El Villarreal casi noquea al equipo azulgrana, desnortado con las rotaciones y frágil en defensa, que iguala con goles de Messi y Suárez en los tres últimos minutos
Parecía que el Barcelona se había corregido de una vez por todas tras el encuentro ante el Betis, cuando encajó cuatro goles en el Camp Nou frente a un equipo que le gobernó con el balón en los pies y que evidenció que cuando los jugadores de Valverde no cuentan con Messi ni juegan juntos apenas pasan de ser un equipo chillón, vulnerable como los demás. Lo parecía porque desde entonces el equipo funcionaba como un reloj, superior ante cualquiera. Pero el Villarreal explicó lo contrario al tenderle una trampa que si no le salió redonda fue porque Messi —con una falta sensacional en el minuto 90 que tocó el palo antes— y Luis Suárez —con un chut sobre la bocina en el 93— salieron al rescate del Barça. Un empate final que destapó todos los males azulgrana pero que también evidenció que es un equipo ganador, que ha perdido su fútbol de salón a cambio de una mordiente y mentalidad inigualable, esa de la que el Madrid ha presumido desde su bautizo.
Jugó al despiste Valverde en la previa del encuentro, pues utilizó el altavoz para expresar su reticencia a reservar a Leo, que no daba con sus huesos en el banco desde la jornada 20. “No hay un escenario idóneo para dosificarle, ya veremos qué hacemos pero estos tres puntos son muy importantes”, convino el técnico. Entre otras cosas porque sabía que a la vuelta de la esquina están los enfrentamientos con el Atlético y el Manchester, por lo que decidió almacenar a varios pilares del equipo, uno por cada línea: al apercibido Piqué en la zaga; a Rakitic [también apercibido] en la medular; y al mismísimo 10.
Por Messi jugó Malcom, que se marcó un primer tiempo de aúpa. Puede que no se asocie con la diligencia y precisión que exige el Barça, que no sea el adecuado para el juego de posición que reclama el Camp Nou y que no aporte mucho en defensa. Pero Malcom ofrece otro fútbol, al espacio y más eléctrico, de quiebros y centros cerrados, de velocidad y golpeos secos que resulta muy difícil de detener. Así lo expresó en duelos de calado como ante el Inter en Europa y el Madrid en las semifinales coperas; así lo aclaró en La Cerámica con una asistencia y un gol en un abrir y cerrar de ojos. Le bastó con un pase en profundidad de Sergi Roberto para pisar el área y asistir a la llegada de Coutinho; y le alcanzó con un centro de Vidal que atacó con la cabeza y un remate cruzado.
Pero eso no desvió al Villarreal de su plan, de esa trampa en la que cayó el Barça de pleno. Resulta que estiraba las líneas rivales con pases de seguridad en la zaga de cinco hasta que provocaba la presión avanzada rival y lanzaba en largo a las carreras de sus delanteros, que retrataron a los centrales azulgrana, tan lentos como poco contundentes. Treta que le valió para darle la vuelta a dos goles en contra y meter cuatro en la portería rival. Entre otras cosas porque sin Messi ni Piqué el Barça es la mitad en las áreas.
Tiritó la defensa azulgrana ante la batalla física que exigía Ekambi y sobre todo frente a las contras eléctricas de Chukwueze, habilidoso en desencajar las caderas de Umtiti y Lenglet, expuestos por sus compañeros porque no fueron pocas las ocasiones en las que dos delanteros se medían frente a tres zagueros. Como en esa ocasión en la que retó a Lenglet —que le perfiló con tino hacia la derecha para que no pudiera definir con su pierna buena— y por poco no supera a Ter Stegen, o como en esa otra contra impulsada por un taconazo de Iborra que completó con un disparo al palo y después, tras el rechazo, con el gol que serviría para reducir distancias.
Pero no se quedó ahí la cosa porque el Villarreal olió sangre y se proyectó al ataque de forma vertiginosa para pillar en Babia a la zaga azulgrana, que perdía las carreras por definición. En una de esas, Ekambi rompió a Sergi Roberto y cuando ya casi estaba en la línea de fondo, trató de centrar pero para su fortuna le dio torcido pero no mal porque el balón se coló entre el palo y Ter Stegen, que esperaba un centro. Noqueado el Barcelona, Valverde decidió darle media hora a Messi. No pareció un revulsivo porque al Villarreal le bastó con un pase interior al desmarque de Iborra —Alba rompía el fuera de juego—, y una carrera de Bacca que sonrojó a Umtiti para firmar dos goles más y dar por cerrado el encuentro. Argumento que no compartió Messi, que se refugió en una falta desde la frontal y que desmanteló Luis Suárez sobre la bocina.
Tablas que no contentaron al Villarreal porque dejó escapar un partido que tenía ganado, pero tampoco al Barça, que desempolvó todos los males olvidados por más que empatara un duelo que tenía perdido y mantenga ocho puntos sobre el Atlético.