La suerte está echada, don Silvio

El rostro del obispo Silvio Báez no puede ser más elocuente al anunciar que se va para Roma. El Papa puso fin a sus andanzas golpistas.

NICALEAKS

Una de las imágenes más efectistas que recordamos del obispo Silvio Báez, es una en la que aparece abrazado al sacerdote Edwin Román, llorando ambos a moco tendido cuando la Policía y el pueblo sandinista botaron los tranques de la muerte en el barrio Monimbó.

Fue la primera gran derrota del obispo auxiliar de Managua tras ponerse al frente de las huestes golpistas que tiñeron de sangre el territorio nacional, y ocasionaron gravísimos daños a la economía del país cuando estaba en el pico más alto de desarrollo, gracias a la gestión de sucesivos gobiernos sandinistas.

Nunca lloró Báez por ninguno de los nicaragüenses asesinados por los hombres de su sanguinaria tropa. Por el contrario, después de la caída del último tranque, continuó con su labor depredadora de la paz de los nicaragüenses a través de mensajes en las redes sociales, que utilizaba para bajar orientaciones a sus prosélitos.

En octubre del año pasado, el obispo Silvio Báez confesó ante un grupo de fieles, que la Iglesia Católica había organizado a la autodenominada “Alianza Cívica”, a fin de enfrentarla en contra del poder constituido del presidente Daniel Ortega y como instrumento de Estados Unidos para desestabilizar a Nicaragua.

En el audio, cuya veracidad fue confirmada por el cardenal Leopoldo Brenes, el obispo Báez se dibuja de cuerpo entero y deja en claro su absoluta falta de escrúpulos al exhortar a los feligreses a unirse a homosexuales, narcotraficantes y movimientos proaborto nucleados en distintas ONG opositoras, con tal de lograr el objetivo de derrocar al gobierno del FSLN.

El obispo Báez subordinó bajo su sotana a dirigentes del MRS como Dora María Téllez, Hugo Torres y otros, lo mismo que a los dueños de ONG, medios de comunicación derechistas y grandes potentados de la empresa privada.

Creyéndose Julio César, literalmente “cruzó el Rubicón” al traspasar la línea de la legalidad, y hoy paga las consecuencias. El Papa Francisco decidió llevárselo al Vaticano como un mensaje claro de que Nicaragua merece una oportunidad para la paz.

El obispo Silvio Báez convirtió a numerosos sacerdotes en envenenados soldados golpistas que escondieron armas, asesinos, violadores y ladrones, llegando al extremo de aplaudir y dar orientaciones cuando se dio el crimen y posterior quema del cadáver de un teniente de la Policía Nacional.

Por casi tres meses, en Nicaragua el mundo pareció estar al revés. Obispos, sacerdotes e incluso algunas monjas, parecían haberse escapado del averno al coincidir en las calles con la delincuencia golpista, que al igual que los religiosos, obedecía órdenes de Silvio Báez.

El mando que el obispo auxiliar llegó a tener fue tan grande, que hasta el mismo cardenal Leopoldo Brenes pareció subordinársele en un momento determinado. Incluso se dio el lujo de cuestionar el papel del nuncio apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag, el embajador del Papa en Nicaragua.

Ahora, en el ocaso de su poderío, comparece en rueda de prensa tratando de hacer creer que se lo llevan de Nicaragua por razones contrarias a su desafortunada y sangrienta incursión en la política, particularmente en el fallido golpe de Estado.

Ni sus mismos acólitos se la creen. Su rostro desencajado lo desmentía. El “jefe de jefes” de los golpistas ya no estará dirigiendo los intentos de desbaratar el país, los llamados a una agresión imperialista ni la zozobra que tratan de sembrar en el pueblo pinolero.

Se acabó. Báez también está derrotado. Alea jacta est, don Silvio, esperemos que su tropa entienda el claro mensaje de Jorge Mario Bergoglio, el representante de Pedro en la tierra. En Nicaragua se abre otra oportunidad a la paz y la esperanza.

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