Gustavo Espinoza M.*
Debilitada la acción sediciosa interna desplegada entre abril y julio del 2018; la «contra» nicaragüense apunta hoy a una batalla «desde afuera». Tres son sus expresiones tangibles.
La más importante, por cierto –y la más peligrosa- proviene de la Casa Blanca y está envuelta en papel legislativo. Se trata de la llamada NicaAct, levantada por los grupos más reaccionarios del Partido Republicano, que sueñan con castigar a la Patria de Sandino con un «bloqueo» similar al que desde hace más de 55 años el Imperio mantiene contra Cuba, y hoy reedita para dañar a la Venezuela Bolivariana.
Estos sectores han sufrido significativas derrotas. Quizá la más importante –y reciente- haya sido la consulta parlamentaria celebrada en noviembre, en la que éste segmento perdiera algunos de sus más reconocidos escaños. No obstante, tal derrota, ella no fue óbice para que se empeñara en hacer aprobar tanto por la Cámara de Representantes como por el Senado de los Estados Unidos, el tristemente célebre documento que determina sanciones y penas al comercio exterior de Nicaragua.
Es claro que Nicaragua tiene posibilidades reales de defensa. Por lo pronto, no será posible afectarla en el terreno de la producción y de los alimentos, porque se trata de un país autoabastecido. Los nicaragüenses consumen lo que ellos producen. Y no necesitan importar víveres ni recibirlos de fuera. De todos modos, daño habrán de causarle, razón por la que los adversarios del Sandinismo la celebran con marcado entusiasmo.
La segunda expresión de esta ofensiva contrarrevolucionaria, es la campaña mediática que impulsa contra Nicaragua la denominada «prensa grande». Se trata de los propietarios de los grandes medios de comunicación, agrupados en la Sociedad Interamericana de Prensa –la tristemente célebre SIP, que jugara un muy sucio papel contra Cuba en los años sesenta del siglo pasado, y hasta hoy.
Ellos llenan los principales diarios y revistas del continente de informaciones falsas referidas al escenario nicaragüense. Inventan, distorsionan, calumnian o simplemente especulan como ellos quieren en torno a los sucesos mundiales. Lo hacen en casos más conocidos: Siria, Venezuela, Medio Oriente, Palestina, y otros. Y hacen lo propio con Nicaragua, empeñados en la idea de engañar y confundir. En esto, se dan la mano con la Televisión basura y con los medios que usa el gobierno de los Estados Unidos: la Radio y Televisión Martí, la Voz de América y los programas financiados por el Imperio en los más diversos niveles.
En el Perú, por ejemplo, no publican una sola voz, ni una sola nota, en defensa del régimen sandinista. Todo es contra. Noticias, informes, comentarios o artículos de análisis. Y la Tele invita a «sus programas» a los «expertos», especializados en denigrar al Sandinismo. Y nunca a quienes puedan rebatir sus brulotes. Eso ha ocurrido siempre en el caso de Cuba. Se ha repetido hasta el hartazgo con Venezuela. Y ahora se presenta impúdicamente en el tema de Nicaragua.
Y la tercera expresión surge a partir de algunos Organismos No Gubernamentales liderados en ciertos casos por personalidades de la Social Democracia o en otros por núcleos reconocidos de inspiración trotskista. Unos y otros alientan a los llamados “disidentes” sin reparar en el contenido de sus campañas, ni en la connotación política que ella implica.
En nuestro país, por ejemplo, dieron la bienvenida a farsantes que dijeron representar a supuestas «víctimas del terror sandinista» cuando no eran sino activos participantes en las acciones sediciosas derrotadas en la primera parte del 2018, cuando no elementos que desde antes viven en el exterior y se dedican a denigrar a su propio país a cambio de un poco de dinero.
La explicación, es simple: estos grupos trabajan con recursos enviados por USAID, la ONG de la Organización Rank, la entidad más claramente manipulada por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Es, en otras palabras, la plata de la CIA la que financia esas «operaciones de prensa», esos gastos de «publicidad» y esas «delegaciones» que arriban a estos países en busca de sorprender incautos.
El tema de fondo, en todos los casos, alude a algunas medidas adoptadas por el gobierno de Managua, en el empeño de defender la Revolución Sandinista. Y es que, en definitiva, esos grupos preferirían que la Revolución no se defienda, que simplemente “caiga” y les entregue el Poder. No les importa que ellos hayan obtenido menos del 2% de los votos en los comicios del 2016. Ni que hayan sido vencidos por el FSLN que alcanzó el 72% de los sufragios. Para ellos, lo importante es que los Sandinistas “se vayan”; para que sean ellos, los que asuman la conducción del Estado.
Es claro que esto, no habrá de suceder. En Nicaragua se cumple una ley universal de todos los procesos revolucionarios del mundo: una Revolución en marcha, tiene apenas dos caminos: o consolida su gestión, o es derrotada. Para no serlo, tiene el deber supremo de defenderse. Una Revolución que no sabe defenderse, está inexorablemente condenada a la derrota.
¿Puede valerse de métodos violentos una Revolución al defenderse? Claro que sí. Y aquí lo dijo también José Carlos Mariátegui con asombrosa precisión: «Si la Revolución exige violencia. Yo estoy con la violencia, sin reservas cobardes”.
Cuando las fuerzas reaccionarias hacen uso de la violencia para derribar a un gobierno revolucionario, o cuando se valen de la violencia para impulsar acciones que debiliten las conquistas de un pueblo; es válido y legitimo el uso de formas violentas de acción. Y la historia está llena de ejemplos. Incluso, León Trotski -y es bueno que se recuerde- fue uno de los más activos partidarios del denominado «terror rojo» para hacer frente al «terror blanco» de las bandas reaccionarias en los primeros años de la insurgencia bolchevique en la Rusia Soviética. Sus escasos discípulos de hoy, parecen haberlo olvidado.
*Político peruano