Madrid y Barça se retan en un duelo marcado por los recelos con el VAR, con Bale bajo sospecha y las dudas futbolísticas en ambos equipos, uno colgado del emergente Vinicius y otro a hombros del eterno Messi
Recelos y más recelos. Así se presenta el tercer clásico del curso. Por ahora, el más crucial, el primero que dejará al vencedor a las puertas de un título, la final de Copa del 25 de mayo en el Benito Villamarín de Sevilla. Los desplantes públicos de Bale cuando aparca los palos de golf, el morro torcido de Kroos, la debilidad o no de Santiago Solari, el bajón futbolístico del Madrid en las dos últimas jornadas… En el Real predominan las desconfianzas y las incertidumbres. Con tanto mosqueo, el madridismo se proyecta sobre un chico de 18 años que ha pasado en unos meses de becario a graduado forzoso. A los 18 años, Vinicius ya suma 25 partidos, 16 como titular. Ni Messi en su bautizo barcelonista oficial con 17 años y cuatro meses, entonces en un Barça abanderado por el mágico influjo de Ronaldinho.
En el Barça, no hay ruido alrededor del recién renovado Ernesto Valverde, pero no abundan las respuestas futboleras categóricas de un equipo poco coral, cada vez más entregado a los pies de Messi y a las manos de Ter Stegen. Un conjunto a veces acartonado, víctima de la desnaturalización del que fuera su tradicional epicentro. En el medio campo no acaba de enhebrar Arturo Vidal, no espabila Coutinho como volante (ni como extremo) y ausente Arthur va y viene Sergi Roberto y asoma paso a paso Aleñá. Mientras De Jong espera en la sala de embarque de Ámsterdam. Valverde se apaña como puede en medio campo y el debate pendiente se traslada al costado izquierdo del ataque, donde pujan los dos fichajes más caros en la historia del Barça: el imprevisible pero picante Dembélé y el anodino Coutinho de estos tiempos. Malcolm, decisivo con su gol del empate en la ida (1-1), no cuenta desde aquel bingo.
El caso de Dembélé remite al despegue de Vinicius, que ha puesto el intermitente sobre Bale, enclaustrado en su particular planeta desde hace seis temporadas. A Bale, tan selectivo, le van sus partidos, los que le encumbran de vez en cuando gol a gol, o golazo a golazo si se tercia. Insuficiente ante el fenómeno refrescante de Vinicius y la intachable trayectoria de Lucas Vázquez, paradigma del Madrid que remontó el vuelo con Solari. Pero el técnico se sabe al dedillo el valor bursátil del galés. Y seguro que tampoco desdeña su capacidad para protagonizar los highlights en jornadas como esta. “Bale, como todos, tiene el foco puesto en el partido, ustedes pónganlo donde quieran”, dijo el técnico, que ya disculpó públicamente su rebeldía tras el duelo del domingo con el Levante.
Si Solari tiene a todo el pelotón disponible salvo el lesionado Marcos Llorente, Valverde, que hoy cumplirá 100 partidos como técnico azulgrana, aún no tiene en plenitud a Cillessen —el meta habitual en la Copa— y Arthur, mientras que Umtiti acaba de reaparecer. En la ida, ni siquiera se arriesgó con Messi.
Un clásico es mucho clásico, por más que se enfade Bale o no se inmute Coutinho. Y la Copa, con un Madrid-Barça de por medio, es mucha Copa hasta para el Real, desnortado en las cuatro últimas, todas abrochadas por su rival. Al fondo, de forma irremediable, el tóxico eco del VAR y sus embrollos. Hasta el del próximo sábado, este y solo este es el partido de los siglos por los siglos. Así que un traspié arbitral o un nuevo enredo supondría un jaque al sistema. Y quién sabe si un jaque casi mate, por lo hiperbólico del fútbol. Máxime con el personal tan escamado, suspicaz por unas cosas y otras.
Nada mejor que el único relato fuera cosa de vinicius y messis.