamente y hacia el más largo futuro. O sea, al infinito y más allá.
Así se ha hecho en Sudamérica, incluso con formaciones de centro que solo aplican medidas de capitalismo humano, como la Argentina de los Kirchner.
De pronto, el conocido actor Jim Carrey ha dicho en HBO: «Tenemos que decir sí al socialismo; a la palabra y a todo» («We have to say yes to socialism –to the word and everything») y se han explotado las verdaderas reacciones de esa libertad de expresión.
La reseña de Fox parte de desacreditarlo a él mismo como un destructor de Hollywood confeso y sobrepone a la declaración de Carrey, artificialmente, su canon de socialismo venezolano como un sistema fracasado, en el que miles de personas sufren las peores condiciones de vida diariamente.
El reportero de Fox que asume estas palabras no se entera de los planes de vivienda, salud, educación, cultura ni, más no faltaba, de la injerencia terrorista y el mercenarismo –en sucesivos boicots a la economía nacional y en atentados reales y concretos–, con que han intentado sitiar al socialismo bolivariano.
Si bien se mira, la focalización de Carrey no profundiza en el socialismo en sí, sino que llama a resistir a la demencia del régimen estadounidense en el poder, asumiendo como fórmula el propio sistema de partidos políticos de la democracia norteamericana. Es un llamado a sacudirse la agresividad predeterminada entre republicanos y demócratas en Estados Unidos.
Pero la reacción es brutal: ejercer la libertad de expresión, en el contexto donde habitualmente el actor opera, podría costarle su carrera, entre las más brillantes y mejor remuneradas de la industria cinematográfica de hoy, si de esta maquinaria terrorista de la información depende. Así lo manipulan y responden muchos intolerantes venezolanos donde quiera que la noticia aparece.
Para la democracia de partidos políticos, la norteamericana a la cabeza, la palabra –y solo la palabra–, «socialismo» representa lo satánico en toda dimensión.
Carrey ha dejado claro en su intervención que quien la emplee debe disculparse, que está vetada en el vocabulario supuestamente democrático. Y a eso apuestan, de inmediato, quienes secuestran la idea de la libertad de expresión para convertirla en rehén y cliente de su propia opresión.
El macartismo sigue vivo en ellos y quienes se atrevan a traspasar la fina línea de censura, habrán de enfrentar terroristas campañas de descrédito y manipulación de la justicia.
Por eso mismo, no solo hay que decirle sí a la palabra «socialismo», sino a todo lo demás que el sistema propone y facilita en la emancipación de las clases que aún siguen siendo oprimidas por el capital. Tiene toda la razón Jim Carrey.