Fátima Nazareth
Cuando los «jóvenes patriotas» de la UPOLI asesinaron a la familia del barrio Carlos Marx, recuerdo que me escribió un tío indignado diciéndome que era una descarada, que como podía apoyar eso habiendo tantas evidencias, que no tapara el sol con un dedo, entre otras cosas. Sin derecho a la respuesta, me bloqueó de Facebook.
Él, a quien siempre respeté, admiré y hasta presumí por su desempeño deportivo, se dejó arrastrar por la guerra psicológica que los delincuentes terroristas nos implantaron, no respetó el vínculo de familia (como muchos) y se volvió en mi contra por no caer en la manipulación mediática de esos meses de terror.
Hoy que se esclareció el caso más atroz durante el intento de golpe, muchos escépticos prefieren no creer y hasta burlarse para seguir alimentando una figura satanizada del sandinismo en Nicaragua, pero aunque no quieran dar cabida a las evidencias presentadas, los asesinos fueron esos a quienes ustedes defendían con uñas y dientes.
En muchas ocasiones me señalaron de «cómplice y asesina» por no darle la espalda a mis ideas, y mi conciencia está tranquila porque sé que siempre estuve del lado correcto. Aunque es difícil con tantos ultrajes que cometieron en nuestra contra, nosotros no les guardamos ningún rencor a esos que inocentemente se negaron a la lógica. Únicamente anhelamos que abran sus sentidos a la verdad. Ellos comprobaron que mientras más muertes había más paralizaban el país, el pueblo entraba en shock y era una guerra de todos contra todos.
Querían desunir familias, querían que nos avergonzáramos de ser sandinistas, querían el poder no por la vía pacífica, menos por la vía electoral; sus organismos de derechos humanos entorpecían los procesos investigativos para llegar a la verdad; querían comprar la conciencia del pueblo mediante la indignación y otorgar ciertas garantías económicas para determinados sectores, pero lo único que lograron fue quitarse la careta de palomas de la paz, de defensores del mundo y mostraron lo que verdaderamente son: mercenarios y verdugos del pueblo.
Hoy exigimos justicia para las víctimas del terrorismo. No se nos olvidará la familia del barrio Carlos Marx; no se nos olvidará el compañero Francisco Ramón Arauz Pineda asesinado y calcinado en la vía pública por el delito de ser sandinista; no se nos olvidará el compañero Bismarck Martínez, secuestrado en los tranques «pacíficos» de Jinotepe; no se nos olvidarán los cuatro oficiales de la Policía y el maestro asesinados en Morrito por orden del criminal Medardo Mairena; no se nos olvidará Cristian Emilio Cadena, el chavalo calcinado en el interior de la casa del CUUN en León (primer estudiante universitario asesinado); no se nos olvidarán los 200 hermanos que Nicaragua entera llora.
En la próxima que vayan a llamar «presos políticos» a los delincuentes que ocupan las celdas del sistema penitenciario, piensen que en realidad se está haciendo justicia, esa que las víctimas merecen. Los asesinos nunca fuimos nosotros, los asesinos están pagando por sus crímenes.
¡Justicia!