Jorge Capelán
Se cumplen 40 años de una fecha de significado histórico para Nuestra América, el del triunfo de la Revolución Popular Sandinista. Fue, después de la mexicana y la cubana, la tercer revolución armada triunfante del siglo XX en nuestra región y, entre muchas otras cosas, aportó rasgos fundamentales de lo que vendrían a ser las actuales revoluciones del siglo XXI en el Abya Yala, como la participación de los cristianos y creyentes, el carácter plurinacional del Estado, la participación masiva del pueblo en tareas como la alfabetización y la defensa, y la refundación del Estado a través de procesos constituyentes.
Hay, claramente, una Nicaragua antes y otra después del 19 de julio de 1979. La de antes del 19 de julio era una dictadura sangrienta, un protectorado de los Estados Unidos diseñado para mantener a raya al propio pueblo y a los demás pueblos de la región, una finca en la que los ricos, liberales y conservadores, se repartían el pastel como mejor les parecía y al pueblo solo le daban palo, plomo y picana. La Nicaragua de los Somoza dejó dos herencias especialmente oprobiosas: Un país en el que más de la mitad de la gente no sabía leer ni escribir, y donde un puñado de propietarios controlaba el 50 por ciento de la tierra.
La Nicaragua de después del 19 de julio destruyó a ese Estado y reemplazó sus órganos represivos con un Ejército y una Policía de raíces populares y revolucionarias, le enseñó al Pueblo a leer y escribir y con su más amplia participación redactó una Constitución que aún hoy persiste en sus partes fundamentales. Llevó a cabo una reforma agraria y urbana profunda que alteró de manera muy importante la estructura de la propiedad en el país y creó las condiciones para que los sectores populares se convirtieran en sujetos económicos, además de sociales y políticos.
Esa Nicaragua que nació el 19 de julio se enfrentó a un entorno internacional muy difícil y fue objeto de una guerra sangrienta y genocida financiada y dirigida por los Estados Unidos. Si para derrocar a la dictadura se ofrendaron decenas de miles de vidas, para defender a esa niña recién nacida el pueblo tuvo que ofrendar otras tantas decenas de miles de sus preciosas vidas. Esa guerra provocó la pérdida del poder político en 1990 pero no significó la muerte de la niña.
Sus elementos fundamentales, como un Pueblo organizado y alfabetizado, Policía y Ejército populares, autonomía de la Costa Atlántica, fincas campesinas y casas en manos de los sectores populares lograron resistir la ofensiva neoliberal y proimperialista.
De la derrota electoral de 1990 sobrevivieron cambios verdaderamente revolucionarios a escala de nuestros países de América Latina y del denominado tercer mundo, en su mayoría presos en las redes de una democracia neoliberal vigilada, donde estructuras represivas oligárquicas están prestas en todo momento a poner límites severos a lo que son capaces de soñar los pueblos.
Desde 1979 Nicaragua es un país en el que democracia puede significar victoria de la voluntad popular y en el que existe la garantía de que los fusiles no se volverán contra el pueblo.
Por sobre todas las cosas, a esa derrota electoral de 1990 sobrevivió el Frente Sandinista de Liberación Nacional como partido revolucionario de masas, continuador del legado de Augusto C. Sandino y expresión más acabada de lo mejor del pueblo nicaragüense.
Ese partido supo resistir durante 16 duros años en los que permanentemente se intentó destruirlo por todos los medios. El FSLN, bajo la conducción del comandante Daniel y de la compañera Rosario, supo además maniobrar para regresar al poder en 2006 y retomar la obra revolucionaria, siempre fiel a su programa histórico de 1969 en las condiciones concretas de cada coyuntura política.
Para regresar al Gobierno en 2006 el Frente Sandinista estaba obligado a hacer ciertas alianzas con sectores de la burguesía. Esas alianzas no fueron para nada un error, sino una necesidad que en términos estratégicos fue aprovechada sabiamente por la conducción revolucionaria para restituir los derechos perdidos, desarrollar la base material de la nación sin la cual es impensable hablar de socialismo, y para hacer de los sectores populares verdaderos sujetos económicos, además de sociales y políticos.
Como toda alianza, la que se practicó en Nicaragua hasta el año 2018 con sectores de la burguesía tuvo con necesidad que influir también en el instrumento político y en los sectores populares organizados. Por su misma naturaleza de clase, esa alianza necesaria tuvo también efectos negativos de despolitización y desmovilización que fueron aprovechados por unos sectores golpistas muy bien financiados y entrenados que promovían una agenda de destrucción del sandinismo y con él del Estado nacido del glorioso 19 de Julio de 1979.
Pero el «golpe suave» promovido por la USAID, que puso a prueba al pueblo nicaragüense, a la militancia sandinista y al Partido, se estrelló contra la realidad de un pueblo que sí había sido empoderado y que sí había sido educado a través de las políticas sociales del buen Gobierno sandinista.
A quienes desde la izquierda quieran cortarse las venas y se empantanen en la búsqueda de «errores» que pudieran haber motivado el fallido «golpe suave» de 2018 hay que recordarles dos cosas: En primer lugar, que a nadie le hacen un golpe por los errores que haya podido cometer, sino por los avances que ha logrado y por los intereses que realmente amenaza. Lo segundo que hay que recordar es que el golpe de hecho fue derrotado, y que los golpistas hoy, a lo interno de Nicaragua, ante los ojos del pueblo nicaragüense, están más derrotados que nunca.
Con todo su horror y su odio, hay que reconocer que el «golpe suave» también fue una gran lección de educación política para todo el pueblo de Nicaragua y para la propia militancia sandinista.
El fallido intento de golpe puso al desnudo los intereses de cada uno de los actores. Mostró claramente quiénes apuestan por vivir en una Nicaragua con lugar para todos y quiénes apuestan por ser empleados de intereses extranjeros aún al precio de destruirla.
A los millones de sandinistas, una parte muy considerable de la población nicaragüense, les enseñó que el objetivo de los golpistas es el genocidio político, tal y como lo hicieron los vendepatrias y traidores que asesinaron al general Sandino con las familias campesinas del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. El golpe fallido revolucionó y unió a los sandinistas de todas las generaciones, que han cobrado nueva conciencia del sentido histórico de su identidad.
En realidad el 40 aniversario de la Revolución Popular Sandinista marca la entrada en una nueva etapa de la lucha por la independencia y la justicia del pueblo nicaragüense caracterizada, ya no solo por el poder político de los sectores populares en tanto que sujetos de derechos sociales, sino también habiendo conquistado, como productores directos, espacios decisivos en la economía derrotando de manera definitiva a la oligarquía más reaccionaria y vendepatria que ve cómo su poder se le escapa irremisiblemente de las manos.
Esta etapa tiene lugar en un complejo escenario regional en el que los Estados Unidos, que ven cómo se viene abajo su influencia en el mundo, carecen de alternativas para el istmo centroamericano. Atrapados entre los irresolubles problemas de injusticia y corrupción que sus propias políticas han creado y la necesidad de mantener su control geopolítico sobre el comercio mundial, los Estados Unidos no pueden ya ofrecer una alternativa coherente para Centroamérica. Deberán ser los propios pueblos quienes asuman su propia alternativa, y en ese sentido Nicaragua, como parte del proyecto bolivariano del ALBA, es y seguirá siendo el referente.
Los retos para Nicaragua y para toda la militancia sandinista son enormes, pero también lo son los avances a 40 años de distancia. El pueblo que ayer recién había sido alfabetizado, hoy tiene profesionales, abogados, médicos, ingenieros, maestros revolucionarios, formados en una ética de servir al pueblo. La Nicaragua de hace 40 años se ha urbanizado de manera impresionante. Las generaciones que irán asumiendo la conducción de la sociedad son las de un sandinismo que no vivió los años ochenta, y las generaciones que sigan sus pasos son las que han vivido toda su vida en el siglo XXI.
Pero el proyecto de Sandino, y el del Frente Sandinista, de una patria libre y soberana, con justicia social y libre de ignorancia, en la que impere «la ley de AMOR, única que reinará sobre la Tierra, cuando la fraternidad humana venga y los hombres sean de LUZ», sigue siendo más vigente que nunca.
A partir del 19 de Julio de 1979, el amanecer dejó de ser una tentación en Nicaragua para convertirse en una materialización de los sueños, no siempre en los tiempos imaginados, no siempre en las condiciones esperadas, pero indetenible en un torrente popular armado de, para usar las palabras del comandante Tomás Borge, «paciente impaciencia», de visión estratégica, de comprensión del momento histórico, de disciplina política y de valores morales y revolucionarios.
Mientras la nación nicaragüense exista como objetivo, proyecto y obra, habrá Sandino y habrá Frente Sandinista garantizando que ésta sea de, por y para el pueblo. Y cuando no haya ya falta de naciones, cuando todos en la Tierra vivamos en fraternidad y los seres humanos «sean de luz», también habrá Sandino, porque ese es el pensamiento que él nos ha legado.