La apuesta de Voluntad Popular (VP), favoritos de la Casa Blanca para protagonizar en la esfera local el golpe de Estado en curso en Venezuela, tiene consigo el empleo de Juan Guaidó como figura sacrificable en el corto plazo, en un escenario que quedó claramente delineado en el llamado «Estatuto de la transición» que la Asamblea Nacional (AN) redactó recientemente.
Este documento, aun siendo anulado por el Tribunal Supremo de Justicia venezolano, violenta a totalidad la Constitución venezolana y además deja clara la posición de gobierno portátil y artificial de Guaidó, al establecer sin lapsos definidos que su presidencia interina sería efectiva luego del «cese de la usurpación» del presidente legítimo Nicolás Maduro.
En teoría, Guaidó haciéndose de la presidencia interina que hoy no ejerce según el propio documento, no tiene un destino en dicho ínterin luego de que llame a elecciones en un lapso no mayor a 30 días.
Pero algunas voces ya empezaron a surgir en la opinión antichavista. El periodista Víctor Amaya escribió para Tal Cual que existe un «acuerdo político» entre los partidos antichavistas para hacerse del Estado venezolano en el escenario supuesto del desplazamiento del chavismo. Según ese acuerdo político, Guaidó no sería candidato presidencial.
En días recientes han surgido voces en la oposición venezolana que hablan abiertamente de candidaturas. Lilian Tintori destacó que su esposo Leopoldo López será un candidato. También María Corina Machado autoproclamó su propio nombre para esa contienda.
El documento de acuerdo político hasta ahora «secreto» y que cita Amaya, también establece cuotas de partidos políticos para la conducción del Estado y cargos dentro y fuera del país, así como las direcciones en la industria petrolera. Una repartija, sin dudas.
Pero esta hoja de ruta deja claro que esos escenarios sólo serían viables en un contexto en el que el chavismo sea desplazado por la fuerza.
Una especie de apuesta absoluta al triunfo del golpe, dejando difusos otros escenarios posibles, como el desarrollo de una situación perpetua de paraestado transitorio que no termine de consolidarse, la creación de un espacio de diálogo chavismo-oposición, la realización de elecciones parlamentarias, el desescalamiento de la coyuntura actual por errores de cálculo de las presiones estadounidenses sobre Venezuela o simplemente el trágico inicio de un conflicto militar que genere consigo la desarticulación total de las estructuras políticas de la oposición y devenga en el encarcelamiento de sus dirigentes o su exilio.
Dicho de otra manera, el futuro de Juan Guaidó yace exclusivamente en la apuesta por el triunfo del golpe de Estado en curso. No obstante, su futuro político queda claramente en entredicho, pierda o gane el golpe.
A pesar de que su propia figura fue diseñada para presentarlo heroicamente como un «Barack Obama criollo» y se le ha colocado como una figura con gran presencia que antagoniza a la de Maduro, Guaidó, pese a sus delitos de sedición y traición a la patria, es de hecho beneficiario de una libertad momentánea concedida por el gobierno venezolano en su estrategia de deslegitimación y desgaste del adversario mediante su anulación.
La posición irrelevante de Guaidó para efectos prácticos de la política interna y la proliferación de candidaturas en la oposición dibujan un futuro de incertidumbre a inutilidad del fabricado «líder» antichavista, sobre el cual la agencia AFP se refirió recientemente como «el milenial que en blazer y en una moto desafía a Maduro con un nuevo estilo», en una ridícula exaltación de su figura.
Mientras se acerca el 23 de febrero, fecha en la que se vence el lapso para que la teórica presidencia de Guaidó llame a elecciones generales según el Artículo 233 de la Constitución venezolana, la promulgación del «Estatuto de transición» dispone un lapso indefinido para tal fin y la oposición venezolana maniobra con la «ayuda humanitaria» con auspicio estadounidense como factor para mantener la tensión, pero también como recurso de distracción para camuflar la inutilidad del gobierno artificial de Guaidó en Venezuela.
Su figura en realidad está diseñada para ser funcional en el frente externo a Venezuela, pues en Guaidó se «legitima» la confiscación de hecho de activos venezolanos en el extranjero, se propagandiza contra el chavismo y se intenta dar apariencia jurídica a un golpe de Estado de factura estadounidense. La posibilidad de intervención militar se mantiene al unísono de las presiones de espectro total que ejecuta la Casa Blanca con mucha severidad sobre Venezuela.
Pero en el país, las reticencias no se hacen esperar. El tiempo pasa y la brevedad del golpe prometido ya no es tal cosa. La etapa actual es de pulseo y desgaste y corresponde a los antichavistas gestionar su ansiedad.
El presidente Maduro se mantiene en funciones, maniobra las últimas sanciones económicas, mantiene cohesionada a la Fuerza Armada con su presencia en cuarteles, gestiona las relaciones internacionales del país y mantiene unificada la infraestructura institucional del Estado.
Por otro lado, Guaidó continúa durmiendo en la Embajada de Colombia usando un escritorio prestado para nombrar «embajadores» que no han ingresado a las sedes diplomáticas y consulares en el extranjero. Quizá a la espera del «milagro» bélico, quizá a la sombra de las incertidumbres de la fracturada oposición interna, quizá expectante por los desvaríos de la política exterior estadounidense que caracterizan a la Administración Trump.
Sin dudas, en una carrera contra el tiempo entre la inutilidad y las presiones que le abordan desde todas partes, frente al inexorable destino que le aguarda en el vertedero de la política venezolana.