Del “Pájaro negro” al portaaviones de Mora

Nicaleaks

El imperio amenaza y sus súbditos locales aplauden. Calumnia y sus lamebotas se apresuran a reproducir los infundios y hasta a agregarle de su propia cosecha. Promete destruirnos porque es poderoso, y sus hijos de casa llegan al clímax.

No es algo nuevo, esa historia ya la vivimos en los años 80 del siglo pasado, solo que cien veces aumentada. La contrarrevolución surgida tras la derrota del somocismo en 1979, fue creada, al igual que los actuales golpistas, por los sectores ultraderechistas del gobierno de Estados Unidos.

Fueron diez años de continua agresión que dejaron miles de muertos y la economía del país en ruinas. Fue además el inicio de la denominada “guerra de baja intensidad”, un eufemismo que intentaba esconder todos los horrores de la cruenta barbarie impulsada por el demente asesino de masas, Ronald Reagan.

Nos tocó contemplar en nuestro rol de periodistas del Ministerio del Interior el salvajismo de los contrarrevolucionarios cuando atacaban poblados indefensos, el ensañamiento con los prisioneros y las “sutilezas” para asesinarlos en medio de espantosas torturas aprendidas de gorilas militares de Estados Unidos, Argentina, Honduras y otros países.

Todos los días nos acostábamos con la impresión de que nos levantaríamos bajo los bombazos de una intervención armada de Estados Unidos, país al que ganas no le faltaron, pero que no se atrevió por la determinación del sandinismo de entregar la vida con tal de volver a hacerlos morder el polvo de la derrota a como lo hizo Sandino con su desarrapada y heroica tropa.

Los partes diarios sobre las tribulaciones de la guerra en contra del pueblo de Nicaragua, en lo que concernía al EPS y MINT, señalaban decenas de muertos diarios, muchos heridos. Informaban de escuelas y centros de salud quemados, de pueblos enteros arrasados…

Los ejércitos Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN), en Honduras, y la Alianza Revolucionaria Democrática (ARDE), desde Costa Rica, ambos conocidos popularmente como “Contras”, llegó a tener unos 20 mil hombres en armas que poseían incluso mejor equipo militar que los cachorros del Servicio Militar Patriótico (SMP).

A lo interno los Contras contaban con comandos entrenados por la CIA en sabotajes a puntos económicos y militares, aunque la presencia del pueblo organizado y la labor anónima y memorable de los oficiales de la Dirección General de Seguridad del Estado (DGSE), impidió que desarrollaran la mayoría de las acciones que habían planificado.

Los gringos los pertrecharon con diferentes tipos de fusiles, entre ellos AK-47 y AKM soviéticos; AK chinos; M-16; FAL; ametralladoras RPD; PKM; M-60 y calibre 50; PP checas; lanzacohetes RPG-7; misiles antiaéreos SAM-7 y Red Eye; minas Claymore; lanzagranadas M-79; fusiles de francotirador Dragunov y morteros de diferentes tipos, entre otros.

Tenían además bases militares en Costa Rica y Honduras, apoyo de abastecimiento aéreo, centros de entrenamiento en países vecinos y Estados Unidos, y la colaboración de las agencias de inteligencia norteamericanas, principalmente de la CIA.

A partir de finales de 1984, se dio la primera incursión aérea, violatoria de nuestra soberanía, por parte de un avión espía del modelo SR-71, conocido como “Blackbird” o “Pájaro negro”. Su estruendo al romper la barrera del sonido provocaba zozobra entre la población de diversas ciudades de Nicaragua hasta donde se dispersaba la onda sonora.

El “Pájaro negro” se unió así a la guerra sicológica o de “baja intensidad”, que más tarde, a través del empleado de la CIA, Gene Sharp, perfeccionarían como el “golpe blando” que intentaron asestarnos los nuevos FDN y ARDE en este 2018.

El SR-71 nos asustó por su imprevista llegada, pero no nos amilanó. No dejamos de prepararnos para enfrentar una invasión gringa y pese a la crisis económica provocada por el desgaste, la población siguió adelante en medio de las penurias, con la frente siempre en alto. Fue una dignidad que nunca se había sentido en Nicaragua desde los tiempos de Sandino.

En la parte política e ideológica, la guerra de Estados Unidos en contra de Nicaragua en los años 80 se parece también a la actual. El uso masivo de gobiernos y medios de comunicación que les son afines a fin de deslegitimar a lo interno y en el exterior el derecho de los nicaragüenses a vivir en paz y buscar el desarrollo económico y social desde una perspectiva diferente a la del capitalismo salvaje.

Solo han maquillado algunos términos. En los 80 el gobierno del FSLN era “totalitarista” y “guerrerista”. Ahora lo llaman –siempre con apoyo de los hijos de casa locales-, “régimen brutal”.

La Prensa, Radio Corporación y otros medios que sobrevivieron indemnes al “totalitarismo”, han vuelto a jugar su rol de peones del imperio. Se les han sumado nuevos diarios y radioemisoras que no quisieron quedarse al margen de la danza de millones de dólares que los Estados Unidos suelen mover en estos casos de agresión en contra de naciones que consideran “insubordinadas”.

Los Contras tenían lista una Junta de Gobierno en el exterior, porque sus patrones gringos les aseguraron, igual que lo han hecho ahora, que los sandinistas se correrían al ruido de las botas de la soldadesca mercenaria.

Esta vez se quisieron adelantar eligiendo autoridades fantoches en Masaya –el clásico vender el cuero antes de cazar el venado-, pero tampoco les funcionó.

Son muchas similitudes. También tuvimos traidores en los años 80 que celebraban con bombos y platillos cada escalada en la agresión en contra de la patria que los vio nacer. Hoy les toca aplaudir a Donald Trump en vez de Reagan, se regocijan con declaraciones como las de John Bolton, el asesor de seguridad nacional de EEUU. Antes ovacionaban a John Poindexter.

Portaaviones norteamericano de la clase Nimitz.

En los años 80 pusieron a un portaviones de la clase Nimitz a vigilarnos desde aguas internaciones en el Pacífico; ahora, el “rey de las primicias” soltó las amarras de otro que se nos viene encima con todo el peso de su intervencionista y traidora imaginación.

Como se aprecia, los Estados Unidos y sus lacayos oligarcas y burgueses no han cambiado mucho. Nosotros tampoco, porque ya conocemos todas las artimañas del imperio y los vende patria. No pudieron borrar de la faz de la tierra al sandinismo en los 80 y tampoco podrán en 2018 ni nunca.

La guerra de agresión pasada nos dejó imágenes sangrientas, de dolor extremo y a la vez de heroísmo sin par, de amor y ternura que no solo estuvieron ante nuestros ojos, sino adentro de nuestra alma. Y allí se quedarán grabadas para siempre. Jamás querremos que eso se repita.

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